jueves, agosto 05, 2010

Al Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alaminos lo hacen caballero

Tomado de http://lacomunidad.elpais.com/


Al cardenal lo hacen caballero


Por Nicolás Águila
05 Ago 2010


Al cardenal Ortega y Alamino medio que lo han armado caballero. Pero no se imagine usted, ni de coña, que el trámite corrió a cuenta de la orden de los hermanos Pinzones.

Su andadura de caballerete itinerante pica más alto. Mucho más arriba. Hacia el gran almirantazgo colombino. Como corresponde a un palomo mensajero de Dios devenido en correveidile entre La Habana y Washington. O entre Washington y La Habana, porque Su Eminencia ha combinado la sabiduría milenaria de la Santa Madre Iglesia con la viveza del camaján criollo que sabe cómo jugar a dos bandas. Incluso a tres, que es un número primo y triangular, por variar y probar otras suertes en este valle de lágrimas; o quién quita que por meter su carambola de guille en el reino de los cielos.

Al cardenal Ortega lo han condecorado en Wahington D. C. y a todo nivel con el Premio Gaudium et Spes, otorgado nada menos que por la Orden de los Caballeros de Colón. Y ante un acto tan solemne de compraventa contante y sonante, entre hidalgos del vil metal y gentlemen del ready cash con olor a sacristía, uno no puede menos que recordar aquello de “Cólon, Colón, siempre a su disposición”. O sea, el bayú de alta categoría del cuplé Colón 34.

Pero aparte de evocarme el nombre de una conocida calle habanera, en otros tiempos non sancta y hoy apuntalada de jineteras, uno se pregunta cuál es exactamente el currículum en materia de doctrina social de la Iglesia que, a sus 73 años, ostenta el mediocre arzobispo de La Habana. Fuera de prestarse a sacarle las castañas del fuego a Raúl Castro con excarcelaciones que se resuelven en deportaciones, ¿cuáles son sus méritos relevantes como para merecer un galardón socio-doctrinal que ya antes había recibido la Madre Teresa de Calcuta?

Al lado de esa mujer abnegada y santa, resulta obvio lo mal parado que queda ese pastor descarriado que abandona a su rebaño y le reza a Jesucristo mientras le pinta monos al poder y regurgita los excesos de una mesa excesivamente bien surtida. Esto, para mayor inri, en un país donde el hambre no es precisamente el ayuno por precepto de abstinencia o lo que antes llamaban días de guardar. Es un hambre que no es católica ni apostólica y se escribe con hache de horror, agravada además por la más absoluta falta de libertad y el miedo hasta de vivir mismo. Algo que con toda certeza no se arreglaría con ese engendro de socialismo recauchutado por el que se suspira la alta jerarquía eclesial cubana, rezumando un optimismo exultante mezclado con desvaríos a lo Francisco Chaviano (el del puntillazo sin puntilla). Lo cual, dicho en román paladino o si se quiere en cubano posmoderno, es simplemente raulismo a la china. Y valga la redundancia.

Pero sucede que ese mismo Gaudem et Spes --que en cristiano diáfano significa gozo y esperanza-- se lo han enganchado también a Tarcisio Bertone, otro cardenal que bien baila la caringa en la curia romana. Y con eso ya empezó a chotearse el premio del gozo y la esperanza en el pozo hasta llegar al escándalo actual con su entrega al arzobispo de La Habana. Un cardenal torticero donde los haya, del cual yo no me puedo creer que el designio del Todopoderoso haya sido mandárnoslo para acabar de completar la salación cubana. ¿O será verdad que Dios escribe recto con renglones torcidos?

El gozo espiritual de la comunión mística del alma con el Divino Esposo, según la actual interpretación cardenalicia, ha derivado doctrinalmente hacia la gozación en plan de cachondeo y en clave de relajo del período especial. Máxime ahora que el jinetero del Apocalipsis anda anunciando urbi et orbi el Armagedón termonuclear para mañana por la mañana y te espero Juana allá en mi vergel.

El profeta del fin del mundo quiere tener al pueblo acoquinado y metido en cintura con el cuento del final apocalíptico, sin saber que la gente allá cambia del teque al vacilón como quien pasa de palo para rumba. Resultado, que ese catastrofismo tardofidelista, tiñosero y senil, lo mismo las viejas que las nuevas generaciones se lo pasan por el forro de la única consigna que ha sobrevivido al viejo repertorio revolucionario: A gozar y a bailar que el mundo se va a acabar. Ya lo dijo el comandante y lo jura el cardenal.