Miami Dade College: Medio siglo y un sueño
Medio siglo y un sueño
Por Alejandro Ríos
Un primer intento por ingresar a la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana resultó fallido debido a mi participación en el campamento Venceremos, convocatoria experimental y ciertamente arriesgada de la Juventud Comunista cubana para tratar de encarrilar a jóvenes inquietos y desplazados, dados a las costumbres del enemigo norteamericano, y deseosos de participar en algún oficio relacionado a la cultura nacional de donde eran vetados.
La idea resultó ilusoria y terminó a golpe de represión y disolución, allá por los años setenta. En mi segunda tentativa de estudios superiores tuve que someterme a la humillación de una entrevista con el decano de humanidades, un tal Guevara, hermano de Alfredo, el presidente del Instituto de Cine, quien en su sarcasmo me recordó mi participación en lo que llamó ``Campamento Perderemos''.
Otros interrogatorios y fichajes debí padecer antes de que me autorizaran a estudiar en el primer curso para trabajadores en el alto centro de estudios habanero.
Ya había aprendido que el mito de la educación gratis resultaba ser bien caro en sacrificios extracurriculares. En la secundaria debí concurrir al primer llamado del plan La Escuela al Campo durante 45 días. Pesadilla que luego se repetiría cada año académico y donde éramos sometidos a un raro régimen de disciplina militar y trabajo semi-forzado en labores agrícolas.
Al llegar a Estados Unidos en 1992, para empezar desde cero esta nueva vida, otros mitos revolucionarios se desintegraron, como aquel de que era imposible estudiar en la universidad por sus altos costos.
La suerte y la generosidad de Martha Franchi, quien a la sazón laboraba para el Condado asesorando a los recién llegados y me puso en contacto con quien entonces era presidente del Campus Wolfson, el doctor Eduardo J. Padrón, hicieron que comenzara a trabajar y estudiar en el Miami Dade College, donde he permanecido durante estos últimos 18 años.
La experiencia en la prestigiosa institución me ha desembarazado de numerosos prejuicios e ideas preconcebidas inculcadas por años de adoctrinamiento, al mismo tiempo que me ha permitido constatar la democracia en acción, con más virtudes que defectos, debo subrayar.
Aprendí, por ejemplo, que el denostado trabajo voluntario en Cuba aquí es un concepto respetado que se esgrime para alentar proyectos a beneficio de la comunidad y no un capricho sin sentido ni rendimiento.
Que el lema ¨la universidad es para los revolucionarios'' es una aberración insostenible que contradice los más elementales preceptos pedagógicos y que no se trata de abrir carreras indiscriminadamente, para cumplir planes vacuos sin aquilatar las verdaderas necesidades profesionales y económicas de la población.
En el Miami Dade College vi a los balseros del año 94 hacerse personas respetables cuando las esperanzas parecían perdidas tras las rejas de Guantánamo. Lo cual ya había ocurrido con los desterrados del Mariel y con casi todos los cubanos que saben, antes de partir de la isla, donde carenar para el comienzo de una segunda oportunidad sobre la tierra.
He visto madres y padres de las Américas que se gradúan con sus hijos, muchos de los cuales son los primeros de sus respectivas familias en lograr el sueño de una educación superior. Personas humildes que llegan al país y la ciudad vilipendiados por sus gobiernos populistas y patibularios para descubrir que la fe en las capacidades individuales renace cuando no median las coacciones ideológicas.
Llegué a Miami Dade College cuando la institución cumplía 32 años. Hoy arriba al medio siglo capitaneada por el mismo humanista pertinaz que me dispensó una sonrisa inolvidable de bienvenida en 1992, la oportunidad de un lugar ideal donde trabajar, al mismo tiempo que me permitía una aventura no exenta de riesgos: mostrar zonas del cine cubano que eran desconocidas en la ciudad, operación cultural que ha obrado milagros de entendimiento y concordia.
oy mis hijos y nietos tienen el cielo como límite y sueño con el día que los cubanos puedan sentarse en aulas como las del College sin otra condición que la capacidad de sus propios esfuerzos y asistan a una universidad para el pueblo sin demagogias ni cortapisas. Hoy rindo justo tributo al lugar donde todos los días hay personas que disfrutan la magia de volver a empezar.
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