El exagente Manuel David Orrio, quien estuvo infiltrado en la oposición pacífica a los Castro, o la irrentabilidad de la delación en Cuba
La información de estos artículos tiene como fuente fundamental a Regla Suárez, quien fuera compañera sentimental durante años.
Manuel David Orrio, o la irrentabilidad de la delación (Primera parte)
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Tal vez no sepa si merece o no tal suerte y, a lo mejor, no quiera pensar por qué.
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Manuel David Orrio renquea su pobreza por las calles de La Habana bajo un restallante sol que le hace más angustioso el andar. Va silencioso, cabizbajo. Quién sabe si recordando tiempos en que la gente creía en él y lo saludaban con afecto y no lo miraban con recelos. Marcha sólo. Lucas Garve, su más cercano amigo de la prensa independiente, no lo acompaña con su risa expansiva y sus chistes sobre la apostura del oficial “Enrique”.
Quizás soñó con un coche refrigerado –Lada, nuevecito- que le otorgara, junto a una medalla que enmohece de olvido, el Ministerio del Interior cubano, para estos días insufribles, en que la empuñadura de su bastón se baña de un sudor pegajoso y el cuerpo le clama por una gaseosa que calme la torridez del verano.
Tal vez no sepa si merece o no tal suerte y, a lo mejor, no quiera pensar por qué. Pero ya no puede fumar cigarrillos de exportación, beber cervezas pagadas en divisas, o regalarle camisas de la shopping a su hijo.
Los tiempos en que llegaban dólares del extranjero para apoyarlo en su lucha por la democracia se esfumaron junto a sus testimonios –baldíos por públicos y resabidos- en los juicios contra quienes lo habían asumido como un amigo, a pesar de las sospechas de soplón que se cernían sobre él.
Así lo recuerda Regla Suárez, quien lo acompañaba en aquellos días, y hoy puede estar rogándole al Cristo del Otero que la haga olvidar los sinsabores de un agrio amor que dejó en La Habana.
Puede, quizás, estar bajo el influjo de un extraño alborozo veraniego, viendo fluir las aguas del río Carrión, mientras, desde un puente sobre arcos de medio punto medievales, deja caer una flor y sueña con el río Almendares.
Pero es feliz -ha asegurado desde Palencia- una pequeña ciudad de Castilla y León, a unos 47 kilómetros de Valladolid, donde fue a parar arrastrada por otro amor que la dotó de visa, un plato sustancioso, un vestido decente y de ese deje cantarín con que los españoles hablan.
Regla Suárez era la esposa de Manuel David Orrio, un informante de la Policía Política cubana travestido de disidente, quien sirvió de testigo en los juicios a 75 opositores y periodistas independientes en la primavera de 2003.
Era un amor farragoso, insostenible -ha contado Regla- y se fue quebrando bajo el peso de una cotidianeidad de penurias económicas y desencuentros afectivos.
Lo que había empezado bien condimentado por los dólares que llegaban desde el exilio, se convirtió en un amargo caldo de bolsillo vacío cuando Manuel David Orrio reveló –o lo obligaron a revelar- que en realidad era el “Agente Miguel” y espiaba e informaba sobre quienes lo suponían un compañero.
Sentí mucha pena por él -ha rememorado Regla- yo lo había asumido como un disidente. Me expuse y expuse a mi hija, a mi familia. Fue un golpe muy duro. A partir de ahí empezaron los problemas, porque no le daban la atención que, yo creía, él merecía por haberle prestado un servicio “a lo que es la revolución”, pero la Seguridad del Estado es así: te utilizan, y luego te abandonan: Yo se lo dije a David en su propia cara.
Él alardeaba entonces de ser un miembro de la Seguridad del Estado, pero moríamos de hambre y dormíamos en un colchón desvencijado -ha narrado Regla- yo tenía que “inventar”, como buen cubano, para mantener la casa porque el dinero que él aportaba no alcanzaba para nada.
Luego se volvió muy agresivo –ha recordado la mujer- los problemas con su madre, con su tía, con su hijo, conmigo, lo sacaban de quicio. Muchas veces tuve que llamar a su Unidad, y hablar con esa gente, para que lo llamaran a capítulo, por último, llamé a la policía y lo metí preso, me agredía constantemente.
El se había acostumbrado a vivir de otro modo con el apoyo que recibía del extranjero -ha contado Suárez-, y quedarse sin esa entrada lo afectó mucho, tanto que comenzó a beber alcohol, a enfurecerse, no podía con nuestra pobreza.
Hoy, desde la distancia, pienso que sí, que alguna vez David fue un disidente auténtico –ha afirmado Regla- pero por cosas de la vida, no sé cuales, y por lo “persuasivos” que son los de la policía política, se comprometió y entonces sentí mucha pena por él, comencé a verlo desarmado, y si no lo abandoné en ese momento fue por pena, por aquello de que se debe acompañar a la pareja en las buenas y en las malas.
Tomado de http://www.martinoticias.com
Manuel David Orrio, la irrentabilidad de la delación (Segunda parte)
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Como disidente me gustaba más. Me sentía identificada con él. Pensaba que, al menos, había alguien capaz de enfrentar al gobierno.
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Espero que venga a decirme dos cosas; una, que te llevas a David preso 20 años, o que David es de la Seguridad del Estado.
"Como disidente me gustaba más. Me sentía identificada con él. Pensaba que, al menos, había alguien capaz de enfrentar al gobierno, alguien que se atrevía a decir lo que sucedía en Cuba".
"Me enorgullecía haber estado detenida junto a él y haber desafiado a la policía, y decirle, “no me voy de aquí hasta que lo suelten”. Pero cuando supe que era un delator, me sentí traicionada".
Regla Suárez habla con desenfado. No parece odiar. A veces ríe. Su recuerdo fluye, más bien, salpicado por un tono de sorna. Quizás le parezca que todo aquello era una comedia mal ejecutada, aunque para muchas mujeres que devinieron Damas de Blanco, haya sido una tragedia que se extendió por muchos años.
"Cuando conocí a David ya él estaba involucrado en esa historia, y yo creía que era un periodista, un opositor. Empecé a sospechar cuando ciertos desconocidos lo visitaban a altas horas de la noche o llamaban por teléfono y preguntaban por “un tal Miguel”, estuve muy cerca de descubrir quién era realmente".
"Un día le dije a David que ese hombre que lo visitaba furtiva, extrañamente, me parecía policía. El lo negó. Pero de repente, el hombre dejó de visitarlo. Mi olfato no me traicionó al final".
"En medio de la barahúnda de marzo de 2003, llegué a mi trabajo consciente de que David era de la Seguridad del Estado. Estaba convencida. Yo vivía cerca de Raúl (Rivero) y ya lo habían arrestado. Me preguntaba, cómo era posible que él estuviera suelto todavía".
"Ese día nunca se me olvida. Veníamos del mercado de Carlos III y yo estaba muy asustada. No se me apartaba del pensamiento lo que pudiera pasar, sobre todo por la mamá de él. Inclusive, él me había dicho que ese día podría ser el último en que cenaríamos juntos. Eso me fastidia.Pasé ratos muy malos. Nunca se me va a olvidar. Aunque pasen cien años lo voy a llevar conmigo. Ya todos estaban presos".
"Días después comenzaron los juicios. El 4 de abril, después de una de las vistas orales -de Manuel Vázquez Portal, Julio César Gálvez, Jorge Olivera y Edel García- (David me había dicho que iría a Güines –un pueblo en las afueras de La Habana- para ver cómo andaban las cosas, cuando en realidad había asistido al juicio como testigo de la fiscalía), un oficial de la Seguridad del estado fue a buscarme a mi trabajo".
-Espero que vengas a decirme dos cosas; una, que te llevas a David preso 20 años, o que David es de la Seguridad del Estado- ha contado Regla que le dijo al oficial aquella tarde.
Tomado de http://www.martinoticias.com
Manuel David Orrio, o la irrentabilidad de la delación (Tercera parte)
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Sin amor y sin amigos se refugió en alcoholes regañones y ropas remendadas. Sus colaboraciones para páginas oficiales no tenían la rentabilidad de sus antiguos textos como periodista independiente.
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Desde aquella primavera la vida de Manuel David Orrio se convirtió en una friolera de pérdidas. El bolsillo magro, las sábanas desoladas, la ausencia de los saludos afectuosos. Sin amor y sin amigos se refugió en alcoholes regañones y ropas remendadas. Sus colaboraciones para páginas oficiales no tenían la rentabilidad de sus antiguos textos como periodista independiente. Sus viejos colegas lo vieron como un traidor y sus nuevos compañeros se cuidaban de confesiones delante de él. Había llegado la soledad y el olvido.
“Ya lo sabía. David era de la Seguridad del Estado. Estaba hundida en la confusión. Sentía rabia y pena. Me creí utilizada. Le reproché no habérmelo dicho.”
“Fui a donde mi madre y le conté. Le pedí consejos. No me quedaban alternativas. Quería abandonarlo. No quería complicaciones en mi vida. Mi madre no opinó. No dijo sí ni no. Me sugirió que le diera tiempo”.
Después de los juicios de abril de 2003 al Grupo de los 75, en los que las condenas oscilaron entre 6 y 28 años de cárcel, ya las Damas de Blanco eran una realidad en las calles habaneras, decenas de intelectuales de todo el mundo alzaban su voz contra los atropellos del gobierno, la Unión Europea se preparaba para aprobar un paquete de sanciones contra el gobierno de la Habana y la opinión pública interna se cuestionaba la validez de tal oleada represiva.
Fue entonces que el Ministerio del Interior preparó una gira por todo el país con los delatores de la Primavera Negra para tratar de contrarrestar la solidaridad que el pueblo, en mayor o menor medida, profesaba por el Grupo de los 75. Regla Suárez acompañó en el viaje a Manuel David Orrio.
“Un día, creo que en Sancti Spíritus, se promovió una conversación sobre la amistad. Alguien había preguntado si un “agente de la seguridad” podía llegar a ser amigo de un disidente y David dijo que sí. Otros, los recalcitrantes, se opusieron y recalcaron –como para que los superiores tomaran nota- que “un revolucionario” no podía ser amigo de “un gusano”.
“Yo creo que David, en el fondo, se sentía mal con haberlos traicionado –al extremo de que él no estaba de acuerdo conque revelaran su verdadera identidad- y que llegó a sentir afecto por ustedes”.
En medio de la discusión, Aleida (Godines) expresó que era imposible la amistad entre un disidente y un agente de la seguridad, y David expuso que el factor humano se imponía y habló específicamente de Lucas (Garve) y dijo que había sido su amigo, y sé que era verdad porque yo creía en esa amistad, y a David –estoy segura- le dolió mucho perder esa amistad”.
“Yo sé que para él fue difícil. Le decía: es que ahora no vamos a ver más a Lucas, ni al Guajiro de Herraduras (Lázaro Raúl González) y él encogía los hombros y no respondía. Yo sé que fue difícil para él”.
“Y es que ustedes eran nuestros amigos. Yo misma dejé mis amistades, y ustedes empezaron a ser mis amigos, y me sentía identificada con ustedes, con lo que hacían ustedes”.
Continuará ...
(las iré posteando según vayan apareciendo las siguientes partes )
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