¿Cómo se hizo Alejo Carpentier de su cultura?
El artículo de Roberto González Echevarría es un bien argumentado y escrito artículo en que el investigador sólo sseñala algo muy interesante en el libro confeccionado con las cartas de Carpentier a su madre, que explica ciertos comportamiento de Carpentier y de la tiranía de los Castro. Roberto González no se muestra cómo el descubridor de esas cartas. Los señalamientos de Miguel Fernández-Díaz son buenos y oportunos, pero no invalida en nada el artículo de Roberto González Echeverría.
Por cierto, se dice que Fulgencio Batista fue miembro del ABC perteneciente a la cédula de un tal Naranjo y que hasta incluso hay una foto de Batista con el tal Naranjo. Fulgencio Batista fue uno de los propulsores de la solidaridad con la República Española. Todo eso se sabe y se comenta, pero no se argumenta y mucho menos se saca a la luz para mostrar hechos que van en contra de la historia oficial Castrista; ese precisamente es, para mí, lo más valioso del artículo de Roberto González Echevarría.
¿Cómo se hizo Carpentier de su cultura?
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Un libro de Wilfredo Cancio Isla aclara algunas interrogantes de Roberto González Echevarría acerca de la correspondencia de Alejo Carpentier.
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Por Miguel Fernández Díaz
Miami
27-02-2012
Al escribir sobre Cartas a Toutouche (Letras Cubanas, La Habana, 2010), el académico Roberto González Echevarría considera que "el descubrimiento más sorpresivo y revelador en este volumen" es que Carpentier "fue militante del ABC, desde París". Sin embargo, la carta en que Carpentier confiesa a su madre: "Yo era, desde hace dos años, el jefe de propaganda del A.B.C en París", había sido publicada, antes de este libro, en La Jiribilla (Número 453, enero 9-15, 2010).
González Echevarría esgrime la militancia política de Carpentier para explicar la animadversión que le dedicara el intelectual comunista Juan Marinello, sin advertir que la organización antimachadista ABC tenía estructura celular secreta y Carpentier dio motivo bastante para granjearse la simpatía del bando rojo, al soltar en la revista Carteles cosas como "¡Menos mal que detrás de ello [la decadencia en Europa], en Alemania, hay seis millones de comunistas organizados!". Ni qué decir de la solidaridad de Carpentier con la España republicana, adonde acudió —con Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita y Leonardo Fernández— como miembro de la delegación cubana al II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (1937) y de donde sacó la serie de crónicas "España bajo las bombas" para la revista Carteles.
González Echevarría lleva mucha razón al decir que la introducción de Graziela Pogolotti y aun la edición de Cartas a Toutouche "no respetan ni las prácticas establecidas en la crítica e investigación ni la verdad", pero este dardo se revira contra él. Quizás la muestra ejemplar sea su juicio de que Pogolotti "dice muy poco sobre el origen y conservación de las cartas, que estuvieron en manos de Lilia Esteban Hierro, viuda de Carpentier, lo cual nos hace sospechar sobre la integridad de la colección". González Echevarría no dice nada acerca de la investigación de Wilfredo Cancio Isla, Crónicas de la impaciencia (Colibrí, Madrid, 2010), que explica cómo la viuda de Carpentier conoció de las cartas por el documentalista Francois Porcil (Canal 7 de la Televisión Francesa), tras encontrarse papelería y objetos personales de Lina Valmont, madre de Carpentier, en el ático de una mansión campestre de Saint Florent Sur Cher. El libro de Cancio Isla precisa también que el "operativo de rescate" de la Fundación Carpentier principió con el viaje de la viuda a París el 10 de junio de 1989, contó "con decisivo respaldo de la embajada de Cuba en París", y el 7 de agosto de 1989 se recibían las primeras cajas.
(Alejo Carpentier, Juan Marinello y Roberto Fernández Retamar. (CUBARTE))
Para disipar sus sospechas, González Echevarría debía haber leído en Crónicas de la impaciencia que la viuda "revisó y sesgó la muestra antes de ser entregada" a la Biblioteca Nacional, como quedó probado —más allá de toda duda razonable— por hallarse algunas piezas del lote de Saint Florent Sur Cher en el hogar de los Carpentier a la muerte, el 11 de febrero de 2008, de Lilia Esteban Hierro.
La práctica de la crítica y la investigación exige sentar lo aclarado antes que dejarlo en penumbras para ahorrarse la referencia a otro. No se puede aludir a "esta colección de cartas que Carpentier le escribió a su madre luego de su partida a París en 1928, motivada en parte por la agitación política de Cuba, (…) pero también por su ambición de abrirse paso en la capital francesa", si en Crónicas de la impaciencia consta bien claro que Carpentier no hubiera cambiado La Habana por París de no haber parado en la cárcel.
Por adscribirse al manifiesto no. I del sindicato de trabajadores intelectuales i artistas de Cuba (sic), Carpentier fue arrestado el 9 de julio de 1927 en el bufete de Emilio Roig de Leuchsenring y se enredaría en prisión (tal como acredita un recorte sin fecha del periódico El Heraldo de Cuba, encontrado en la maleta que dejó Lina Valmont en Saint Florent Sur Cher) al ser tachado de "extranjero indeseable" y no poder alegar otra cosa que, por incidente familiar, ignoraba en qué juzgado de La Habana constaba su inscripción de nacimiento.
Desde 1925 el general presidente Gerardo Machado había decretado expulsar a los "extranjeros perniciosos" y para reforzar las "marcadas tendencias rojas" de Carpentier, la policía machadista podía agarrarse hasta del artículo ("Diego Rivera", revista de avance, marzo 15 de 1927) en que había largado: "No existe actitud digna fuera las extremas izquierdas". Así y todo, Carpentier salió de la cárcel —bajo fianza de 2.000 pesos— gracias a la pirueta jurídica de Enrique Roig, tío de Roig de Leuchsenring, quien acreditó con testigos la falsa ciudadanía cubana por nacimiento de Carpentier. No había indicio de que ambicionara abrirse paso en París ni vendrían al cuento los cabos tirados por el poeta francés Robert Desnos y el poeta cubano Mariano Brull, funcionario de la embajada cubana en Francia, de no haber sido por aquel enredo.
González Echevarría urde un misterio donde no lo hay: "Lo que nunca llegamos a saber leyendo estas cartas es cuándo tuvo Carpentier el tiempo para hacerse de la vasta y profunda cultura que sin duda tuvo, cuándo leyó tanta literatura e historia, dónde aprendió tanto de historia del arte y de la música". Leyendo otras cartas de Carpentier, precisamente a González Echevarría, se da con una pista: "Yo era un muchacho aquejado de asma, bastante huraño y tremendamente solitario, que sólo hallaba alegrías leyendo a los clásicos y cabalgando por las lomas" (Cartas de Carpentier, Verbum, Madrid, 2008, páginas 117-125 passim).
Carpentier daba viajes diarios por ferrocarril desde su residencia rural (primero en El Lucero y luego en Loma de Tierra, cercanas a Alquízar) a los colegios habaneros de Candler y Mimó. Así tuvo tiempo adicional para leer textos que los profesionales de las artes liberales —como el padre de Carpentier: el arquitecto francés Georges Julien Carpentier— tenían a mano en La Habana. El manuscrito autobiográfico del joven Carpentier Divagaciones de Fernando Bertraud (ca. 1922) confirma que se habilitó por lectura intensa tanto para iniciar su carrera en letra impresa con el artículo "Las dos cruces de madera" (El País, 5 de noviembre de 1922), bajo el seudónimo Lina Valmont, como para encargarse bajo su propia firma de la sección "Obras Famosas" en el diario La Discusión, que principió el 23 de noviembre de 1922 con reseña de la novela histórica de Pompeyo Gener Pasión y muerte de Miguel Servet. No en balde los minoristas se atrevieron enseguida a considerarlo "el benjamín del grupo".
En Cartas a Toutouche no hay ni secreto político revelado —la militancia de Carpentier en ABC se sabía de antes— ni secreto intelectual por revelar, porque "el cómo y el por qué" que González Echevarría no encuentra allí "ni en ninguna otra parte" está en el hombre (Alejo Carpentier, a la vez empollón y talentoso) y su circunstancia (el contexto intelectual libresco de La Habana poscolonial).
De cuando Carpentier le escribía a su madre
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