viernes, febrero 03, 2012

Luis Manuel García Méndez: Carné de héroe. En 1959, con el triunfo de los nuevos héroes, comenzó en Cuba el reparto de privilegios

Nota del Bloguista

El ya fallecido Carlos Franqui en su libro Camilo Cienfuegos. El héroe desaparecido se lee lo siguiente:

¨Fiestero, guarachero, rumbero, pachanguero, comilón, amante*, Camilo siempre se divertía. ¿ Cómo se las arreglaba Camilo con su sueldo ridículo para llevar aquella vida frenética ? Por aquellos días, el Che Guevara había puesto a los comandantes rebeldes un sueldo de 125 pesos. ( Fidel Castro y los otros ministros ganaban 750) pero con aquella cantidad no se podía vivir . Aquello era una locura. La mayoría de los luchadores clandestinos tenían su apartamento, vivían generalmente en lugares alquilados, otros, con sus familias, y para aquel entonces a todos les pareció natural ir a vivir modestamente. Faustino Pérez, ministro de Recuperación de Bienes, era austero y luchaba por que aquellas residencias abandonadas por los jerarcas batistianos, que habían huido precipitadamente, el 31 de diciembre de 1958, no fueran ocupadas por los Rebeldes.
Había un problema con los comandantes serranos del interior, que no vivían en La Habana, y Raúl los mandaba a instalarse, a profanar, decía él, residencias lujosas, en pugna con Faustino.
Camilo vivía prácticamente en Columbia y disfrutaba de todo sin tener que pagar por nada debido a la simpatía que despertaba. Por aquellos días surgió una solidaridad espontánea hacia los barbudos. En las guaguas (autobuses) no les cobraban , y como siempre ocurre en Cuba, surgió el primer chiste: Un tipo lampiño. Y cuando el guaguerovino a cobrarle, el tipo lampiño, abriéndose la portañuela, exclamó: ¨Servicio Secreto.¨
No sólo en las guaguas, en los restaurantes, comercios y en muchos otros lugares, no les cobraban a los rebeldes, les fiaban, les daban grandes créditos. En medio de aquella desorganización, se sabía que muchos de los guerrilleros no tenían sueldo todavía. Aunque todos eran muy dignos y no pedían nada, la bola se corrió y la gente, por solidaridad, no les dejaba pagar. Y en caso de gastos mayores, les ofrecían grandes créditos a pagar en largos plazos.¨

La realidad no es esa situación idílica como la escribe Carlos Franqui. Había de todo: unos no les cobraban por simpatía, otros por miedo a ponerse ¨en mala ¨con los nuevos dueños del país, otros para comprarse ¨la protección¨de las nuevas autoridades, etc. Habían soldados rebeldes dignos, pero no pocos de ellos se sentían los ¨sheriff¨ y se sentían con derecho a todo, incluyendo a que las mujeres se rindieran ante ellos. En la Cuba de los Castros exageran en las novelas y programas radiales y televisivos, a los policías de Batista como abusadores de comerciantes que le exigíangratuitamente tabacos, cigarros, etc. a los comerciantes cuando realmente había también de todo.

Por cierto ¿ Fidel o Raúl Castro han pagado alguna vez algún servicio?
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Tomado de http://www.cubaencuentro.com


Carné de héroe
(Fragmento. El artículo completo puede ser leido haciendo click en el enlace)


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En 1959, con el triunfo de los nuevos héroes, comenzó en Cuba el reparto de privilegios
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Por Luis Manuel García Méndez
Madrid
01/02/2012

En 1959, con el triunfo de los nuevos héroes, comenzó en Cuba el reparto de privilegios. Discrecional, sin necesidad de una Ley de Agradecimiento ni de un carné de héroe, dado que institucionalizar los privilegios habría sido incompatible con la teoría de que aquellos hombres y mujeres habían arriesgado sus vidas en beneficio de la patria y no de ellos mismos (lo cual es cierto en la mayor parte de los casos), y habría obligado a un reparto más equitativo del botín que, al final, se distribuyó entre un selecto grupo de combatientes, una antología de héroes que, en la práctica, no fueron premiados por su valentía sino por su obediencia a toda prueba.

La cubana fue la primera revolución televisiva. Fidel Castro empleó profusamente el nuevo medio de comunicación, no solo para seducir con su discurso a la población, sino para crear una imagen que perduraría durante decenios en el imaginario de la izquierda. Un culto estalinista a la personalidad que abrumara de estatuas a los cubanos habría dañado esa operación de marketing, de modo que ese culto ha sido en Cuba igualmente absoluto, pero dejando mínimas evidencias. Del mismo modo, un reparto explícito del botín, en un continente donde todos los dictadores lo hacen, habría sido contraproducente, como admitió el propio Fidel Castro en 1973.

Varios estudiantes de la Universidad de Oriente eran por entonces compañeros y amigos del hijo del comandante Guillermo García, a la sazón capo provincial. Tras acudir varias veces a casa de su compañero, los estudiantes denunciaron los privilegios que se disfrutaban en esa casa, en contraste con el discurso oficial que blasonaba de igualdad e instaba al sacrificio. El propio Fidel Castro insistió en reunirse con los estudiantes en asamblea y tras pulverizarlos con un discurso sin derecho a réplica, concluyó que el mayor error del comandante Guillermo García no era disponer de bienes o recursos que el resto de los cubanos ni soñaba, sino permitir la entrada en su casa de esos estudiantes traicioneros y malagradecidos.

A menos que sea políticamente recomendable para mover el tablero de la política doméstica, la corrupción, el cohecho, el nepotismo, la malversación y el abuso de poder son siempre menos graves que su divulgación. Y eso no es una enfermedad tardía del totalitarismo cubano.

En 1959 el viejo Partido Socialista Popular nombró auditor del recién creado Ministerio del Interior a un tío abuelo mío. Su primera tarea fue inventariar los bienes del ministerio, entre ellos los bienes incautados a los jerarcas del batistato. Más tarde, fue comprobando personalmente las existencias. Una vez concluido el trabajo, solicitó una entrevista al ministro, a quien se quejó. Cientos de casas, automóviles, equipos de aire acondicionado y mobiliarios completos habían sido usurpados para su propio beneficio por los oficiales. Y le entregó una lista detallada de esos deslizamientos de la cosa pública a la cosa nostra. El ministro echó un vistazo a la lista y, en pocas palabras, le ofreció una lección magistral sobre los conceptos de Inversión, Riesgo, Dividendos y Ganancia. Según él, quienes habían invertido en la guerra sus vidas, a riesgo de perderlas, tenían derecho a obtener más dividendos de la victoria que quienes conservaron a buen recaudo ese capital. Sin inversión, no hay riesgo, y sin riesgo, no hay ganancia. Esa tarde, mi tío abuelo descubrió un Karl Marx ventrílocuo. La voz que salía de sus labios cerrados era la de Milton Friedman. Había intentado hacer justicia, aun cuando no fuera políticamente correcta, y le ajusticiaron el resto de su existencia. Hasta entonces, él era un místico de la revolución proletaria y ya se sabe que los místicos siempre fueron tratados con recelo por los sacerdotes de la fe, los mismos que organizarán su canonización después de muertos. Los cadáveres no dan sorpresas. Desde entonces hasta el día de su muerte, mi tío abuelo despachó gasolina en una estación de servicio. La noche de su velorio, aparecieron dos trabajadores de uniforme y colocaron junto al féretro una corona que contenía, ella sola, más flores que todas las demás juntas. Demostración cuantitativa de amor que venía acompañada por una cinta: De tus compañeros del Partido que nunca te olvidaremos. Supongo que, efectivamente, si pasaban con frecuencia a llenar los tanques de sus coches oficiales en la gasolinera de mi tío abuelo, les sería muy difícil olvidarlo.

Pero ni siquiera quienes invirtieron en la guerra sus vidas, a riesgo de perderlas, recibieron el mismo trato. Los conceptos de Inversión, Riesgo, Dividendos y Ganancia a los que aludía el ministro estaban trucados. En 1993 se fundó la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, que “aglutina en una sola organización social a más de 330.000 cubanos de todas las edades, quienes han estado en las líneas del frente de las batallas revolucionarias desde la década de 1930 hasta el día de hoy”. A finales de diciembre de 2011 un grupo de veteranos de Santiago de Cuba, ante las deplorables condiciones en que viven sin ninguna ayuda gubernamental, y “ante la falta de respuesta de las autoridades”, han elevado sus denuncias a la prensa no gubernamental.

Por muchas razones, comunes a todas las sociedades sometidas a sistemas totalitarios —control absoluto, represión desmedida, poda de los vínculos entre la disidencia y su base social, minado de todos los grupos por agentes y chivatos, brigadas de acción rápida, control absoluto de los medios y la elevación del miedo a sistema de gobierno—, aunque hoy la mayor parte de la población descrea de sus gobernantes, los grupos de la disidencia en Cuba no pasa de algunos miles de miembros, a los que se suman blogueros y periodistas independientes. Su mera existencia es doblemente heroica, dadas las circunstancias y el permanente acoso del que son víctimas.

Como es lógico, el día después muchos cubanos dirán en voz alta lo que de momento cuchichean en familia, alguno intentará blasonar de una disidencia tan clandestina que nadie la conoció en su día. Se producirá el reciclaje a demócratas y las más variopintas excusas para actitudes inexcusables. Aunque parezca increíble, habrá quienes se parapeten tras la buena fe o la ignorancia. Y, de un modo u otro, todos serán llamados a reconstruir el nuevo país, que no será posible sin la colaboración de todos los cubanos. Quienes hoy arriesgan su integridad y su vida no necesitarán carnés de héroes. Ya lo han obtenido en el tribunal sin apelación de nuestra memoria.

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