sábado, mayo 05, 2012

En memoria de la gran pianista Zenaida Manfugás. Zenaida Manfugás, manos de luz sobre el teclado y La fuga de una divina diva


Zenaida Manfugás, manos de luz sobre el teclado

Esta es quizá la última entrevista que concedió la destacada intérprete cubana, que acaba de fallecer

Por Baltasar Santiago Martín
Miami 
04/05/2012 

Zenaida Manfugás, una de las pianistas más respetadas y admiradas por los cubanos y en el mundo, nació en Guantánamo, ciudad pródiga en talentos aunque no tan reconocida por ello como Matanzas o Guanabacoa. Gracias al apoyo y visión de su madre, gran pianista y una adelantada de la pedagogía moderna, pudo descubrir desde temprano su vocación por el piano, pues su progenitora se empeñó en enseñar a todas sus hijas a tocarlo a partir del mismo día en que cumplían los 5 años, y ya a los siete, Zenaida tocaba dos conciertos: el de la Coronación y el Primero de Beethoven.

En un medio hostil, indiferente, clasista, y por ende, racista, transcurrieron nueve años de lucha y batallas, y al fin, ya adolescente y gracias al tesón obsesivo del Maestro Gonzalo Roig —que la apoyó sin reservas, al igual que Ernesto Lecuona—, debutó en 1949 como pianista en el Anfiteatro de la Avenida del Puerto, con la Banda Municipal de La Habana tocando el Concierto en La Menor de Grieg, con un arreglo del propio maestro Roig.

El maestro Gonzalo Roig afirmaba que Zenaida era la mejor intérprete de la música cubana y una de las mejores pianistas que había dado Cuba, y el propio Lecuona la consideraba también como la mejor intérprete de su música, por el especial talento con que ejecutaba sus composiciones.
(Zenaida Manfugás)

Gastón Baquero escribió en las páginas del Diario de la Marina: “Zenaida Manfugás interpreta ya a los grandes maestros con tanta alma, con tanta elegancia, que no se necesita ser un técnico de la apreciación musical para comprender que se tiene delante a una promesa genuina”. Y añadía: “Conmovía verla ante el piano, desarrollando la difícil y austera estructura de un Hayden, o la tremenda espiritualidad de Federico Chopin”.

Cursó luego estudios en el Conservatorio Municipal, y obtuvo una beca del Ministerio de Educación para estudiar en España, pero pasaron más de 3 años antes de que pudiera viajar.

En 1952 matriculó al fin en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde tuvo como profesor, entre otros, al reconocido Tomás Andrade de Silva. En la Madre Patria tuvo en 1955 a su único hijo, Andrés Montes, que con los años se convertiría en uno de los periodistas deportivos más populares de la radio y la televisión en España, fallecido en el 2009, a los 53 años.

En España, Zenaida logró realizar todo lo que no pudo hacer en su país natal, donde, a pesar de contar con el apoyo de músicos del prestigio de Gonzalo Roig y Ernesto Lecuona, encontró muchas trabas por su condición de mujer, negra y pobre.

En 1958 regresó a Cuba, donde desarrolló una significativa actividad como pianista, y en ocasiones acompañó a las mejores orquestas clásicas como la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta de Cámara Nacional. Fue muy aplaudida también en todos los países en que se presentó, tanto en Europa como en Asia.

Radicó su residencia en 1974 en Estados Unidos, donde se ha presentado en plazas tan selectas como el Carnegie Hall de Nueva York, y también trabajó como solista con la Orquesta Sinfónica del Nuevo Mundo, radicada en Miami Beach.

Fue además profesora del Kean College, de Nueva Jersey, donde impartió clases de Historia de la Música y grabó varios discos en vivo, sin el apoyo de ningún sello disquero, donde están recogidas algunas de sus magníficas interpretaciones de los compositores cubanos cuya obra tanto ha contribuido a divulgar.

Hace ya más de cincuenta años el destacado intelectual cubano Jorge Mañach escribió en el Diario de la Marina: “Antier, en la Casa Cultural de las Católicas, Zenaida Manfugás tocó ‘como los ángeles’ en más de un sentido. Quiero decir que se hizo ella misma incorpórea, mera presencia musical. Ni siquiera se deslizaron en sus modos de interpretación aquellos acentos que una crítica sobreaguda suele asociar a su raza —la exuberancia, la voluptuosidad en el regodeo melódico, cierto íntimo patetismo superpuesto. Fue (hasta donde se le alcanza a quien sabe poco de estas cosas) música de una gran sobriedad, castidad, pureza interpretativa; esa música que no cae en los engreimientos a medias y que, por consiguiente, sólo se escucha en la etapa reveladora o en la etapa ya muy gloriosa de los grandes talentos”.

En los últimos años de vida de Manfugás, todos esos atributos de la pianista refrendados por Mañach continuaron intactos; después de escucharla, si la música es la voz de Dios, no quedaban dudas de que las manos prodigiosas de Zenaida sobre el teclado eran las cuerdas vocales de su garganta.

Zenaida, desgraciadamente el racismo que tanto la afectó al inicio de su carrera todavía no ha desaparecido de la mente de muchos cubanos ni de la sociedad actual, ¿cuál fue su recurso para lograr imponerse en aquella época tan clasista y prejuiciosa, y que los jóvenes talentos negros de hoy pudieran tomar como ejemplo a seguir?

Zenaida Manfugás (ZM): Mi madre siempre nos decía: “Los pies en la tierra y la cabeza en las alturas”, a lo intermedio no hay que hacerle mucho caso, para que nada te distraiga en el logro de tus metas, y creo que así fue como logré imponerme.
¿Quiénes son sus héroes de la vida real?
ZM: Admiro a Martin Luther King, que con su filosofía de la “no violencia” —a diferencia de Malcolm X—, fue el que consiguió la victoria en la lucha por los derechos civiles de los negros norteamericanos.
¿Cuál considera que es su mejor cualidad?
ZM: La sencillez, creo que esa es mi mejor cualidad.
¿Hay algo que se reprocha en la vida?
ZM: No haber podido grabar discos profesionalmente para que quedara registrada así mi música para la posteridad, pues las pocas grabaciones que tengo fueron hechas con una grabadorita “miki maus”, no con un sello disquero en un estudio con todas las condiciones adecuadas.
¿Quiénes son sus compositores preferidos?
ZM: “Las tres B”: Johann Sebastian Bach, Beethoven y Johannes Brahms, y Federico Chopin, que fue un innovador del Romanticismo.
¿Quiénes son sus escritores favoritos?
ZM: Mis autores preferidos son José Ortega y Gasset, y Miguel de Unamuno. Prefiero leer a tocar música; entre la lectura y la música, me quedo con la lectura.
¿Cuál considera que ha sido mayor logro personal?
ZM: Quieran o no quieran, yo pertenezco a la cultura cubana.
¿Cómo le gustaría que la recordaran?
ZM: ¿Y usted cree que me van a recordar? Ojalá que de verdad me recuerden, por mis interpretaciones y por mi personalidad, todo el que me trata me quiere.

Esta entrevista salió publicada originalmente en el blog Gaspar, El Lugareño.

© cubaencuentro.com
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La fuga de una divina diva

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Zenaida Manfugás deja muchas anécdotas de su ingenio y escasas grabaciones de su maestría como intérprete.



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Por Nivia Montenegro
Claremont, California 
06-05-2012

Hace solo un par de días falleció Zenaida Manfugás, la gran pianista cubana, magistral intérprete de nuestro repertorio, al que supo infundirle los ritmos, pausas y cadencias que se respiran en la Isla. Era, además, una pianista de talla que desbordaba energía y se sabía al dedillo a Brahms, Bach y Beethoven, sus autores predilectos.

Tuve la suerte de escuchar y conocer a Zenaida en una visita que hizo a Los Ángeles, California, a mediados de la década de los 90, invitada por el antiguo Club de Cultura Cubano-americana para una de sus galas anuales. Recuerdo como si fuese hoy el olor a tiempo y dobleces que destilaba el largo vestido ocre con el que debutó, su pelo recogido en un austero moño y el inseparable collar de perlas que la acompañaba.

Recuerdo también su imponente presencia musical, atada en aquella ocasión a un piano de circunstancias que no le hacía justicia a las manos que lo tocaban. Fue en ese mismo instante, viéndola, escuchándola y sintiendo con ella la disminución que significaba tocar de ese modo, que decidí que en cuanto pudiera la invitaría al plantel en el que enseño. Quería verla desquitarse de aquella cita con aquel desairado instrumento musical.

Fue así que Zenaida vino a Pomona College en la primavera del 2000 a ofrecer un concierto en el que ilustraba el desarrollo de los géneros musicales cubanos en el siglo XIX y XX. En apenas unos días trabamos una relación de amistad, teñida en mi caso por una inmensa admiración hacia aquella mujer negra, bajita y de provincias que tuvo que luchar toda su vida y en todas partes con los obstáculos que el color de su piel, su calidad de mujer y también su personalidad inspiraban.

Ni que decir que el concierto fue todo un éxito y aun entreveo a algunos miembros del público tarareando un danzón o emocionándose ante algunas de las composiciones de Lecuona, a quien le dedicó toda la segunda parte de su interpretación.

Zenaida no tenía pelos en la lengua; más bien diría que poseía la tersura de un pubis angelical. Todo, absolutamente todo, lo decía a plena voz y dondequiera que se encontrara, desde efluvios corporales que no le permitían concentrarse en la pieza que ensayaba (sin eufemismos) hasta la blandenguería musical de alguna antigua alumna. Si alguien se asombraba de aquella libertad expresiva, Zenaida de inmediato alegaba: "Yo soy negra como el totí, pero transparente como el agua".

Tenía innumerables anécdotas de su amistad con Lecuona y también de los difíciles comienzos en La Habana, donde muchas veces la juzgaban por la tonalidad de su piel y no la de sus interpretaciones. Escuchar a Zenaida hablar de su madre, de su vida en Baracoa, ciudad aislada y comunicada con el resto de la Isla a través de viajes marítimos, era ir de su mano en un entrañable viaje a la semilla que nos llevaba a las raíces ancestrales de nuestra cultura. Crombet, uno de sus apellidos, la emparienta con las guerras de independencia de Cuba, en el siglo XIX, en la que participaron gran número de cubanos negros, entre ellos Flor Crombet, quien perdió la vida al desembarcar con Antonio Maceo en 1895.
(Zenaida Manfugás)

Estando Zenaida en California, el film Buena Vista Social Club comenzaba su arrollador apogeo. Y, por truculencias del azar, como diría Reinaldo Arenas, el productor del disco en el que se inspira el documental, Ry Cooder, escuchó hablar del concierto de Zenaida y quiso venir a conocerla. Llegó a casa una tarde con su mujer y se pasó un buen rato escuchando a Zenaida. Mientras ella tocaba, Cooder la escuchaba, cerrados los ojos en una especie de éxtasis artístico, para poder disfrutarla mejor me imagino, mientras que su mujer, los ojos muy abiertos,  parecía tener la vista innata de una cazadora de talentos.

Zenaida se ilusionó mucho con la posibilidad de ser grabada por Ry Cooder, pero después de muchas expectativas, no sucedió nada. Creo que se debió, en gran parte, a que Zenaida no poseía "la mística de la Isla". No era igual grabar a una cubana negra, de Nueva Jersey, que a unos músicos recién "redescubiertos" detrás del telón revolucionario. Zenaida no llevaba ningún club de pintura descascarada a sus espaldas ni parecía dispuesta a ser redimida musicalmente. Era pura interpretación, pura vida musical sin argumentos románticos ni existenciales.

En una de sus últimas entrevistas, realizada en Miami con motivo de un homenaje a la pianista, Zenaida aún hacía de las suyas. A una pregunta de la entrevistadora, quien le hablaba de su estadía en España, donde Zenaida residió varios años, la entrevistadora utilizó la frase "la Madre Patria" para referirse a ese país. Zenaida la paró en seco y ripostó sin pestañear: "los negros no tenemos madre patria... si acaso madrasta, ¡y mala!". Y poco después, al referirse a su edad y sus dolencias, algunas graves, Zenaida añadió, con su habitual ironía, que a ella iban a tener que matarla a latigazos.

Esas chispas de ingenio, con aguzado sentido histórico que dibujaban de un trazo el lugar y situación de la población negra de Cuba, dejaban a algunos incómodos, pero eran una muestra de la agudeza mental y la personalidad arrolladora de Zenaida Manfugás.

Espero que sus muchos arreglos de piezas cubanas, y en especial los que tenía de Ernesto Lecuona, reciban la atención que merecen y sean depositados en algún archivo de la música cubana. Debido a su amistad y colaboración con el compositor, Zenaida conocía muy bien arreglos e interpretaciones de Lecuona que el compositor, siempre de prisa, no anotaba. En ese sentido fue no solo intérprete, sino también depositaria del legado de Lecuona, quien murió en España y cuyos restos descansan en EE UU.

No puedo dejar de acordarme ahora de otra figura musical cubana, muy diferente pero también genial, a quien Guillermo Cabrera Infante rindiera homenaje en su Tres tristes tigres: me refiero a La Estrella, la inmensa cantante de boleros que murió dejando solo una grabación. Zenaida deja una honda huella en la interpretación de la música cubana, pero escasas grabaciones.

Es de lamentar que una figura de su importe haya transitado por nuestra cultura en semejantes condiciones. Ya sea por el desmembramiento a que se halla sujeto el exiliado, por su manera de afrontar obstáculos, o por su obstinada y frontal honestidad, aquellos de nosotros que tuvimos el privilegio de disfrutarla y conocerla, sabemos que se merecía más y nos sentimos mermados.

Duele que una presencia musical de tanta vitalidad y relieve, que glosaba con maestría épocas y estilos del hacer musical, desaparezca de este modo. No me refiero, por supuesto, a su muerte, sino al vacío que supone el que una voz de ese calibre haya quedado, por falta de grabaciones, reducida al silencio.