martes, enero 01, 2013

Nicolás Águila sobre el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959: Del teque al acabose




Del teque al acabose

Por: Nicolás Águila
31 Dic 2012


Esto no es el acabose. Es el continuose del empezose…”.
Mafalda / Quino

En un principio fue el teque, el discurso interminable y el cuento de la buena pipa. Un desfile de barbas, pero una sola voz. Un ego enorme por todas las emisoras en cadena y los canales de televisión encadenados. Era el mesías en el país de la siguaraya que nos tomaba la sala por asalto y se adueñaba del televisor y de nuestras vidas. El patrón de prueba se convertía en el último refugio del televidente, en la pausa que refresca o en el breve espacio en que no estás, aunque todavía no asistíamos al acabose. Era apenas el desbarajuste inicial del empezose.

Se acabó la diversión, pero el que mandó a parar no paraba de mandar. Ni de hablar. Su incontinencia oratoria nos mareaba a todas horas y batía todos los récords. Tan bonito que habla, suspiraba una vecina que lo comparaba con Cristo cuando aún no le pedía al cielo su crucifixión. Se había pasado de la euforia a la histeria y de la histeria a la demencia colectiva. Hombres y mujeres sucumbían rendidos a su flechazo y hasta hubo quien se desmayó cuando la paloma se le posó en el hombro con la mansedumbre del Espíritu Santo. Y en vez de hacerle la gracia en la estrella del rombo rojinegro, le entonó un cucurrucucú de bienvenida. Se equivocó la paloma.

“Que me pongan en la lista”, desafinaban coreando el primer éxito del repertorio ñángara. O cuando no, aplaudían a rabiar pidiendo la efe que fascina. Y él se sintió todopoderoso y tutti frutti, Changó disparando el rayo y Júpiter tronando el trueno desde la tribuna omnipotente. “Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella”, soltó su cursilería de abogado sin pleito y se echó en el bolsillo a un país ávido de verdades fáciles. Se equivocaba de nuevo un pueblo equivocado.

Tiraron los caracoles y mírala qué linda viene. Salió majarete, champola y pulpa de tamarindo. Pero no vieron que la letra del año, además de entrar con sangre, venía entreverada de una baba espesa. ¿Elecciones para qué?, si democracia es esta que sacude la mata, le da un palo al imperialismo y le hace un hijo macho al terrateniente. Se abría la sandía verde que te quiero roja y al que asome la cabeza duro con él. Solo se habían fijado en el color por fuera. Se equivocaron también los babalaos y las siete potencias africanas.

Y se equivocó hasta el pipisigallo. Empezaron siquitrillando a los burgueses, mamita qué pachanga. Y luego todo el mundo contra la pared. O contra el paredón. O bocabajo, o de rodillas o en cuatro patas. O de cara al campo y de culo al mundo. Y vengan movilizaciones. A las quimbambas. A la caña. A la cañona. A paso de conga y sonando el cuero. A la recogida de café. A la marcheré. A las recogidas de La Rampa, que el trabajo los hará hombres, pajaritos bitongos. Monte y no pregunte, que esto va completo a Camagüey, la provincia misteriosa donde se cayó una avioneta que nunca apareció. Venid y vamos todos con flores a Camilo, que nos tocan los huevos por la libreta. Pero eso era solamente el continuose del empezose que decía la genial Mafalda.

Un día se llenaron los estadios y teatros de un extraño público en prisión preventiva a punta de bayoneta, presos por el delito de ser o no ser, o por si acaso sea que no son, o porque los gusanos son como son y los que no lo son se les parecen. Adiós al hábeas corpus y a la fianza. Adiós, Lolita de mi vida. Nos quitaron hasta el derecho al pataleo. Abajo y de un solo tajo. Y al que no le guste que tome purgante. Era el mismo continuose, pero con una sobredosis de sulfato a cuncún.

El futuro luminoso se nos volvía un eterno presente de apagones, una larga noche sin lucero del alba y una vaca punto fijo en primera plana. Mientras los pioneritos de las patrullas clic cantaban a coro Noches de Moscú, todo se nos volvía tenebroso incluso en sentido literal. Todo se ensolvía en la nada total del todo totalitario. Todo en menos de un quinquenio, que así se contaría a partir de entonces el tiempo destructivo. Y todo se nos ponía a noventa, lo mismo el chicle y la coca-cola que el guarapo y el coquito prieto. Si hasta Felo, el miliciano empercudido, se puso a gusanear bonito después que vino seco del monte y con una clavícula desencajada. Fue de los primeros en salir en el sálvese quien pueda de Camarioca, la primera estampida con rumbo a la Yuma y ojos que te vieron ir. Cada vez se veía más claro que no había modo de salir del empezose. El continuose no era más que una vuelta al punto de partida, siempre más atrás y más cerca del acabose, oscilando entre el cero, el infinito y el número ocho de una utopía descabellada.

Ahora sí que nos habían casado de verdad con la mentira, después de dormirnos con el cuento ruso de un modelo de sistema que nunca acababa de despegar. Y mientras nos atosigaban de consignas, nos reinventaron un país de guardias y reuniones, de colas y atropellos, de chivatos y farsantes. Una sociedad que retrocedía hacia delante y avanzaba hacia atrás. Una isla larga y triste, aburrida, pauperizada, carcelaria, inhabitable, siempre atrapada en el continuose del empezose… En un principio fue el teque, pero luego creció sato el marabú. Que es la mata del acabose.