Rosa María vive
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Vuelve Rosa María sin escoltas ni escándalo mediático, vulnerable y sonriente, acariciando su cruz incansable.
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Por Orlando Luis Pardo Lazo
abril 15, 2013
Mañana al amanecer Rosa María Payá vuelve a Cuba, tal como lo prometió en el aeropuerto de La Habana dos meses atrás. Su palabra, contrario a lo que es habitual en Cuba, vale.
Vuelve Rosa María sin escoltas ni escándalo mediático, vulnerable y sonriente, acariciando su cruz incansable, de vuelta a su ya clásica casita de la calle Peñón, junto al parque Manila al que nunca regresarán su padre Oswaldo Payá Sardiñas (1952-2012) ni su amigo entrañable Harold Cepero Escalante (1980-2012). Ambos líderes del Movimiento Cristiano Liberación, ambos muertos un domingo atroz de julio pasado a manos de desconocidos y en un lugar todavía incierto de Cuba, dado que la versión oficial se ha hecho insostenible tras las evidencias y testimonios expuestos al mundo por Rosa María Payá sin necesidad de alzar su voz. Ante la gritería grosera de todo totalitarismo de Estado, la voz de una ciudadana cubana dejada huérfana de amistad y amor.
Vuelve Rosa María Payá a la tierra donde se corrompen los restos mortales de la dirigencia mártir del Movimiento Cristiano Liberación. Vuelve viva y con ganas de resucitar el deseo sagrado de vivir en la verdad en una sociedad socialista, tan atacada de pánico e hipocresía. Rosa retorna y retoña en Cuba sin ninguna enfermedad cómplice de nuestro oficialismo octogenario. Vuelve sin ínfulas de violar las leyes del tránsito o declararse en huelga de hambre. Vuelve inflamada de vida y libertad. Vuelve ella, con L y L, tal como un viernes de febrero último ella voló.
La Seguridad del Estado cubana no contaba en absoluto con sus 24 años recién cumplidos de resistencia ante el horror en que hemos abandonado a la familia Payá-Acevedo. Una familia que todavía recibe las amenazas anónimas de que “antes de que caiga la Revolución, te vamos a asesinar”. Y, en efecto, hay mucho de eso en la retórica reumática de la Revolución: anonimato, miedo a tener un rostro más allá del de Fidel y Raúl (nuestro juicio de Nuremberg será de formato mínimo).
Mañana al amanecer Rosa María Payá quedará fuera de las manos mediáticas de comisiones de derechos humanos y parlamentos solidarios y ONGs y gobiernos demócratas. Porque en Cuba son solo los cuerpos los que cuentan, y el nuevo rostro del Movimiento Cristiano Liberación, sin vocación de sacrificio, vuelve a una patria perversa que, como hace apenas unos meses, puede que no la deje viajar otra vez. Puede que nunca veamos su gesticulación pausada, sin la arrogancia inverosímil de nuestros caudillos. Puede que nunca más oigamos le ternura vehemente de su valor. En este sentido, habría que decirle a tiempo un adiós del alma a Rosa María Payá.
Lo principal aquí radica, por supuesto, no en su imagen virtuosa, sino en el legado de una obra aun pujante y posible en las iniciativas ciudadanas del Proyecto Varela, el Proyecto Heredia, El Camino del Pueblo, y tantas otras propuestas concretas que reducen la impunidad del gobierno cubano, al forzarlo a acatar su propia legalidad para transformarse según la voluntad popular. Un esfuerzo de decenas de miles de ciudadanos que sigue siendo ignorado por nuestro inoperante Parlamento nacional, órgano de gobierno que al parecer prefiere apostar por su suicidio de cara a un futuro de transición.
Es precisamente ese silencio intimidante, es esa impunidad insultante al margen incluso de la moral, es esa mudez malvada de mentiras y muerte, la bienvenida con que las autoridades de La Habana acechan ahora a Rosa María Payá. El Estado cubano continua sordo hasta la insolencia. Su lógica operativa no es para nada institucional, sino de secta secreta.
En consecuencia, cualquier desmán es esperable contra ella y su familia, tanto dentro como fuera de la Isla, ahora o dentro de la sobrevida de una década en que torturaron ante sus ojos de niña a su propio papá. Nada es desestimable en esa caldera criminosa donde los activistas más incómodos de la oposición cubana han sido, son, y serán convertidos de cuerpos en cadáveres.
Mundo, mira mejor.
Rosa María Payá hoy vive.
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