Raúl Rivero sobre Cuba: Jueces con gorra
Por Raúl Rivero
La experiencia de los ciudadanos que han vivido en países controlados por los comunistas enseña que ese sistema no trata de imponer la ley y el orden mediante la administración de la justicia. No. Lo que se administra con eficacia en esas geografías es la capacidad de las cárceles, la seguridad de las cercas de púas de los campamentos de castigo, la cuantía de las multas y la intensidad de la armonía entre la represión y el miedo.
Se vigila las 24 horas del día a los eventuales infractores y, con el mismo celo, se vigila a los vigilantes para que nada quiebre la lealtad política que debe comprometer a los últimos policías y a los primeros jueces. En Cuba, una de las dos últimas trincheras del socialismo real en el mundo —la otra es Corea del Norte— se puso en marcha esta semana una iniciativa creadora que unifica las funciones de las comisarías y los juzgados.
Es un decreto-ley que modifica el Código Penal y permite que los agentes de la policía investiguen, califiquen los delitos, juzguen y sancionen a cualquier individuo. Así es que con esa medida el Ggobierno le añade un birrete al uniforme de la policía. El mismo hombre que con una pistola al cinto arresta a una persona en la calle, la juzga después en la estación de policía y está facultado para imponerle una multa de hasta 7.000 pesos cubanos (24 por un euro).
Para los juristas independientes cubanos el decreto tiene el propósito de reducir la población penal del país, que es la sexta mayor tasa del mundo en relación con el número de habitantes. Pero consideran que los policías no están capacitados para calificar un hecho, juzgarlo y gravar con multas altísimas a quienes reciben un salario promedio de unos 400 pesos.
Estos nuevos jueces que patrullan las ciudades y el campo se ocuparán de pequeños hurtos, raterías, asaltos, broncas por drogas y alcoholes pendencieros, estafas, marañas del mercado negro y delitos de la pobreza con un componente esporádico de surrealismo como el robo este verano de una jirafa, cuatro monos y un poni de un zoológico habanero y un ñandú en el de Santiago de Cuba.
La vida dura y extraña de un sector de la sociedad obligado a sobrevivir en unas barbacoas levantadas con cartones y desesperanzas en los suburbios de las ruinas del socialismo.
Este artículo apareció en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.
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