Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
Gastón Baquero tenía ¨en su contra¨
cuatro supuestos estigmas para la Cuba anterior a 1959: ser de raza
negra, campesino (para la mayoría de los residentes de La Habana, y
sobre todo para aquellos habaneros de primera generación, ser de Banes y
de cualquier pueblito del interior de Cuba es ser campesino), pobre y
homosexual. En lenguaje peyorativo de la época, Gastón Baquero se diría
que era: ¨negro, guajiro, 'muerto de hambre' y maricón¨ , o sea, ¨la
última carta de la baraja¨; sin embargo, Baquero llegó a ser Jefe de
Redacción del Diario de La Marina, el más importante diario o periódico
cubano de Cuba. El gran poeta y ensayista Gastón Baquero es un ejemplo
de que con talento y perseverancia se salía adelante en aquella anterior
República tan vilipendeada por los Castristas.
Por cierto:
¿
Cuántos Jefes de Redacción negros ha tenido: Granma, Juventud Rebelde,
Trabajadores o cualquier diario de provincias después del triunfo
revolucionario de 1959 ?. Yo no he conocido a ninguno...
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La prosa de un poeta silenciado
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Se cumple el centenario del nacimiento del escritor cubano Gastón Baquero
Un libro reúne ensayos y textos inéditos del autor, lastrado por su ideología
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Por Elsa Fernández-Santos
Madrid 17 ENE 2014
Nacido en Banes, el mismo pueblo de la provincia de Oriente de la que era oriundo el dictador Fulgencio Batista, Gastón Baquero se exilió en España huyendo de la revolución cubana. El estigma de escritor conservador y anticastrista marcó sus casi cuatro décadas de vida lejos de la isla. Lidió con la extendida antipatía hacia la disidencia cubana y con el aún más doloroso naufragio interior del exilio. Sin embargo, no le faltaba la experiencia de otros exilios: fue mulato y homosexual en una tierra tan racista como homófoba. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento (en mayo de
1914), la Fundación Banco Santander edita en su serie Cuadernos de Obra Fundamental Fabulaciones en prosa,volumen que recoge ensayos (algunos inéditos) del poeta.
(Gastón Baquero. Foto añadida por el bloguista de Baracutey Cubano)
Prosa dedicada a su dilatadísima cultura (sabía tanto de literatura como de música, filosofía, arte y plantas), reflexiones surgidas desde su alma renacentista o nacidas de sus complejos anhelos espirituales. En un capítulo dedicado a Víctor Hugo se arranca el escritor cubano su propia espina: “Señores: la ideología de un poeta, por detestable que sea, no puede alejarnos de la consideración de su poesía”.
“Sus escritos en prosa no son otra cosa que una extensión de sus poemas. Hablamos, pues, de poetizaciones en prosa”, afirma Alberto Díaz-Díaz, antólogo y prologuista de un volumen que incluye, entre sus pasajes inéditos, comentarios literarios sobre Guillermo Cabrera Infante, textos históricos o cartas a amigos como Gerardo Diego y ensayos dedicados a figuras como Paul Valéry, Thomas Mann, Goethe, Gore Vidal, Bernard Shaw, Paul Claudel, Andrés Bello, Cecil Beaton, Pablo Neruda o los españoles Julián Marías y Manuel Gómez Moreno.
Díaz-Díaz recuerda el “dolor de raza” que cargó siempre a sus espaldas Baquero, un hombre que defendía su “espiritualidad africana” y que de alguna manera representaba esa singular condición del cubano, cuyas venas se alimentan por igual de sangre europea, americana y africana. La enorme dificultad que encierra reconstruir las raíces del escritor radica no solo en la tabla rasa que marca todo exilio sino en la imposibilidad de discernir qué es fabula y qué no lo es en el relato sobre sus orígenes. De cuna extremadamente humilde, Baquero construyó una fantasía de rico burgués que muchos creyeron cierta. Gerardo Diego decía de él que pertenecía a esa clase de “hombres capaces de albergar en sí mismos varios hombres, varias almas disimuladas en el habitual repliegue de su vida vulgar”. Y Francisco Umbral, explica Díaz-Díaz, le dedicó columnas en las que daba por ciertas las cosas que Gastón contaba de sí mismo. “Le vacilaba con sus cuentos”, explica el especialista, para quien, buscando eufemismos para el siempre estrecho atributo de mentiroso, dice que Baquero sufría “esa esquizofrenia múltiple de los fabuladores”. “Negro bembón”, escribió Umbral, “o no tan negro, sino mulato, quizás cuarterón, apareció por Madrid, Gastón Baquero, director que fuera del Diario de la Marina, de La Habana, a poco de la revolución de Fidel. Negro bembón, mi querido gigante negro y reaccionario, enorme poeta en el influjo barroco de sus paisanos Lezama Lima y Carpentier […][...] o sea, ese barroquismo negro que se torna luctuoso, suntuoso, fúnebre y lento como lo hubieran querido André Breton o Baudelaire”.
Gastón Baquero murió en mayo de 1997 en una residencia de ancianos en las afueras de Madrid. Había abandonado su viejo, abigarrado y destartalado piso del barrio de Salamanca cuando dejó de valerse por sí mismo. Querido por autores tan poco sospechosos como la filósofa María Zambrano o el poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, Baquero (colaborador de ABC, Arriba o El Alcázar) recuperó su voz poética en el silencio del exilio, pero su obra nunca superó el lastre provocado por los prejuicios ideológicos. El legado del poeta sigue siendo desconocido para la mayoría en Cuba. Según Díaz-Díaz, en la isla está editado poco y mal. “Como tantas cosas, se ha manipulado. Así que no le pregunten a un cubano por Gastón Baquero porque no lo conocerá”.
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CARTA DE DESPEDIDA DE GASTÓN BAQUERO AL PARTIR AL EXILIO
Texto de Gastón Baquero, Diario de la Marina, 19.4.1959
Al iniciar un viaje que por muchos motivos puede denominarse
de vacaciones, consideramos obligado ofrecer a los lectores amigos
los otros se lo explican todo a su manera algunas consideraciones sobre la actitud de este columnista antes y después del 1º de Enero.
Veníamos
en silencio, sin escribir, desde la aparición de la censura. Meses y
meses previos al desenlace de una etapa histórica, nos vieron callados, y
posiblemente interpretados por algunos frívolos o por algunos ciegos
apasionados como indiferentes a un dolor patrio o como partícipes de la
mentalidad y ejecutoria que producía esos dolores. A cada cual su
juicio, su interpretación, su creencia, que sólo puede modificarla el
tiempo. Es inútil razonar contra los prejuicios.
Las personas de
nuestra manera de pensar nos veíamos cada día más arrojadas a un
callejón sin salida. Estábamos contra el crimen y la violencia, pero no
podíamos irnos con la revolución. Comprendíamos que ya la tragedia
cubana avanzaba con violencia arrasadora y que no tenía nada que hacer
la voz del periodista, y menos si éste pertenecía a la ideología
conservadora. Se habían gastado las palabras persuasivas, los
llamamientos al cese de la lucha, las apelaciones a buscar una salida
incruenta. La palabra pertenecía a las armas, que no se han hecho para
propiciar el entendimiento. A quienes no podíamos ni aplaudir lo que
ocurría, ni dar por bueno lo que venía, no nos quedaba otra postura que
la del silencio. Y al silencio fuimos.
Los tiempos cubanos, como
los de casi todos los países en esta hora del mundo, se inclinaban
visiblemente hacia las soluciones extremas. Muchos creían que se gestaba
simplemente la caída del gobierno con su reemplazo por otro mejor, pero
adscrito en definitiva a una línea jurídica, económica, social,
política, dentro de una tradición inaugurada en la Carta Magna de 1940.
Quienes veíamos que la nueva generación iba mucho más allá, y propugnaba
una revolución y no un simple cambio de gobernantes abogábamos, por no
tener fe en las revoluciones, por salidas de otro tipo, que eliminaran
el gobierno malo, pero que no abrieran la terrible incógnita de una
revolución social siempre más radical y profunda de lo que ¨afortunada o
desdichadamente¨ Cuba puede y debe intentar en esta hora.
¿Y por
qué no tenemos fe en las revoluciones? No es porque ellas produzcan
trastornos, lesionen intereses, vuelquen las costumbres. No tenemos fe
en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la asistencia de
grandes genios, la milagrosa autoridad de ángeles y santos para cambiar
de la noche a la mañana la naturaleza humana. Las revoluciones quieren
hacer por decreto que en un instante se precipite el progreso, y nazca
el hombre nuevo y surja por encanto la ciudad soñada. Su gran paradoja
consiste en que no quiere dar al tiempo lo que es del tiempo, ni al
hombre lo que es del hombre, sino que intenta saltar, a pies juntillas,
por encima del tiempo y del hombre para llegar de una vez a la meta
teóricamente fijada. Provocan sufrimientos y conmociones que alteran a
fondo y por mucho tiempo el desarrollo normal y seguro, el avance lógico
y humano hacia el mejoramiento constante de las formas de vida. Quiere
la perfección de la noche a la mañana y es en definitiva una noble pero
trágica terquedad ideológica, soberbia intelectual, que quiere
desconocer la naturaleza humana y piensa que las grandes ideas, el afán
por la justicia, la sed de verdad, no han aparecido en el mundo porque a
éste le han faltado revolucionarios. La historia muestra que los
revolucionarios han contribuido como nadie a la aparición de nuevas
ideas, de mejoramiento y de justicia, pero que los revolucionarios,
cuando triunfa
n,
ya no saben sino saltar hacia el porvenir, de un golpe, ignorando la
dura materia del tiempo y la fuerte resistencia del hombre. Mientras no
llegan al poder son un bien, pues traen el fermento de la inquietud y el
aguijón del progreso.
(Gastón Baquero en su Exilio en Madrid)
El
progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador, en la
impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de la juventud
partidaria de la revolución. Los caracteres ideológicos de ésta no
fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por
el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al desembarcar en Cuba, están
contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. (Nota
de Mons. Carlos M. de Céspedes: el desembarco del Granma tuvo lugar el 2
de diciembre de 1956, no de 1957; a qué manifiesto se está refiriendo
Gastón, ¿no será acaso a La Historia me absolverá, manifiesto
pronunciado por el Dr. Fidel Castro en el juicio por el asalto al
Cuartel Moncada y al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en 1953?). Si
algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario
pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque
claramente se le dijo por el Dr. Castro que todo comenzaría al caer el
régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones
económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento, creyendo que éste
venía solamente a tumbar a Batista,
pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización
económica y social, se equivocaron totalmente o no leyó con atención
aquel manifiesto. El Dr. Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha
gente conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin
preguntarse detenidamente hacia donde la llevaban.
Y como este
columnista no fue ni es partidario de las revoluciones, ni de las
transformaciones violentas de la estructura social (lo que no quiere
decir que permanezca indiferente ante los males y renuncie a la
superación de estos por medios que le parecen menos dañinos y más
duraderos), no creyó nunca que se debió abandonar los esfuerzos para
poner fin pacífico y no revolucionario a los horrores que Cuba padecía.
Por supuesto que esta idea no sólo fue derrotada por los hechos lo que es mortal para una idea sino que se prestó y se presta a las interpretaciones más agresivas y mortificantes sobre el origen de la actitud.
Al
triunfar la revolución no faltaron los atolondrados que seguían
creyendo que por haber sido más o menos antibatistianos eran ya
suficientemente revolucionarios. No veían que el 1º de enero, volado ya
el posible puente de una junta militar delicia de los que querían dinamitar la casa, pero sin derribar las paredes ni el techo,
Cuba entraba a vivir una etapa histórica absolutamente distinta. Esta
etapa iba a requerir una nueva mentalidad en las clases, en los
ciudadanos, en el Estado, en las costumbres, pero muy pocos lo
sospechaban.
Al principio, todo fue júbilo. La caída de una
dictadura que cometió tan terribles errores y realizó tantos horrores,
fue ocasión justificada para el desbordamiento oceánico de alegría pura y
sincera, sin diferencia de clases ni de individuos. Todos eran felices
porque había caído la tiranía; pero muchos no sospechaban siquiera que
recibían entre palmas una revolución social. Ya de Batista estaban hasta
la coronilla los más tenaces batistianos. El río de sangre, la
inseguridad para la vida y la propiedad, la censura de prensa, el
imperio del terror como norma de gobierno, habían llegado a sensibilizar
hasta a los reacios al dolor ajeno. Cuba había apurado el límite de la
resistencia física y de la resistencia moral. De todos sus sufrimientos
parecía librarse, en jubilosa catarsis, cuando ofrecía enardecida a los
revolucionarios victoriosos el laurel de la gratitud y el aplauso de la
admiración. Y como en 1902, como en 1933, como en 1944, el pueblo cubano
se dispuso a iniciar de nuevo el camino hacia la honradez
administrativa, la libertad ciudadana, el respeto a los derechos, la
desaparición de los privilegios, y la vida reglada por la paz, la
cultura y el progreso.
¿Cuál era la actitud correcta de quienes
no creímos en la revolución y no hicimos por ella nada, aunque tampoco
hicimos, en conciencia, nada contra ella? A nuestro juicio, lo decoroso,
lo justo, era el silencio. Fácil nos hubiera sido, de quererlo, y pese
al riesgo de esa burla, presentarnos en pose demagógica, arrojando
flores al paso de los vencedores. ¿No es esto lo usual?¿ No hemos
presenciado el desfile ignominioso de los incorporados, de los revolucionarios del 2 de Enero, de los radicales
que no tienen mucho que perder y de los conservadores y hasta
reaccionarios disfrazados de dantones? Quienes comprendimos que el 1º de
Enero se iniciaba en Cuba una etapa de gran conmoción social, de
renovación que iba mucho más allá de lo imaginado por tantos y tantos
que confunden revolución con antibatistismo y sentíamos que esas nuevas
ideas triunfantes no eran las nuestras, no podíamos hacer otra cosa que
callarnos y dejar que la revolución misma se abriese paso entre las
clases sociales, perfilando su real fisonomía y declarando paladinamente
a quienes aún vivían engañados cuáles eran sus verdaderas proyecciones.
Ahora nos encontramos en el ápice del despertar. Aquella señora que compró sus bonitos del 26,
no soñó que la revolución le iba a rebajar el 50% de sus rentas por
alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus
arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente
influencia; aquel sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad
para salvar vidas de jóvenes acosados y de su Iglesia un centro de
conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad
y de la vida. Cuantas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos
han fallado. Pues llegó la revolución de veras, radical, inflexible, sin
compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio,
un programa descomunal de contenido económico y social, que ha venido
gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los mismos
años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no
tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la
doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto,
ha frustrado tantas esperanzas del cubano.
Al chocar frente a
frente con la realidad, muchos se han asustado. No sabían que una
revolución era así. Pues así, y más, son las revoluciones. Por eso ante
ellas, quienes no tenemos vocación política y no nos inclinamos a
participar en movimientos contrarrevolucionarios por mucho que la revolución nos persiga,
no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el
poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se
consolide cuanto sea bueno para Cuba, y que se disuelva rápidamente en
el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual pueden
incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la
misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos.
Al
iniciar este viaje, lector, dejamos en manos de nuestro querido
Director y amigo, José Ignacio Rivero, hombre cristiano, hombre de
carácter, nuestro cargo en el DIARIO DE LA MARINA, de Jefe de Redacción,
que tanta honra nos deja para siempre. Comprendemos que hay momentos en
los cuales pueden ser confundidas, con daño para lo que más importa que es el DIARIO,
las actitudes personales, las ideas propias, con las actitudes del
periódico. En medio de la pasión, del asombro de las clases, del choque
ideológico inesperado, tiene por ahora poco que hacer un periodista
verticalmente conservador, un derechista en tiempos de derrota para las
derechas. Cabe la adaptación sinuosa, o cabe el combate. Aquella es lo
innoble y éste es lo absurdo. Desde lejos hablaremos, en tanto Dios
provea otra cosa si nos da venia para ello el Director y si no se oponen
ciertos defensores de la libertad de pensamiento¨, de otras tierras, de
otros cielos, de otros personajes. Posiblemente, con toda posibilidad,
volveremos de un modo o de otro a defender aquellas ideas en las cuales
creemos sobre la sociedad, la economía, las relaciones humanas, la
libertad frente al comunismo esclavizador, ideas de las que nos sentimos
orgullosos, por maltratadas, incomprendidas y vilipendiadas que hoy se
hallen. El mundo las necesita, aunque no quiera verlo. El miedo a
defender las ideas que van contra la corriente o que son estigmatizadas
como nocivas, es la mayor de las cobardías. Vale más morir junto a una
idea vencida, en la cual se cree todavía, que uncirse al primer carro
victorioso que pasa, renunciando a tener ideas, a defender una
ideología, a proclamar la visión propia y sincera que se tiene de los
hombres y del mundo.
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