martes, enero 07, 2014

Sobre un asesinato y una protesta apenas conocidos. La Habana, poblado de El Cano, 28 de mayo de 1962: Los cosieron a tiros de ametralladora del Ejército de los Castro. Jose Antonio Fornaris y Odel'in Alfonso Torna desde Cuba

Tomado de http://www.cubanet.org/





Los cosieron a tiros de ametralladora

Por Jose Antonio Fornaris y Odelín Alfonso Torna
 Enero 2, 2014

A HABANA, Cuba, 2 de enero, 2014, José Antonio Fornaris y Odelín Alfonso Torna / www.cubanet.org  – Más de cinco decenios no han podido borrar lo sucedido en El Cano, el 28 de mayo de 1962, un hecho de sangre ejecutado por el ejército liderado por el Comandante Fidel Castro, y que dejó el saldo de un muerto, dos heridos y ocho personas arrestadas durante doce días.

Apenas 14 días después del incidente, este poblado, ubicado a 20 kilómetros del centro de La Habana y con una población entonces de 3 mil 800 habitantes, fue declarado el “Primer Pueblo Socialista de Cuba”.

Muchos se preguntarán por qué Primer Pueblo Socialista de Cuba, si ya Fidel Castro se había declarado marxista-leninista a raíz de la invasión organizada por Estados Unidos por Bahía de Cochino en abril de 1961.

El asesinato de Miguel Ángel Escalante, en presencia de otros diez que jugaban Siló (juego con dados) en un improvisado terreno de pelota, (beisbol) provocó indignación en los habitantes de El Cano. Esto motivó que los comercios privados cerraron, en las puertas de las casas se colocaron cintas negras y se avivaron los toques de cazuelas durante horas.

Por años se trató inútilmente de sembrar la historia de que estos jugadores estaban “haciendo contrarrevolución”. Además de contra Ángel Escalante, una patrulla del ejército, comandada por el capitán Camejo, abrió fuego sobre Sergio Quijano González, Matías Ginebra, Manolo Canilla, Amelio Bello, Bernardo Garrido Fuentes, Pedro Pérez Carrillo, José Antonio González (Pichile), Ángel (Bibijagua) y los apodados Yuyito y Minino.

(Sergio Quijano González testimonia ante el periodista Jose Antonio Fornaris  )

Cien negociantes arrestados

El 29 de mayo de 1962, bajo las órdenes del propio Fidel, el ejército tomó el pueblo y estableció un puesto de mando en las afueras, de lo que se conoce actualmente como la “Cafetería El Caporal”. Fue entonces que se decidió intervenir los negocios privados y declarar a El Cano el “Primer Pueblo Socialista de Cuba”. Más de cien negociantes fueron arrestados ese día, entre ellos los dueños de 17 téjares.

Sergio Quijano González (conocido como Cuquito), de 72 años, es el único que sobrevive a aquel hecho. Ya jubilado, Sergio recuerda como si fuera ayer cada detalle. “Éramos un grupo de 11 ó 12 que jugamos el Siló. Fuimos acusados de hacer contrarrevolución y todo fue mentira. A la voz de ¡alto! todos nos mandamos a correr. Ellos (los militares) mataron a Miguel Ángel e hirieron a Pichile (José Antonio González). A Pichile la bala le entró por detrás de la oreja derecha y le salió por el lado izquierdo de la cara.”

¿Fue esto realmente lo que motivó la intervención de Fidel Castro?

Según recoge el volumen La Historia de El Cano, archivado en la biblioteca del pueblo, el hecho se justifica porque “determinados elementos de la localidad, movidos por sentimientos y espíritus burgueses, ´viejos sargentos políticos que se enriquecieron a la sombra de Guas Iclán o del alcalde Orúe, o productos de la explotación de obreros´, utilizando de pretexto para ello un hecho absolutamente accidental, el 29 de mayo de 1962 se lanzaron a la calle, cerraron sus negocios y trataron de escenificar una algarabía contrarrevolucionaria.”

Socialista por la fuerza

Sin embargo, Ricardo Escalante, sobrino de Miguel Ángel Escalante, recuerda como María, una vecina que vivía a doscientos metros de donde jugaban al Siló, los delató con el ejército: “entonces estos maricas pensaban que ellos estaban haciendo contrarrevolución y los cocieron a tiros con la ametralladora (…) Eso que le llamaron el Primer Pueblo Socialista de Cuba no es por la revolución, fue por ese asesinato que hubo”.

(Dionisio Olivera, testigo ocular)

El masón Dionisio Olivera, testigo ocular del tiroteo con apenas 15 años de edad, considera que El Cano se declaró socialista por la fuerza: “Ellos hicieron una de esas conocidas redadas, no fuimos socialistas, más bien nos socializaron (…) Yo paso ese día y veo el corre-corre, ya estaba lo voz de que no se podía jugar. Entonces se formó el tiroteo y yo como muchacho, en lugar de correr para donde estaba el tiroteo corrí para la finca de mi padre. Cuando llego ahí es que me entero que mataron a Miguel Ángel, que era uno de los que estaba jugando al Siló”.

“Miguel Ángel fue uno más de los jugadores que hubo en el pueblo, El Cano se caracteriza principalmente por ser muy jugador desde hace doscientos años. Hubo un capricho, como todos los caprichos de acabar con las religiones, la masonería y las buenas costumbres, y ellos (los gobernantes) quisieron acabar con el juego. No lo lograron, nunca lo lograron”, agrega Dionisio.

“Lo mataron como a un perro”

Si realmente fueron acusados de contrarrevolución, ¿por qué los jugadores capturados permanecieron solamente doce días en prisión, máxime cuanto este delito a principios de la revolución era condenado con largas penas o el fusilamiento? ¿Por qué Ramiro Valdés (actualmente vicepresidente de Cuba), dijo a Sergio Quijano que “ellos no iban a tener problemas por ese incidente”, mientras la familia del fallecido sufrió por años el acoso de la policía?

En busca de testimonios de familiares cercanos a Miguel Ángel Escalante, dimos con una de sus hermanas. La señora, de unos 70 años, se negó a contar la historia por temor a represalias contra su familia, alegando entre sollozos que lo único que quería era tener a su hermano vivo: “Para que voy a estar removiendo una cosa que sucedió hace tantos años, al final me lo mataron como si fuera un perro; y después vinieron los oprobios y demás cosas que tuvimos que soportar, y que finalmente mató a mi madre.”

El 21 de junio de 1966, uno de los hermanos de Miguel Ángel, Amado Escalante, murió cuando el auto donde viajaba fue impactado por un jeep del ejército, hecho que despertó dudas sobre otro posible asesinato. José Becerra, sobreviviente del accidente e indemnizado con 800 pesos por el gobierno cubano (32 dólares con el cambio actual), dijo al respecto: “fue un accidente de tránsito. Veníamos seis muchachones y tres murieron. Que yo recuerde el culpable cumplió seis años.”

El verdugo siguió paseando las calles

El capítulo “El presente Socialista”, del libro extraído de la biblioteca por un voluntario anónimo, cita que en la etapa “pseudo-republicana, El Cano fue zona en la que proliferó la mala yerba de la politiquería y el compadrazgo. Su influencia perniciosa pretendió hacerse sentir en el decurso de la gloriosa Revolución Socialista.”

Para el masón Dionisio, de aquel incidente “lo que más le mortificó a El Cano fue que el ejecutor, el verdugo (capitán Camejo) siguió paseando por el pueblo, y muchas personas –incluyendo mi tía Carmen, dueña de la farmacia– protestaron. Esto supuestamente llegó a oídos de Fidel Castro, porque la ejecución de todo el plan fue por el propio Fidel Castro allá arriba en El Caporal. Lo vi con sus pies grandes, su cabeza grande y su enorme estatura, dirigiendo todo aquel espectáculo.”

Sin dudas la protesta por la muerte de Miguel Ángel dio curso a la intervención de El Cano y posterior nacionalización de los negocios privados en Cuba, ofensiva fidelista que culminó en 1968, con la llamada Ofensiva revolucionaria. Tiempo después el capitán Camejo escapó a los Estados Unidos en un yate robado.

Galería de imágenes:
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Nota del blogguista

Ya al principio de la Revolución y bastante antes de 1968,en la zona de El Cano, El Chico y Las Cañas, se presentaron disturbios populares que conllevaron a la movilización de fuerzas militares del régimen que acordonaron e interevinieron militarmente en dichos poblados.
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Los canenses

Por Luis Cino

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Alex es un hombre de trabajo que no teme a los golpes de la vida. Está acostumbrado a los hierros. Con ellos se gana el sustento. Tiene 45 años y desde pequeño su padre le enseñó los secretos de la herrería. También a vivir de su trabajo, no robar, no hacer daño a nadie, no meterse en la vida de los demás, y no chivatear.

Alex siguió los consejos del viejo y no le ha ido mal. Hasta ahora. Dicen que todo siempre puede ser peor. En estos días, Alex se siente amenazado por multas, registros y decomisos. Vuelve a recordar la historia de los canenses y no puede evitar la angustia.

Supo de los canenses por su padre. Este, a su vez, supo la historia por dos compañeros del taller. Ambos pasaron años en la cárcel. Uno, por haber sido de la policía de Batista. No mató ni torturó a nadie, pero cumplió 10 años de prisión en La Cabaña. Se puso dichoso que no lo fusilaron. El otro fue chulo en el barrio La Victoria. A sus mujeres las regeneraron y las hicieron taxistas; a él lo metieron preso.

Alguno de los dos, Alex no recuerda qué dijo el viejo, era pariente de uno de los canenses. Llamaban así a varios propietarios de pequeños negocios de El Cano, un próspero poblado al sudoeste de La Habana, no muy lejos de Marianao, que se llevaron presos durante la ofensiva revolucionaria de marzo de 1968.

Los deportaron a un remoto y custodiado asentamiento en los confines de Pinar del Río. Algo semejante a los pueblos cautivos donde confinaron a las familias campesinas del Escambray sospechosas de ayudar a los alzados.

Los canenses no ayudaron a los alzados. En 1968 hacía más de dos años que habían aniquilado al último grupo armado. Su falta fue protestar por la intervención de sus chinchales y vendutas por el Estado, que quería acelerar la marcha al comunismo. Lo catalogaron como delito contrarrevolucionario. Se los llevaron a empujones, esposados en carros patrulleros. Luego recogieron a sus familias y sus trastos. No los dejaron volver a El Cano. Todavía ellos y sus descendientes andan por Pinar del Río.

No fue la única historia de pueblos rebeldes y represión que contaron el ex chulo y el ex policía al viejo. También hablaban de la rebelión de Imías y de cuando sonaron las cazuelas en Cárdenas. Conocieron las historias en la cárcel.


Alex creció entre las llamas del soplete, los golpes de la mandarria en el hierro y las historias del viejo. Las que le contaron y las que tuvo que sufrir. Aprendió a confiar sólo en sus brazos, a no hablar más de la cuenta y a temer al Poder y sus casi infinitos complots.

El viejo murió en 1995. Hasta el último día, como si no fuera suficiente todo lo que vivía, sospechó que “esta gente tramaban algo”. A Alex le habían aprobado la licencia de trabajador por cuenta propia. Le iba bien, pensaba que la crisis había tocado fondo, que lo peor ya había pasado. Se equivocó.

Últimamente, los inspectores lo visitan para indagar la procedencia de las varillas de soldar y los materiales con que hace rejas, puertas y ventanas. El jefe de sector le advirtió que lo mejor que puede hacer es conseguir un empleo con el Estado. El herrero iba a replicar, pero entonces se acordó de “los canenses” y decidió callar.

Me encontré a Alex hace unos días. Está pesimista. Me miró como si estuviera en vísperas del paredón, puso su mano en mi hombro y me recomendó en voz baja: “ten cuidado, brother”. Según él, estamos a unos pasos de los Gulags y las comunas de Pol Pot. Me recordó que su viejo decía que “estas gentes son capaces de cualquier cosa”. Fue entonces que me habló de “los canenses”.
luicino2004@yahoo.com