“EJE OBAMA-FRANCISCO: CUBA, PRESTIDIGITACIÓN Y CONFUSIÓN
Por Armando F. Valladares *
Enero 6, 2015
Cuba, mi patria natal, acaba de completar 56 años de martirio bajo una nefasta revolución comunista. Delante de ese drama gigantesco, y de ese trágico aniversario, sobre la faz de la tierra no se oyeron casi voces de indignación ante una situación que clama a los cielos. Muchos gobiernos que año tras año rasgan sus vestiduras en la ONU para condenar el llamado “embargo externo” estadounidense, enviaron mensajes de saludo a los tiranos castristas y ni siquiera dijeron media palabra sobre el implacable “embargo interno” del régimen contra 12 millones de habitantes de la isla-cárcel.
Estamos en presencia de uno de los mayores ejemplos de prestidigitación publicitaria de la Historia: un régimen que durante décadas fue la punta de lanza de sangrientas revoluciones en América Latina y África, y que hoy continúa tendiendo cordones umbilicales ideológicos en las tres Américas, de una merecida imagen de agresor pasó a tener la más mendaz imagen de víctima.
Son innumerables los casos de ayuda internacional al régimen cubano, que han permitido y permiten su supervivencia. Después del gigantesco respaldo económico de la Unión Soviética, hasta su derrumbe; de Venezuela chavista hasta su actual desintegración; y del Brasil lulista-dilmista, ahora con las arcas más vacías, surge en las Américas el inesperado “eje” Obama – Francisco. Un sui géneris “eje” político-espiritual que, independientemente de las intenciones de tan altos personeros, pasará a abastecer con ríos de dinero y de prestigio publicitario al aparato represivo del régimen.
El 19 de diciembre, dos días después que en Roma, Washington y La Habana se anunciara simultáneamente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el gobierno estadounidense y la dictadura cubana, una embarcación de la Guardia Costera castrista, presumiblemente en aguas internacionales, comenzó a embestir contra una lancha en la cual huían de Cuba 32 personas, incluyendo siete mujeres y dos niños, hasta hundir la frágil embarcación. Esos cubanos simplemente buscaban la libertad e intentaban romper el ignominioso “embargo interno” que la tiranía castrista impone a sus habitantes.
Masiel González Castellano, una sobreviviente, esposa de Leosbel Díaz Beoto, quien murió ahogado, narró por teléfono posteriormente: “Estábamos gritando, pedíamos auxilio, que nos ayudaran porque la lancha se estaba hundiendo. Pero ellos no hacían caso. Lo que hacían era ir para arriba de la lancha. Unas personas se tiraban al agua y otros nos quedamos ahí y la lancha se iba hundiendo”. “Ellos sabían que habían niños pero seguían para arriba de nosotros. No les importaba”. Fue una acción brutal por parte de un régimen que se siente con las espaldas cubiertas por poderosos aliados. El criminal hecho, que tanto comprometía al régimen castrista, habría merecido un clamor mundial de repudio, pero casi no fue destacado por la prensa internacional, por los gobiernos occidentales, por organizaciones defensoras de los “derechos humanos” y, ¡oh dolor! por eclesiásticos que deberían imitar al Buen Pastor, dispuestos a dar la vida por sus ovejas.
El 31 de diciembre pp., en La Habana, coincidiendo con los 56 años de revolución, se desató una ola represiva contra opositores que intentaban simplemente reunirse en la Plaza de la Revolución, lo que ilustra, como si hubiera alguna duda, las reales disposiciones del régimen.
En los Estados Unidos, diversos especialistas han mostrado de manera documentada cómo el acercamiento casi incondicional del gobierno estadounidense favorece al régimen cubano y perjudica la causa de la libertad en la isla, cuyos habitantes quedarán todavía más a merced de los tiranos; y han criticado duramente, en consecuencia, al presidente Obama (cf. “Cuban dissidents blast Obama’s betrayal”, Marc A. Thiessen, Washington Post, Dic. 29, 2014; “Obama le da al régimen de Castro en Cuba un rescate inmerecido”, Editorial en español e inglés, Washington Post, Dic. 17, 2014).
No obstante, pocos analistas señalan el aspecto más grave y trágico de ese acuerdo: la responsabilidad que cabe a su artífice y mediador más eminente, el pontífice Francisco. El 17 de diciembre pp., el propio día del anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas, Francisco, junto con reafirmar su papel mediador, saludó la liberación de “algunos detenidos”, sin siquiera insinuar que en Cuba el sistema comunista mantiene subyugados no a “algunos” sino a 12 millones de cubanos. Es sumamente doloroso decirlo, pero la bota con la cual Castro continúa aplastando a mis hermanos de la isla, tiene ahora un altísimo aval.
Es preciso recordar que del lado castrista, los “detenidos” eran en realidad espías cubanos procesados y condenados por la Justicia estadounidense por complicidad en el asesinato de los jóvenes de Hermanos al Rescate y por planes para introducir explosivos en Miami para realizar actos terroristas. Por tal motivo, el cabecilla de los “detenidos” castristas tenía dos condenas de por vida.
No es la primera vez que Francisco, independientemente de sus intenciones, adopta actitudes que objetivamente favorecen a las izquierdas continentales, políticas y eclesiásticas. Por ejemplo, se realizó en Roma, del 27 al 29 de octubre pp., el Encuentro Mundial de Movimientos Populares que reunió a 100 líderes revolucionarios del mundo entero, incluyendo conocidos agitadores profesionales latinoamericanos, y que contó con la presencia del propio Francisco. Es como si se hubiese realizado una especie de “beatificación” publicitaria, en vida, de esas actuantes figuras revolucionarias de inspiración marxista, sui géneris “beatos” de una “iglesia al revés”, contraria a la doctrina social de la Iglesia defendida por antecesores de Francisco (cf. “El Papa saluda y bendice”, L’Osservatore Romano, Oct. 28, 2014; “Francisco, ‘beatificación’ publicitaria de revolucionarios y ‘vendaval’ social”, Destaque Internacional, Nov. 02, 2014).
Tuve ocasión de comentar otros hechos en el mismo sentido, cuando Francisco revocó la “suspensión a divinis” del sacerdote nicaragüense Miguel D’Escoto Brockmann, de la tristemente célebre orden de Maryknoll, ex canciller sandinista y una de las figuras más pro-castristas de la teología de la liberación. El sacerdote D’Escoto había sido sancionado por el Vaticano en 1984, por su participación en la persecución a los católicos nicaragüenses durante el primer gobierno sandinista (cf. “Francisco, procastristas y confusión”, Armando Valladares, Agosto 06, 2014).
Lamentablemente, con relación a Cuba y América latina, esos dichos, hechos y gestos del pontífice Francisco van favoreciendo directa o indirectamente la opresión del pueblo cubano y la izquierdización del continente. Queda flotando en el aire la sensación de que, bajo los referidos aspectos, estaríamos en presencia de un pontificado marcado por la confusión y hasta por el caos, con preocupantes consecuencias para el futuro político, social y cristiano de las Américas.
En cuanto católico y en cuanto ex preso político cubano, que pasó 22 años en las mazmorras castristas, y vio su fe fortalecida al oír los gritos de los jóvenes católicos que morían en el “paredón” gritando “¡Viva Cristo Rey, abajo el comunismo!”, debo manifestar las perplejidades, angustias y dramas interiores que suscitan los hechos arriba narrados. Se trata de una situación de las más dolorosas que pueden existir, porque dicen respecto a los vínculos con la Santa Sede. No obstante, como ya he tenido ocasión de manifestar, la fe de los católicos debe quedar intacta y hasta fortalecida ante estos dilemas, porque en materias políticas y diplomáticas ni siquiera los papas están asistidos por la infalibilidad. Y no existe para los católicos la obligación de aceptar esos dichos y hechos, en la medida en que discrepen de la línea tradicionalmente adoptada por la Iglesia con relación al comunismo.
*Armando Valladares, escritor, pintor y poeta. Pasó 22 años en las cárceles políticas de Cuba. Es autor del best-seller “Contra toda esperanza”, donde narra el horror de las prisiones castristas. Fue embajador de los Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU bajo las administraciones Reagan y Bush. Recibió la Medalla Presidencial del Ciudadano y el Superior Award del Departamento de Estado. Ha escrito numerosos artículos sobre la colaboración eclesiástica con el comunismo cubano y sobre la “ostpolitik” vaticana hacia Cuba.
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