martes, mayo 12, 2015

Esteban Fernández: EL CHINO CUBANO

EL CHINO CUBANO

Por Esteban Fernández
11 de mayo de 2015

Una de las lecciones aprendidas en este largo exilio es lo equivocado que estábamos con los asiáticos que vivían o nacían en nuestro país. Por ejemplo, ¿cuál es el mayor orgullo de un padre cubano en el destierro?: que sus hijos se sientan cubanos, que piensen como cubanos, que actúen y que coman como cubanos. Sin embargo, en Cuba era al revés, pensábamos distinto, y nada nos daba más alegría, nada nos inspiraba más afecto, que ver a un chinito aplatanado comportarse cien por cien como si fuera cubano. Y si el chino se tiraba para el cubaneo, entonces adorábamos al chino.

El segundo error (que ahora nos molesta mucho cuando nos pasa a nosotros) era que la mayoría de las veces ese “chino” no tenía ni un solo pelo de chino. Posiblemente sus padres eran coreanos, japoneses o filipinos, pero nosotros de todas maneras le disparábamos por la cabeza la ciudadanía china.

En mi barrio había un matrimonio “chino” y un día me quedé frío cuando la señora me explicó que “sus padres estuvieron muy opuestos a su matrimonio porque no estaban de acuerdo con que se casara con alguno de otra nacionalidad y cultura que ellos”. Eso me lució la cosa más absurda del mundo porque para mí ellos no eran más que “un par de narras”.

En Cuba muchos chinos cubanos fueron Coroneles de la Guerra de Independencia, eminentes galenos, letrados, pero existía la absurda creencia de que todos tenían “un tren de lavado de ropas o un restaurante en la calle Zanja”.

Y la frase popular de  “Ese no le ha tirado ni un hollejo de naranja a un chino” daba a entender que “darle un naranjazo a un chino era fácil”. Sin embargo, un monumento en La Habana decía que “En la guerra no hubo un chino cobarde ni un chino traidor”.

Y cuando teníamos mala suerte era porque “teníamos un chino atrás”. Si una mujer nos disgustaba, o nos hacía algo malo, y queríamos herirla entonces el peor insulto era: “Chica, búscate un chino que te ponga un cuarto”. Pero la verdad era que los chinos eran inteligentísimos a la hora de escoger una cubana buena, decente y honesta.

No solamente generalizábamos llamándolos a todos “chinos” sino que individualmente utilizábamos eso de “el chino” como apodo. Es decir, ya desde el Kindergarten, y durante toda su vida, todo el mundo a su alrededor le llamaba “el chino Toyota” a un japonés. Todavía, hoy en día, algunos de mis amigos me dicen: “¿Leíste lo que salió en el “Blog del chino Emilio Ichikawa?” cuando lo cierto es que a 3000 millas y leyendo el apellido puedo asegurarles que es japonés.

Dígame la verdad: “¿Si usted nació en San José de las Lajas, sus padres y sus abuelos son cubanos, le gustaría que todo el mundo lo llamara “el peruano Pérez” y que a sus hijos en la escuela los llamaran  “los peruanitos Pérez”?. Claro que no.

Al chino que, de muchachito,  yo estaba desesperado por conocer era “al médico chino” porque cuando yo hacía algo malo siempre mi madre allá en la distancia y con un cinto en la mano me gritaba: “¡Hoy sí que no te va a salvar ni el médico chino!”. Y yo le respondía: “Mamá, ¿por lo menos me puedes dar la dirección de ese médico chino para que interceda por mí, y a lo mejor te convence?”.

Aquí los americanos cuando saben decir “Sí, señor” ya se creen que saben Español, pero hubo una época en que yo cometía ese mismo error y me creía que “hablaba chino” porque me aprendí un comercial del arroz Jon Chi que decía “Chi que crece, chi que desgrana, chi que le va a gustar”.

Y… ¿no le molesta a usted ahora cuando en el cine el papel de cubano lo hace un actor con acento argentino o mexicano? Sí, pero nosotros cometíamos en Cuba el mismo error y el “chino” más famoso de la televisión, el actor cómico preferido de mi padre, “el Chino Wong”, era un cubano llamado Emilio Ruiz, y en la radio Chan- Li- Po era otro cubano llamado Aníbal de Mar.

Y le dedico este escrito a un nuevo amigo llamado Alfredo Pong por ser tremendo caricaturista y anticastrista.