Fabio Rafael Fiallo: El castrochavismo en caída libre
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El fracaso del 'socialismo del siglo XXI' repercute en la supervivencia del régimen castrista.
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Por Fabio Rafael Fiallo
Ginebra
2 Jun 2015
El informe presentado por Nikita Jrushov al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956), reconociendo los crímenes de Stalin, dejó maltrecho, de manera definitiva, el aura del socialismo real. Los partidos prosoviéticos, al igual que los intelectuales que habían profesado una veneración mística por Stalin (como Pablo Neruda, para quien "Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos"), no tuvieron más remedio que aceptar, con la sumisión intelectual que los caracterizaba, el veredicto pronunciado por la autoridad suprema de su propio campo: Moscú.
A partir de entonces, los intelectuales y partidos autoproclamados "progresistas" que habían conservado un ápice de lucidez comenzaron a distanciarse ideológica y programáticamente del modelo que había pretendido encarnar el porvenir de la humanidad.
Hoy, un fenómeno de naturaleza diferente, pero no menos impactante, se está ocupando de demoler lo que pudiera existir aún de fe en la viabilidad económica del socialismo. Se trata del fracaso del llamado "socialismo del siglo XXI", instaurado en Venezuela por el difunto "Comandante Eterno" Hugo Chávez, y de las repercusiones de dicho fracaso para la supervivencia misma del régimen castrista.
Las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) indican que la economía venezolana se contraerá un 7% en 2015, y ello después de haber perdido 4% el año anterior. La inflación es la más alta de América Latina —68,5% en 2014— y se encamina a sobrepasar de lejos el 100% en el año en curso. El bolívar se ha depreciado en un 90% desde 2007.
La escasez de artículos de primera necesidad se generaliza y adquiere las características de catástrofe nacional. El venezolano de a pie pasa entre dos y cinco horas por semana haciendo cola en busca de artículos sometidos al control de precios. La población pierde así un total de 35 millones de horas-hombre por semana entre una cola y otra.
Un estudio efectuado por tres universidades de Venezuela indica que la pobreza es mayor hoy que antes de Chávez: el porcentaje de hogares pobres alcanzó el 48,4% en 2014, frente a 45% en 1998, año anterior a la llegada de Chávez al poder. El mismo estudio señala que el 80% de los venezolanos no ganan lo suficiente para cubrir sus necesidades de alimentación.
El fiasco del chavismo no puede ser más funesto para los feligreses del socialismo. Pues el hecho de que un enésimo modelo socialista supuestamente adaptado al siglo XXI haya realizado la contraproeza de arruinar el país con las mayores reservas de petróleo del mundo —y ello a pesar de un boom petrolero sin precedentes, durante el cual los precios de dicho producto básico subieron un 1.000%— pone al desnudo la incapacidad del socialismo para organizar con un mínimo de eficiencia la economía de un país.
El fracaso venezolano es particularmente inquietante para el régimen cubano. Pues la exangüe economía de la Isla se sostiene gracias a un aporte de la Venezuela chavista que se estima conservadoramente en 1.500 millones de dólares al año.
El castrismo ya había perdido mucho de su fe inicial en el socialismo. Prueba de ello fue la entrevista concedida por Fidel Castro en 2010 a la revista estadounidense The Atlantic, en la que declara que "el modelo cubano no funciona ni en la Isla". Ese mismo año su hermano Raúl admitió que la economía cubana se encontraba "al borde del precipicio". Pero ahora, con el caso venezolano, los jerarcas de La Habana se percatan de que ni siquiera la riqueza petrolera pone un país al abrigo de los estragos que provoca el modelo socialista en el ámbito de la economía.
A fin de poder sobrevivir a la previsible bancarrota venezolana, el régimen castrista trata de entablar relaciones económicas con el denostado "imperio yanqui", esperando sacar provecho de su jugoso mercado interno y sus turistas repletos de dólares, de su dinamismo tecnológico y de sus capitales hasta ayer vituperados.
De ahí el acercamiento diplomático entre Cuba y Estados Unidos, sin que este último haya levantado —como lo exigía La Habana— el famoso embargo o "bloqueo".
Las condiciones en que el deshielo se produce implican una confesión tácita, por parte del castrismo, del carácter desatinado de su rechazo inicial a la inversión extranjera y en particular la norteamericana.
Cabe recordar que la ruptura de relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU desde hace más de medio siglo, y el embargo que la ha acompañado, fueron medidas tomadas por Washington en reacción a las expropiaciones no indemnizadas de empresas estadounidenses operando en Cuba.
Según la cantinela del castrismo, el "pueblo", representado por su "vanguardia", el Partido Comunista, pondría los recursos confiscados al servicio de un verdadero desarrollo económico de la Isla, beneficioso para toda la población y no para una casta de privilegiados al servicio del "imperialismo".
Ayer, pues, el castrismo estigmatizaba el capital extranjero. Hoy, después de haber arruinado la economía cubana —haciéndola pasar del tercer lugar de las economías latinoamericanas en términos de PIB per cápita a una de las más pobres del continente— y constatando que el socialismo no funciona ni siquiera disponiendo de las mayores reservas de petróleo del mundo, el régimen cubano se ha resignado a apostar por la inversión extranjera, incluso y en particular la estadounidense, a fin de poder sobrevivir a la debacle venezolana.
Los castristas alegarán que ahora el capital extranjero será puesto al servicio del pueblo gracias al control socialista de la economía. Por más que quieran tergiversar, la realidad es que nada le impedía al régimen cubano adoptar en los inicios de la revolución una política hacia dicho capital semejante a la que hoy se ve impelido a implementar. Y si no adoptó tal política en aquel entonces, fue porque la misma entraba en contradicción con su dogmatismo marxistoide.
Aquella ofuscación ideológica, con el ciclo de "yo te expropio y tú me embargas" al que dio lugar, le impidió ganar a la economía cubana la módica suma de 100.000 millones de dólares (que según el propio castrismo ha sido el costo de ese embargo).
El rechazo del capital extranjero no es el único dogma económico de la "revolución" que el castrismo ha echado por la borda después de haber sufrido sus estragos. Recordemos que en los albores del régimen fidelista la lucha contra el "monocultivo" (fuente de dependencia económica según el catecismo socialista) trajo por consecuencia el desmantelamiento del hasta entonces pujante sector azucarero de Cuba. Años más tarde, el régimen cubano da marcha atrás de la misma manera en que ahora cambia de rumbo con respecto a la inversión extranjera, admite la utilidad económica de la producción azucarera y fija el objetivo de 10 millones de toneladas para la zafra de 1969-1970 (objetivo que, dicho sea de paso, se convirtió en un fiasco más de la "revolución").
Mañana como hoy, intelectualoides refractarios a la "terquedad de los hechos" seguirán cantando loas a la gloria de Fidel Castro y Hugo Chávez. Pero a pesar de esos rancios atavismos, el fiasco cubano-venezolano le habrá asestado a la imagen internacional del socialismo tropical un golpe irreversible, similar al que el reconocimiento por Jrushov de los crímenes de Stalin le infligió al socialismo patrocinado por la desaparecida Unión Soviética.
Fabio Rafael Fiallo
Economista diplomado de la Johns Hopkins University y ex funcionario (jubilado) de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad)
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