Esteban Fernández: LA LECTORA LUCRECIA
Julio 13 de 2015
A veces escuchamos a los artistas y cantantes quienes muy satisfechos dicen: “Yo me debo a mi público” o “Yo estoy aquí para complacerlos porque todo lo que tengo y lo que soy se lo agradezco a mis fanáticos”. Unas veces suenan sinceros y otras hipócritas, pero lo cierto es que nunca reparten lo que ganan entre sus seguidores.
Los escritores como yo no nos debemos al público ni estamos para complacerlos, estamos para informarlos y para decir simple y llanamente lo que creemos sea la verdad, y a veces hasta para enfadarlos.
Sin embargo, es cierto que cuando escribimos constantemente tenemos lectores que insisten en comentar nuestros escritos, en felicitarnos, y en llamarnos la atención cuando consideran que estamos errados. Y poco a poco vamos simpatizando con ellos. A veces sin conocerlos en persona se convierten en entrañables amigos.
Yo tuve una asidua lectora por 30 años llamada Lucrecia Merens. No tenía computadora así es que toda la comunicación fue a través de cartas y llamadas telefónicas. Solamente la vi una vez y fue porque ella y su esposo Juan me invitaron a su apartamento en Pasadena para comernos un arroz con pollo.
En Cuba ella había sido enfermera en uno de los mejores hospitales de la capital, ella trabajaba directamente con el afamado doctor Antonio Rodríguez Díaz. Era una señora educada, fina, y extremadamente anticastrista. Tan anticastrista era que siendo un matrimonio humilde cooperaban económicamente con todas y cada una de las organizaciones del exilio.
Una tarde me llamó para decirme que le iba a enviar dos dólares a la “Fundación Nacional Cubano Americana” y -con mucha pena porque a mí no me gustaba quitarle las intenciones patrióticas a mi buena amiga- le dije: “Señora Lucrecia, ahórrese esos dos dólares porque Jorge Más Canosa gana más dinero en dos horas que el que usted y su esposo han ganado en los últimos 15 años”
A través de los años recibí tres paquetes con ropita bordada por ella cuando nacieron mis nietos. No obstante eso, quede claro, para ella yo solamente era su segunda opción como escritor porque adoraba a Aldo Rosado y a su columna “Cantaclaro” en el periódico 20 de Mayo.
El día 22 de febrero del año 2004 me llamó su hija Náyade llorando para comunicarme el fallecimiento de Lucrecia. Tenía 90 años. Me decía la muchacha: “¡Ella te quería como si fueras su hijo!”. Y, para que ustedes vean como uno se encariña con los lectores, antes de una hora tuve que ser recluido en el Kaiser Hospital donde me quedé toda la noche con tremenda opresión en el pecho.
Por lo tanto, si usted es de los que deja recados en mi buzón quiero sepa que aunque no conteste mis correos soy de las personas que les brinda tremendo aprecio a quienes se toman el trabajo de leerme y comunicarse conmigo y créanme que me preocupo cuando algún asiduo comentarista se demora demasiado en escribirme. Un abrazo para todos y En Paz Descanse Lucrecia Merens.
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