Orlando Luis Pardo Lazo sobre Cuba: Entre la Patria y el Castrismo
Entre la Patria y el castrismo
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'Este lunes la Cuba de Castro se reincorpora por fin al capitalismo de Estado posnacional, y también a la ristra de populismos represivos del hemisferio y más allá.'
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Por Orlando Luis Pardo Lazo
Washington
19 Jul 2015
Julio es el mes de la injuria.
En julio amaneció camuflado el castrismo, en aquel sangriento putsch del Cuartel Moncada, durante los carnavales de 1953. En julio, los Castros fusilaron a la plana mayor del Ejército y la Inteligencia castrista, para eludir la operación antidrogas norteamericana que ese fin de año de 1989 derrocara a otro dictador caribeño, pero en Panamá. En julio, Fidel y Raúl Castro planificaron como castigo ejemplarizante la masacre de civiles —incluidos niños— en la cara cómplice del mundo, al hundir el remolcador "13 de Marzo" y rematar a los sobrevivientes ante las costas cubanas, en 1994. En julio, Raúl y Fidel Castro ordenaron la doble ejecución extrajudicial de los líderes del Movimiento Cristiano Liberación, Harold Cepero y Oswaldo Payá, en 2012, en un paraje de Cuba aún sin determinar.
Los descendientes y ministros y descendientes-ministros de la familia Castro no son inocentes de semejante democidio, al estilo de una guerra civil de baja intensidad pero permanente y perversa implementación.
Julio es el mes de las injusticias. Injusticias que, por más que sigan indignando a los cubanos —un pueblo secuestrado en su soberanía—, dejan indiferentes a muchos pueblos y gobiernos del mundo, síntoma de que en la aldea global la única solidaridad es la soberbia de los billetes y una violencia hoy ya sin signo ideológico.
En julio, con gran jolgorio de magnates, prelados, y políticos títeres de los lobbies y las acciones bursátiles, capaces todos de pactar en secreto con los matones de su traspatio, se restablecen en este 2015 las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos de América.
Con las embajadas, aunque ambas existían de facto desde hacía casi 40 años, se inaugura también el tan anhelado y largamente pospuesto fin del exilio cubano. Una nacionalidad cuyos humos han de ser ahora rebajados a menos que inmigrantes.
A partir del 2015, los de la Isla seremos tratados por EEUU como mano de obra sumisa en sus estadísticas macroeconómicas, y nunca más como refugiados de un comunismo anormal e innormalizable, tal como los norcoreanos preocupan hoy a muy pocos salvo para caricaturizar la crueldad de uno tras otro Kim.
A partir del 2015, los del exilio seremos tratados vengativamente como neonorteamericanos, sin otro "país de origen" que el tetragrámaton C-U-B-A en un pasaporte en pasado perfecto. Se expía así nuestra culpa en tanto cubanos por haber sido más angloparlantes que latinos y mucho menos hispanos; más profesionales solventes que minorías discriminables; más republicanos prodemocracia que intelectuales de izquierda; y, por supuesto, más blancos que lo recomendado, según la diversidad despótica impuesta hoy en EEUU desde la hipocresía, la envidia y una mediocridad mal intencionada.
Este lunes 20 de julio la Cuba de Castro se reincorpora por fin al capitalismo de Estado posnacional, y también a la ristra de populismos represivos del hemisferio y más allá. Las autotransiciones dinásticas parecen indetenibles en todo el planeta, así sea de los Kims, los Kirchners, los Correas, los Evos, los Ortegas, los Maduros y los Castros —imitados acaso por el vodevil de los Clinton versus los Bush, ambos azuzados por las trompetillas de Trump.
La fiesta de la falsificación cubana ha comenzado, y quien se oponga a la Administración Obama y a su tentación tiránica de resentimiento presidencial antiestablishment, será sacado de escena no solo por racista sino por contrarrevolucionario en la cuna misma de la contrarrevolución.
Las grandes compañías y los bancos gigantes de una Norteamérica pigmea y patética son de pronto los progresistas, las fuerzas futuristas que catalizan lo que los cubanos no pudimos lograr a pesar de —o precisamente por— los incontables cadáveres que pusimos por delante.
El mercado premia a quien prevalece, a quien controla al precio que sea a sus contemporáneos. Y a Fidel se le perdonan sus excesos de Somoza-Pinochet-Videla porque desde su clínica no de Londres sino de La Habana, nos da lástima su fenotipo de funeraria. Además, los muertos no cotizan bien ni siquiera en esta bolsa de la barbarie. El "vivo" en Cuba lo es ante todo porque ha quedado vivo a costa del otro. Los muertos de Bonifacio Byrne —bucólico al punto de la bobería— ya pueden ir bajando lo brazos. O al menos usarlos para izar de nuevo, junto a la nuestra, el pabellón de las barras y las estrellas del buen vecino del norte.
Nos resta, pues, apenas la precariedad de unos pocos testimonios atesorados entre el terror y la apatía. Nos queda la desmemoria como analgesia contra el apartheid, a ratos como denuncia terapéutica y a ratos como negación de ser el pueblo diaspórico que ya somos, minados por un totalitarismo siempre en fase terminal y siempre tan saludable como asesino.
Mejor acostumbrémonos a que en julio como en enero los cubanos nos hemos quedado solos entre la patria y el castrismo. O, peor, acostumbrémonos a la pesadilla de ser para siempre la patria de un castrismo cuyos Castros son solo la macabra decoración. La esencia democida del sistema, su legado histórico o como se diga, recién está por renacer.
Este es su momento.
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