Que no sea Mariela
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Ni por asomo se me ocurriría, en unas elecciones más o menos normales, votar por Mariela Castro ni cualquier otro de sus parientes
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Por Luis Cino Álvarez
agosto 7, 2015
LA HABANA, Cuba – A través de la historia, las mujeres gobernantes han demostrado ser muy efectivas. Tienen un raro equilibrio entre la firmeza y la compasión, el ímpetu y la mesura, los sueños y la realidad.
Tal como van las cosas, el mundo iría mejor si más países fueran gobernados por mujeres. Seguramente habría menos guerras, contaminación y hambre.
A veces las presidentas logran proezas que un hombre no podría. Miren a Angela Merkel. O a Michele Bachelet, cuando hace unos años logró salvar la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile de tanto energúmeno desbocado y de un monarca que pedía a Hugo Chávez que se callara, cual si fuera un sobrinito impertinente y malcriado.
A los cubanos, tan machistas como somos, nos vendría bien una mujer para dirigir los destinos del país; porque definitivamente tanta testosterona, bigote y pelo en pecho no nos ha asentado.
Sería buen momento para elegir una mujer para que presida la nueva república y ponga todo su empeño en salvarnos del desastre. Pero no hay nueva república, ni elecciones libres, y mucho menos, democracia.
Y ni hablar de Mariela Castro…
Como recientemente la inefable Mariela dio muestras de la prepotencia y la intolerancia arraigada en sus genes familiares al calificar de “grupitos de ignorantes” a la oposición cubana, insinuar nuevas leyes mordazas y desbarrar con el mismo encono y desprecio que lo haría su tío o su papá, creo pertinente reiterar –para que no haya malentendidos ni confusiones, por si alguien no entendió mi ironía– que el
comentario “La futura presidenta” que escribí para Cubanet en junio de 2008 era pura broma.
(Mariela Castro, la hija del sátrapa cubano y tirano en funciones Raúl Castro Ruz)
Ni por asomo se me ocurriría, en unas elecciones más o menos normales, votar por Mariela Castro ni cualquier otro de sus parientes. ¡Solavaya!
Ojalá mis compatriotas no olviden las actitudes y las declaraciones de la frívola princesita del castrismo, cuya tolerancia se limita apenas a la alteridad sexual, y sólo con el puñadito de gays y lesbianas amaestrados que bailan en la comparsa del Cenesex.
Lo digo porque no me asombraría ver a la sexóloga Mariela, dentro de unos años, con su sonrisita encantadora, su ropero del Primer Mundo y la clase que le falta al resto de su parentela, como candidata a la presidencia. Lo cual sería muy peligroso, porque cuando empiece a diluirse la pesadilla pero todavía queden grumos, la mayoría de los cubanos, que no saben lo que es elegir sino votar por quien le pongan delante en las listas del mural, votarían por cualquier persona menor de 80 años, con rostro humano –¡imagínese usted si es un rostro bonito de mujer!–, capaz de sonreír y que no se crea con el monopolio de la patria y la verdad. Aunque lleve el apellido Castro.
No acabamos de aprender que con “esta gente”, y particularmente con ese familión, no hay modo. ¡Ni aunque se vistan de seda!
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