¿Para qué sirve la OEA?. Roberto Álvarez Quiñones: Aquella OEA tan vilipendiada ahora no quiere tocar ni con el pétalo de una rosa a cualquier gobierno de izquierda que viole brutal y masivamente los derechos humanos.
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Aquella OEA tan vilipendiada ahora no quiere tocar ni con el pétalo de una rosa a cualquier gobierno de izquierda que viole brutal y masivamente los derechos humanos.
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Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
4 Sep 2015
"Como cambian los tiempos, Venancio…", decía el pegajoso estribillo de una guaracha de Remberto Becker que cantaba el criollo dúo Los Compadres en Cuba, sobre todo en el programa "Palmas y Cañas" de la televisión.
Es ley física, y de vida, "todo cambia, todo fluye", como ya decía Heráclito en Grecia hace 2.500 años. Lo que pasa es que en política muchas veces los cambios no mejoran las cosas sino que las empeoran. Es lo que ha pasado con la Organización de Estados Americanos (OEA).
Durante décadas Fidel Castro, su aceitado aparato de propaganda, y su coro de la izquierda radical latinoamericana, calificaron a la OEA de "Ministerio de Colonias de Estados Unidos". Hoy, con gobiernos mayormente en manos de aquella izquierda entonces opositora, todo ha cambiado.
Aquella OEA tan vilipendiada ahora simplemente se niega a actuar porque no quiere tocar ni con el pétalo de una rosa a cualquier gobierno de izquierda, aunque viole brutal y masivamente los derechos humanos fundamentales del hombre y provoque crisis humanitarias que involucran a países vecinos.
Nada más elocuente que la derrota política y diplomática de Colombia en su petición de convocar una reunión de cancilleres de la OEA para analizar el atropello criminal del Gobierno venezolano —con el burdo pretexto de combatir el contrabando— contra miles de colombianos residentes en la zona fronteriza entre ambas naciones.
La posición más indignante en la reunión del Consejo Permanente celebrada en Ciudad Panamá, pedida por Bogotá para convocar un cónclave de cancilleres, fue la abstención de Brasil, país que pretende ser el líder de toda Latinoamérica y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Panamá igualmente le dio la espalda a su más cercano vecino en lo cultural e histórico.
El gobierno presidido por la exguerrillera guevarista Dilma Rousseff, lejos de respaldar la justa demanda de la Colombia democrática —la parte agredida—, lo que hizo al abstenerse fue apoyar al régimen militar autoritario de Nicolás Maduro, el claro agresor, que está acabando con Venezuela y que quiere provocar un conflicto fronterizo con Colombia para suspender las elecciones legislativas de diciembre próximo.
Además, la inteligencia de Brasil y de los demás países latinoamericanos sabe que seguramente fue Diosdado Cabello, el verdadero hombre fuerte del chavismo, quien obligó a Maduro a cerrar la frontera para proteger al Cartel de los Soles (que según testigos dirige el propio Cabello) de los otros grupos de narcotraficantes que operan en esa zona fronteriza.
Si Brasil o Panamá hubiesen votado a favor de la petición colombiana, como hicieron los gobiernos izquierdistas de Chile, Uruguay, Perú y El Salvador, y otros 13 países de la región, se habrían obtenido los 18 votos necesarios para convocar la reunión de cancilleres.
Colombia necesitaba exponer la crisis humanitaria desatada por la deportación de miles de sus ciudadanos que vivían en el estado venezolano de Táchira. Se estima en unos 11.000 los colombianos que, o han sido deportados violentamente, o han abandonado el país trasladando a pie, como pueden, con niños y ancianos, algunas pocas pertenencias, y sin tener a dónde ir para vivir.
Las viviendas de las familias deportadas, sacadas a la fuerza de sus hogares, han sido demolidas con equipos pesados, luego de ser marcadas como hacían los nazis con las residencias de los judíos. Algo insólito.
Pero la solidaridad político-ideológica en algunos casos, y la sumisión total a Caracas para poder seguir recibiendo petróleo casi gratuito, como ocurre con Nicaragua y la mayoría de las islas del Caribe, prevalecieron. Y la OEA, ya muy devaluada según sus propios estatutos, se ha desentendido del asunto.
Es muy probable que la abstención clave de Brasil haya sido sugerida por los hermanos Castro. La Habana puede haber persuadido a su gran aliado político de Brasilia de no votar en favor de Colombia, sino abstenerse, que de hecho equivalía a apoyar a Venezuela, el mecenas que mantiene a flote la economía cubana.
Con respecto a Panamá vale recordar que en julio pasado la canciller panameña, Isabel De Saint Malo, anunció que su gobierno aceptaba la propuesta venezolana de pagar con petróleo y gas natural la deuda de 1.013 millones de dólares que tiene Venezuela con empresas panameñas por compras de mercancías y de boletos de avión (solo a Copa Airlines, la aerolínea panameña, Venezuela le debe 478 millones). El régimen chavista pudo haberle advertido al presidente Juan Carlos Varela que si favorecía a Colombia en la votación Panamá no cobraría la deuda. Como habría dicho Vito Corleone, era una oferta imposible de rechazar.
En fin, se aprecia muy nítidamente que la OEA de hecho ha sido secuestrada sobre todo por Caracas y su clientelismo político y económico. Pese a la crisis financiera que sufre, el régimen chavista continúa regalando petróleo a los países del Caribe, con lo cual compra lealtades decisivas. Por eso, con excepción de Jamaica, Santa Lucía y Barbados, que votaron con Colombia, los otros nueve países caribeños se abstuvieron, incluyendo República Dominicana; y Haití fue más allá y se sumó a los cuatro votos en contra emitidos por los países del ALBA.
No obstante, vale destacar que cuatro países con gobiernos de izquierda (Chile, Perú, Uruguay y El Salvador) votaron a favor de Colombia. Le dijeron a la mafia que hoy desgobierna Venezuela que ha ido ya demasiado lejos.
Lo que no es coherente es que esos mismos cuatro gobiernos, y los demás que hoy dominan la OEA, insistan en que regrese a dicha entidad interamericana la única y más larga dictadura militar del continente, que comandada aún por los Castro conforma el régimen más antidemocrático y violador de los derechos fundamentales del ser humano en toda la historia de las Américas.
¿No sería más justo que expresaran sus buenos deseos de que haya elecciones verdaderas en Cuba y que el pueblo elija al fin a sus gobernantes, como exige la Carta Democrática Interamericana de la OEA?
En Cuba no hay elecciones libres desde 1948, récord absoluto en Occidente. Pero esos gobiernos de izquierda lograron que el dictador Raúl Castro acudiera a la última Cumbre de las Américas celebrada también en Panamá en abril pasado. El general cubano no solo se sentó en la misma mesa que los mandatarios elegidos en las urnas democráticamente, sino que fue la vedette de la cumbre, y resultó de hecho agasajado hasta por el mismísimo presidente de Estados Unidos.
Es cierto, los tiempos cambian, pero ¿para qué sirve esa OEA tan cambiada? O más exactamente ¿a quién sirve?
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