Esteban Fernández: DOS FALLOS EN UN MISMO DÍA CON MARÍA CONCHITA ALONSO Y JAY LENO
Por Esteban Fernández
22 de diciembre de 2015
Hace varios años estaba repartiendo teléfonos a los clientes de la Pacific Bell en un barrio de lujo donde viven muchos artistas adinerados. Todas las mansiones en esa zona eran -y siguen siendo-bellísimas.
De pronto veo a una linda latina vestida humildemente con unos jeans, unos tenis viejos y un t-shirt desteñido. La muchacha estaba llevando poco a poco un montón de ropa en percheros de un Mercedes Benz para dentro de la casa. Obviamente era la criada de la casa la cual me lucía reconocerla de algún lugar, según yo.
Detuve mi carro de la compañía de teléfonos y le pregunté -porque andaba medio perdido y para satear un poco con ella-: “Señorita ¿sabe usted dónde queda la calle Vista Dr.? Y le enseñé un papelito con la dirección donde debía ir.
Me dijo: “Sí, chico, en la próxima calle coge a la derecha, y en la luz coge a la izquierda y ahí é“. Inmediatamente me di cuenta de que era cubana por varios motivos: por el acento, porque el resto de los latinos no usan el verbo “coger” (para muchos de ellos representa una mala palabra) y por terminar sus palabras con un “ahí é” en lugar de “ahí es”
Con alegría -y tontamente decidido a pedirle el número de teléfono para salir con ella- le dije: “Muchacha ¿eres cubana?” Y me dijo: “Nací en Venezuela de padres cubanos”
(María Conchita Alonso)
Y le contesté sonriente: “Pues, yo también soy cubano”. Y se rió al decirme: “Chico, tú ni eres cubano ni eres venezolano, pues si fuera así supieras que yo soy María Conchita Alonso”. Está demás decirles que ahí mismo no tuve el valor de pedirle el número de teléfono para salir con ella.
El segundo error de apreciación de ese día fue al seguir las instrucciones de María Conchita y encontrarme que era la residencia del comediante Jay Leno donde debía dejar el delivery. El fallo mío fue que, llevado por la actitud de Jay, inmediatamente me hizo sentir como que éramos íntimos amigos.
Toqué el timbre en un portón que él mismo vino a abrirlo. Me saludó con tremenda sonrisa, me estrechó la mano, me mandó a pasar y me ayudó a bajar como siete cajas de teléfonos. Me quedé súper impresionado por su amabilidad y por la gran cantidad de carros que habían parqueados en su gigantesco driveway.
Todo el tiempo que estuve llevando teléfonos de un lugar para otro de la enorme casa él me acompañaba dándome palique.
Al terminar mi trabajo me dijo en inglés: “Oye ¿quieres ver mis autos por dentro?” Y ahí nos quedamos más de una hora conversando. Mejor dicho: él hablando con lujos de detalles y expertos conocimientos de sus carros y yo admirado escuchándolo.
(Jay Leno)
Donde único pude meter la cuchareta fue al enseñarme un Chevrolet del 57 porque mi tío Enrique Fernández Roig -en Güines- había tenido uno exactamente igual. Yo, que había comenzado llamándole Mr. Leno, ya le decía “Jay” y él a mi “Estebán” (sí, con acento en la á) hasta que de pronto choqué con la dura realidad:
Jay dio por terminada nuestra amena conversación y me dijo: “Espérate que ahora regreso”. Entró en su casa y a los tres minutos regresó con un billete de 10 dólares en su mano.
Entonces actué tontamente como si estuviera dolido y le dije la cosa más absurda del mundo: “¡No, chico, eso no es necesario entre tú y yo que somos amigos!”. El artista puso cara de sorpresa y prácticamente tuvo que obligarme a coger la propina. De nuevo me estrechó la mano, dio una vuelta y se metió en su casa. Más nunca volví a ver en persona a mi “amor a primera vista María Conchita” ni a mi “amigo” Jay.
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