Tomado de
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¿Democratizar o disolver el Partido Comunista de Cuba?
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Los jóvenes no quieren ser reclutados y muchos de los ya militantes renuncian
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Por Alexis Jardines Chacón
Enero 7 de 2016
MIAMI, Estados Unidos.- Ante la disyuntiva enunciada en el título hay
quienes optan por la variante (al parecer más realista): “del lobo, un
pelo”. El problema que tiene la propuesta de la democratización (que yo
defendía cuando las condiciones eran otras y sí aplicaba el proverbio
anterior) es que, a estas alturas del juego, beneficia al régimen. Nada,
absolutamente, que se haga bajo la dirección del PCC ―democratizado o
no― sobre todo si este permanece bajo el control de la familia mafiosa
que gobierna el país, favorecerá a la democracia. Mientras exista el
Partido único habrá administración de la libertad y de la economía;
consecuentemente, persistirá la escasez espiritual y material aun
después del levantamiento del embargo.
Lo peor que tiene el PCC ni siquiera es el comunismo, sino el
castrismo. Y este no se extirpa con cirugías estéticas ni remiendo
alguno. Una oposición leal que mantenga el equilibrio de la mezcla
castrista en condiciones postcomunista es completamente previsible. ¿Es
esto lo que quiere el exilio? ¿Es esto lo que quiere la oposición
interna? Realmente, no creo que tal cosa satisfaga las expectativas del
cubano de a pie. Los cubanos no dejarían de emigrar por el solo hecho de
ver a un destacado opositor anti embargo en la televisión nacional. Por
otra parte, tampoco creo que Cuba necesite un plebiscito mientras estén
intactas las estructuras unipartidistas; es como poner la carreta
delante de los bueyes y el resultado sería nefasto al brindarle al
régimen la posibilidad de legitimación mediante las urnas. Al contrario,
hay que evitar por todos los medios que la dictadura lleve a cabo
cualquier tipo de referendo ―vinculante o no― que pueda validarla. ¿Qué
más plebiscito que ese incontrolable y desproporcionado flujo
migratorio?
Con un amigo discutí semanas atrás la posibilidad de la vía electoral
mediante la postulación de opositores. Él defiende tal estrategia; yo
la considero ilusoria y aletargadora. No digo que no dé resultados, el
problema es cuándo y los mismos no se avizoran sin que pasen otros 50
años. Una exigua
minoría de opositores en la Asamblea Nacional traería
el equilibrio necesario para el régimen en términos propagandísticos,
funcionaría como recurso de aletargamiento de la ciudadanía y de la
opinión pública internacional y jamás llegaría a pasar propuesta alguna
por no contar, para empezar, con los votos suficientes. ¿Cuándo se
acabará de entender que cualquier tipo de cambio, reforma o maniobra que
ejecuta el régimen persigue el objetivo de beneficiar a los gobernantes
y sus descendientes, no a la democracia? Identificar el cambio en
general con el cambio positivo es lo que le ha nublado la mente al
presidente Obama y a buena parte de la oposición interna. Señores,
también se puede cambiar para peor, se puede cambiar para conservar el
statu quo,
se puede cambiar para dilatar una situación insoportable para el otro,
se puede cambiar para engañar, mentir, robar y también matar o dejar
morir.
Hay otros que se aplican auto terapia depositando toda su fe en la
salida de escena ―política o vital― de los hermanos Castro. Lamento
perturbar la tranquilidad de esa buena gente. Stalin no solo era un
líder, sino que puso todo el empeño y el potencial de su nación en
convencer al mundo de que lo era, magnificando desmedidamente todas y
cada una de sus cualidades. Tras él, sin embargo, una retahíla de gente
gris e insípida, además de senil, tomó el mando del PCUS y la maquinaria
soviética permaneció inmutable durante décadas. En Polonia el partido
comunista en el poder coexistió igual cantidad de años con partidos
opositores, lo que indica que una oposición leal no cambiará la
situación que asfixia al cubano.
Debemos ser muy cuidadosos con lo que exigimos, porque la dominación
castrocomunista continuará en condiciones post totalitarias. El
castrismo no es siquiera una ideología; es la mafiosa manera de
sobrevivir en el poder que tiene una Familia de degenerados; es una
estrategia de control que se implementa mediante la astuta combinación
del factor militar con el político. Los militantes del Partido ―y los
propios militares― están vigilados por los órganos de
contrainteligencia, pero, al propio tiempo, todos los miembros de estos
órganos son militantes del Partido, que es el medio a través del cual la
Familia ejerce el poder. Por lo tanto, nada prospera en Cuba en
términos de democracia si se mantiene la Familia mafiosa que controla a
los militares que, a su vez, controlan y son controlados (política e
ideológicamente) por el Partido único a través del cual se materializan
las decisiones ―tomadas en la residencia de Raúl Castro― que rigen a la
sociedad toda.
Así es que parece ingenua también esa visión de un Díaz-Canel en el
poder abriendo modestos espacios a la oposición. Véase el más reciente
artículo
de Juan Juan Almeida para que se tenga una idea de lo que digo y de
cómo se prepara el poder detrás del trono. Entonces, si nadie quiere a
los Castro ¿por qué insistimos en pedir limosnas?
Transcribo a continuación el mejor de los escenarios que anda
flotando en el ambiente generado por el VII Congreso: los delegados a la
Asamblea Nacional y provinciales podrían ser elegidos directamente,
pero se mantendría la prohibición de hacer campaña para quien no
provenga de las filas del PCC. Habría espacio para las opiniones
disidentes que no sean francamente contrarrevolucionarias, así como un
sistema electoral abierto a opositores sin partidos, sin pasado
contrarrevolucionario y sin vínculos con el exilio. No creo que a los
cubanos nos interesen esas dádivas.
Del modelo de Partido único sí puede decirse con absoluta certeza que
no ha funcionado por más de medio siglo. Entonces ¿quién puede tener
interés en conservarlo? Los jóvenes no quieren ser reclutados por el
Partido, muchos de los ya militantes renuncian. Falta entonces que el
pueblo no le dé su aprobación a la gestión dirigente del Partido
Comunista único y para eso se necesita el concurso de una oposición no
de gabinete, sino de una organizada en torno al trabajo de campo.
Es presumible que el activismo llegue a reemplazar a una oposición
que no acaba de prender en Cuba; un activismo joven, creativo, cargado
de iniciativas llamadas no solo a persuadir a sus compatriotas, sino a
conquistar el espacio público.
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