Reyes Magos pasean por La Habana (aunque no visitan a todos). Iván García Quintero; El régimen de Fidel Castro intentó sepultar la tradición de los tres Reyes Magos. El Estado trató de reemplazar la tradición y ofertó juguetes racionadamente. Ahora, ni siquiera eso. Si no tienes moneda dura, tus hijos no tendrán juguetes.
Reyes Magos pasean por La Habana (aunque no visitan a todos)
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El régimen de Fidel Castro intentó sepultar la tradición de los tres Reyes Magos. El Estado trató de reemplazar la tradición y ofertó juguetes racionadamente. Ahora, ni siquiera eso. Si no tienes moneda dura, tus hijos no tendrán juguetes.
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Por Iván García Quintero
enero 05, 2016
La Habana - La víspera del Día de Reyes, Lemay, de ocho años, se va a la cama temprano. El 6 de enero probablemente sea la fecha más importante de su vida. Seis veces ha rehecho la carta dirigida a Melchor, Gaspar y Baltazar.
Cada vez que Lemay veía un juguete nuevo, borraba uno e incluía otro. La semana pasada se enojó con un amigo del barrio que, entre burlas, le dijo que los Reyes Magos eran sus padres.
"Mentira, lo que pasa es que a ti no te traen juguetes porque te portas mal", cuenta el padre que le respondió. Y muestra la carta con rasgos infantiles escrita por su hijo en una hoja de libreta escolar. Orgulloso, el padre la lee:
“Señores reyes magos: este año me porté bien y tuve notas excelentes en la escuela. Quisiera pedirles si por favor me pueden traer una bicicleta y unos patines lineales. También una pelota de fútbol y cualquier otra cosa que ustedes crean me merezco”.
Los juguetes de Lemay son un asunto de seguridad nacional en su casa. Es hijo único y con meses de antelación, todos los familiares se involucran, los que viven al otro lado del charco y los de acá.
"Del dinero de las remesas vamos ahorrando, pero el juguete de mayor calidad se lo envían los abuelos desde Miami, a través de una 'mula'. El resto se lo compramos nosotros aquí", cuenta la madre.
El 30 de diciembre, los padres de Lemay dedicaron el día a rastrear jugueterías de La Habana, para tratar de satisfacer los pedidos de su hijo. En el complejo de tiendas del hotel Comodoro, en Miramar, al oeste de la ciudad, compraron un balón de fútbol Adidas y un par de tenis de la misma marca. En el concurrido mall de Carlos III, en Centro Habana, pudieron conseguir los patines lineales.
"En tres juguetes y en una camiseta de Neymar que compramos en una casa que vende pacotillas por la izquierda, gastamos 132 chavitos (alrededor de $140). Cada año que pasa los comercios están más desabastecidos y los juguetes más caros", dice la madre.
Esta vez, el regalo principal, enviado por los abuelos de Miami, es una bicicleta de colores brillantes. En la noche del 5 de enero, cuando ya Lemay está durmiendo, la familia se pone en función.
Esconden los juguetes en los sitios más insospechados. "Nosotros lo disfrutamos tanto como él. Mi esposa y yo crecimos en una etapa donde se había perdido la fantasía y una vez al año, por la libreta, el Gobierno ofertaba tres jugueticos", recuerda el padre.
Si usted recorre las jugueterías habaneras, observará una gran cantidad de compradores. Delia, empleada del Centro Comercial Carlos III, explica que "en los días anteriores al 6 de enero, las ventas en la juguetería superan los 20.000 pesos convertibles. No sé de dónde la gente saca tanto dinero, pero compran juguetes sofisticados que cuestan un montón de fulas".
Una bicicleta mediana ronda los $130. Una casita de dos plantas y sus accesorios cuesta $84. Una piscina circular de tubos metálicos y motor para purificar el agua fluctúa entre los $585 y más de $1.000.
Tienes que rebuscar bien en los estantes para encontrar un juguete que cueste menos de $10. Alina, madre de dos hijos, junto a su esposo, una y otra vez revisan sus billeteras, pero las cuentas no cuadran.
"Queríamos comprarle una máquina eléctrica al más pequeño y un juego de autos de carreras al más grande, pero el dinero no nos alcanza", dice Alina y señala los precios. La máquina se maneja por control remoto y cuesta 116 cuc. Y 60 cuc el juego de Fórmula Uno.
Desde hace ya un tiempo, la tradición de los Reyes Magos en Cuba, cada año convoca a numerosos padres que intentan complacer a sus hijos.
La prensa oficial y las instituciones estatales hacen mutis.
No obstante, no se ha vuelto a llegar al extremo del mes de enero de 2001, cuando un insultado Fidel Castro condenó en duros términos una cabalgata de Reyes Magos patrocinada por la embajada española, que recorrió el Paseo del Prado tirando caramelos. Castro consideró que era un insulto a los niños cubanos.
Como ocurre con la Navidad, Semana Santa y veneraciones a San Lázaro, la Virgen de la Caridad o Santa Bárbara, entre otras costumbres, la maquinaria de propaganda partidista no promociona el Día de Reyes. Durante años, la autocracia verde olivo suplantó a los tres Reyes Magos. Unos días después de llegar al poder a punta de carabina, Fidel Castro se subió a una avioneta y en pequeños paracaídas lanzó juguetes a niños que vivían en las laderas de la Sierra Maestra y jamás habían tenido uno.
A medida que el régimen se fue radicalizando, las tradiciones fueron censuradas o, cuando menos, ignoradas. El Gobierno se encargaba de distribuir juguetes mediante sorteos municipales realizados por el Ministerio de Comercio Interior.
En la primera semana de julio, en una tienda de su barrio previamente asignada, cada padre tenía derecho a comprarle tres juguetes a su hijo (básico, no básico y adicional). Antes de pagarlos, se lo anotaban en la libreta de productos industriales, cartilla de racionamiento que también hubo en Cuba y era similar a la de productos alimenticios.
Después, con la crisis económica que dura ya 26 años, los juguetes se compran exclusivamente en moneda dura o a elevados precios en pesos, elaborados por particulares. Son plásticos y chapuceros, pero son los que están al alcance de los más pobres.
Gerardo, albañil, a ninguno de sus cuatro hijos ha podido comprarles buenos juguetes el Día de Reyes. "Si acaso, uno de esos camiones plásticos que venden los cuentapropistas o una pelota. Con el tiempo, las desigualdades que Fidel prometió eliminar han sido mayores. Los jodidos cada vez estamos más jodidos".
Mientras en la mañana del 6 de enero, niños como Lemay buscan los regalos por toda la casa, miles de pequeños sólo ven los juguetes en las vidrieras. En Cuba, los Reyes Magos no llegan a todos los hogares.
La Epifanía del Señor
Por Zoé Valdés
Las carencias obligaron muy pronto a mi madre y a mi abuela a confesarme que los Reyes Magos no existían. El castrismo prohibió bastante temprano la idea de esos Reyes capitalistas que repartían juguetes a diestra y siniestra. No lo hicieron de un tajo, porque todavía recuerdo que en una ocasión mi abuela me llevó a una tienda donde había un hombre disfrazado de rey mago, y puedo recordar vagamente la vidriera de Flogart, y algunas otras vidrieras, la de La Época; aunque todo eso lo tengo bastante borroso. Total, que de buenas a primeras, el sistema para adquirir juguetes cambió radicalmente, se acabaron los Reyes Magos, y los tres barbudos se disolvieron en uno sólo. Otra ilusión muerta.
Mamá empezó a pasar noches haciendo cola para un teléfono público. La cola para poder conseguir una llamada desde aquel aparato negro triplicaba la vuelta a la manzana. El teléfono se hallaba situado bajo las arcadas frente al Parque Habana, en la calle Muralla, junto a mi escuela primaria (hoy Fondo de Bienes Culturales, después mudaron mi escuela para la calle San Ignacio). Tampoco era fácil comunicar con el Centro desde donde se repartían los turnos que daban el derecho a comprar los juguetes del Día de Reyes, había que discar y discar, una y otra vez. A mi madre se le hinchaba el dedo de tanto meterlo en el disco descascarado. Tenía el derecho a veinte intentos, si en esos veinte intentos no lo conseguía debía volver al final de la cola, coger otro turno, dormir noches y madrugadas para que no le quitaran el puesto. A veces pagaba al de atrás de ella para que la dejara llamar hasta cincuenta veces. Todo eso sucedía tres meses antes o más, no recuerdo bien, al Día de Reyes, durante el castrismo, claro, y mientras hubo Día de Reyes.
Las madres debían dar el apellido del niño. A mí siempre me tocaba el último día, por lo de la V de Valdés, y entonces había que navegar con suerte para que en ese último día nos concedieran uno de los primeros números. Lo que nunca fue el caso. En consecuencia, año tras año, las opciones a las que pude acceder, eran las mismas, o casi…
Sólo teníamos derecho a tres juguetes por niño. El básico, el no básico, y el dirigido. El básico era el juguete más importante y caro, el no básico era el de menor importancia y menos caro, el dirigido era el impuesto por el gobierno, el que había que comprar obligatoriamente, y por supuesto, el más barato. Yo soñaba con una bicicleta y con patines, esos eran juguetes básicos, preferencialmente para varones. A las niñas nos tocaban juguetes “de niñas”, muñecas, juegos de tocadores, cocinitas, en ese orden… Cuando nos llegaba el turno de compra a mi madre y a mi ya sólo quedaban muñecas de las más baratuchas, juegos de tocadores plásticos (un espejo, un peine y un cepillo), y una cocinita de lata. Para el no básico sólo podía elegir entre el juego de parchís o el dominó, rara vez alcanzaba el de ajedrez. Y en el dirigido siempre escogía lo mismo: un juego de yaquis.
Aclaro que sólo se podía comprar en una tienda indicada por el gobierno. A nosotros nos dieron La Ferretería La Mina, junto a la casa, pero como era un lugar perdido en La Habana Vieja, los peores juguetes llegaban a esa tienda.
Una vez me tocó una muñeca española, de las que mandó el dictador Franco, para congraciarse con Castro. En otra ocasión mi madre compró el derecho a un juguete básico a la madre de Los Muchos, que no tenía dinero para gastárselo en juguetes, o se lo cambiaba por comida. En esa época debía elegir entre desayunar con leche condensada o tener una bicicleta. Por fin la tuve, me costó no sé cuántos, infinidad de desayunos, porque mi madre sacrificó la cuota de latas de leches condensada de varios meses para que la madre de Los Muchos le diera el derecho al juguete básico de uno de sus hijos. Así logré hacerme de la bicicleta, era azul y blanca, y todavía hoy sueño con ella. Con esa bicicleta recorrí La Habana Vieja completa. Incluso cuando me perdía la gente me localizaba por la bicicleta azul y blanca. Mi madre preguntaba de calle en calle: “¿No han visto a una chiquita menudita ella montada en una bicicleta blanca y azul?” Lo mismo hacían mi abuela y mi tía, cada una por su lado. Las respuestas eran siempre las mismas: “Pasó por aquí como una salación en dirección a Egido”. Egido era mi límite.
La bicicleta me fue quedando chiquita, y se fue poniendo mohosa, herrumbrosa, y entonces la heredó Pepito Landa Lora. Su padre la volvió a pintar y a engrasar. Y mi madre volvió a sacrificar otras cuotas de comida para que yo tuviera los patines. Tuve aquellos patines rusos que pesaban una enormidad, y cuando se les fastidió la caja de bolas, Cheo me construyó una chivichana, y luego una carriola, cuando la chivichana se partió en dos.
Maritza Landa Lora y yo cogimos vicio de parchís y de yaquis, con los yaquis éramos unas expertas. Armamos competencias de barrio donde nadie podía ganarnos porque tirábamos la pelota altísimo y hacíamos unas figuras y maniobras estelares con las manos, parecíamos más bien malabaristas.
De más está contarles –muchos de ustedes habrán pasado por lo mismo- que los cambalaches y el mercado negro de juguetes se acentuó a unos niveles grotescos. Entonces cambiaron el sistema por unos bombos o tómbolas a los que había que asistir masivamente, y los papelitos dando vueltas dentro de aquel aparato, eran repartidos al azar. Aunque el azar también se negociaba. A nosotros nos tocó el bombo o tómbola de la iglesia del Parque Cristo, pero ese día mi madre se había hecho Testigo de Jehová y no quería renunciar al teque de la que la había reclutado en eso, por ir a lo del maldito bombo. A mí me dio una especie de perreta, porque se trataba de mis últimos Reyes, o sea ya con catorce años nadie tenía más derecho a los juguetes. Y mi madre sacó el palo de trapear y me hizo ver las estrellas y los luceros del universo. La Testigo de Jehová ni se inmutó, por eso no creo en ellos ni en ninguno. Hasta que a mi madre se le pasaron los tragos y dejó de ser testigo de Jehová para pertenecer a otra secta, creo que la de Adventista del Séptimo Día; ella cambiaba de religión en dependencia de cómo le dieran los tragos mezclados con el Meprobamato. Total, que para mis últimos Reyes me tocaron los peores juguetes, que ya de por sí todos eran malos, porque para la época ya apenas llegaban juguetes de España ni de ninguna parte del mundo: Un juego de tocador, un dominó, y una muñequita plástica negra, que mi madre sentó en el sofá, o sea, la puso de adorno, y la que yo encontraba horrenda hasta que fui encariñándome con ella.
Después se acabaron los Juguetes del 6 de enero, también el concepto de Reyes Magos se había extinguido desde hacía ratón y queso; lo sustituyeron por dos eventos: los Planes de la Calle, aquellas recholatas festivas e ideológicas entre pioneros comunistas, y por el Día de los Niños, el 6 de julio, lo que lo aproximaba al día escogido por Castro para el Asalto al Cuartel Moncada, un 26 de julio, fecha intocable en la Cuba de los Castro.
En Francia no se celebra el Día de Reyes, pero yo siempre, además de los regalos que mi hija ha recibido le Jour de Noël, le dejo un regalo junto al árbol, que no lo quitamos hasta el día 7 de enero. Ella creyó en Père Noël y en los Reyes Magos hasta que ya no hubo más remedio, porque advirtió de que Père Noël tenía los mismos pies que su padre. Así fue como lo descubrió. A las doce de la noche, Ricardo siempre aparentaba que tenía una llamada urgente, o que debía salir a buscar algo en particular. Se disfrazaba detrás de la puerta, y entraba transformado en Père Noël. Pero en una ocasión, la última, ya la niña tenía 10 años, se le olvidó cambiarse los zapatos, y ella señalaba para los pies de Père Noël, entonces empezó a preguntar por su padre y a mirarnos, y todos nos empezamos a reír carcajadas… incluso ella, puesto que ya en la escuela sus otros amiguitos le habían adelantado algo de que Pêre Noël eran los padres…
Aquella muñequita negra de mis últimos Reyes se quedó en Cuba, pero hace muy pocos años, mi amiga Enaida Unzueta, me dio la sorpresa de regalarme una igualita. Ella también había tenido la misma. Y seguro que muchos de ustedes también.
¡Feliz Día de los Reyes Magos, y que merezcan y reciban muchos regalos!
Zoé Valdés.
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