«De viaje por Europa del Este», Gabo y el «Homo sovieticus»
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El viajero curioso y el autor comprometido con los ideales del socialismo confluyen en Gabriel García Márquez que, en 1957, visitó Europa del Este. Ahora se reeditan sus crónicas
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El pasaporte de García Márquez - Colección ABC
Por Toño Angulo Daneri
@ABC_CulturalMadrid
05/01/2016
En junio de 1957, el periodista y escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza compró en París un Renault 4 de segunda mano para viajar con su hermana Soledad y su amigo Gabriel García Márquez por los países comunistas del bloque soviético. Como intelectuales de izquierdas (Plinio Mendoza dejó de serlo años después, tras conocer de cerca la Revolución Cubana), los amigos tenían un interés no sólo periodístico por ver cómo se vivía en las «democracias populares» del Este. Además, les inquietaban dos noticias que habían circulado el año anterior: las primeras denuncias de Kruschev a Stalin y la sangrienta invasión de Hungría por parte de la URSS.
Su primera parada tras el Telón de Acero fue en Alemania Oriental, la vieja RDA. Eran las ocho de la mañana, habían conducido toda la noche y, para ese momento, García Márquez llevaba un rato adormilado en el asiento posterior. Pararon para desayunar.
-Oye, maestro, tenemos que averiguar cómo es la vaina con esto -ha recordado Mendoza que le dijo entonces García Márquez.
-¿Con qué?
-Con el socialismo.
En un recuerdo posterior, Mendoza atribuyó a su amigo una premonición nefasta: «Maestro, soñé una cosa horrible. Soñé que el socialismo no funciona».
Dos vestidos al año
Son esas dos miradas las que predominan en el libro «De viaje por Europa del Este» que acaba de reeditar Random House para los lectores del Nobel colombiano. La del cronista curioso que visita la RDA, Checoslovaquia, Polonia, la URSS y Hungría, y patea las calles y habla con la gente y no teme escabullirse de los intérpretes-escoltas-casi-espías que le imponen por ejemplo en Hungría; pero también la mirada honesta, nunca disimulada, de un escritor comprometido con los ideales del socialismo que busca justificaciones para explicarse a sí mismo ese catálogo de absurdeces, injusticias y violencia latente que intoxica la vida en una sociedad concebida en teoría para mejorar la capitalista. «Un país», escribe sobre la URSS, «donde los trabajadores viven amontonados en un cuarto y sólo tienen derecho a comprar dos vestidos al año, mientras engordan con la satisfacción de saber que un proyectil soviético ha llegado a la Luna».
García Márquez tardó dos años en publicar las crónicas que se recogen en este libro. Lo hizo en una serie titulada «90 días en la Cortina de Hierro» que salieron entre julio y noviembre de 1959 en la revista colombiana «Cromos», si bien las dedicadas a la URSS ya habían aparecido en la venezolana «Momento». Como dato curioso para el lector español, el título con que se conoce el libro en América Latina es otro, el de la edición de 1978: «De viaje por los países socialistas», no «del Este». La información viene a cuento por dos cosas: García Márquez nunca reveló los nombres de Plinio Mendoza ni de su hermana Soledad; como entonces un colombiano no podía cruzar el Telón de Acero sin arriesgarse a sufrir consecuencias políticas, los convirtió en Franco, «un italiano errante», y Jaqueline, «francesa de origen indochino».
Escapada solitaria
La segunda cuestión resulta más interesante para comprender cómo convivían en una misma cabeza el García Márquez periodista y el portentoso fabulador: sus incursiones a Checoslovaquia y Polonia no ocurrieron en el mismo período de «90 días» en que visitó la RDA, la URSS y Hungría, sino dos años antes, en una escapada solitaria y más o menos secreta en 1955. Lo que hizo finalmente debió de resultar sencillo para un escritor como él: unir las costuras de los textos para que dieran la impresión de unidad. Convertirlos en un (proyecto de) libro.
Esto último, por supuesto, no desmerece el resultado. «De viaje…» es ejemplar en muchos sentidos: la crónica de un momento clave en el comunismo que realmente existió en Europa, cuando aún no se había construido el Muro de Berlín, en Varsovia la gente estaba hechizada por las novelas de Jack London y los sacerdotes asistían a los actos culturales organizados por el Partido como cualquier hijo de vecino -si bien el gobierno había retirado unas monedas «de la circulación porque los traficantes del mercado negro las convertían en medallas de la Virgen para venderlas a un precio mayor»- y Praga daba la impresión de ser un paraíso de socialismo utópico con cierto epicureísmo occidental… antes de que una década después los tanques de la URSS también entraran a la fuerza en Checoslovaquia, el otro país con «los ojos vueltos hacia Occidente». Un relato, en suma, muy garciamarquecino, con buen ojo y mejor prosa para mostrar los detalles de un mundo que a veces resulta candoroso, otras esperpéntico y casi siempre terrible, triste, sublevante, donde «la preocupación por la masa no deja ver al individuo».
Escabullirse del escolta
Con todo, la pregunta que flota al final es cómo un escritor que nunca criticó públicamente la Cuba castrista describe con tan punzante realismo este -otro- episodio atroz del siglo XX europeo. La respuesta quizá tenga que ver con el último capítulo, el dedicado a Hungría, el país que más rechazo le provoca, donde las autoridades hicieron «todo lo posible» para impedir que se formaran «una idea concreta de la situación».
Tras escabullirse varias veces de su intérprete-escolta, García Márquez fue invitado a acompañar en una gira al primer ministro János Kádár, impuesto por la URSS en lugar del defenestrado y posteriormente ejecutado Imre Nagy. Esa parte del reportaje no aparece en el libro y ahí quizá esté la pista para entender cómo el escritor podía encandilarse con líderes carismáticos como Kádár o Fidel Castro. Pero esa, claro, es otra historia.
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