Luis Cino Álvarez desde Cuba: El silencio comprado del escritor y folklorista Rogelio Martínez Furé
El silencio comprado de Martínez Furé
Por Luis Cino Álvarez
Enero 13, 2016
Arroyo Naranjo, La Habana, Luis Cino (PD) Desilusionó a muchos que entrevistado por Amaury Pérez, el pasado 5 de enero, en el programa televisivo “Con dos que se quieran”, el escritor y folklorista Rogelio Martínez Furé no hiciera la menor alusión a las represalias que sufrió, por religioso y homosexual, durante el Decenio Gris.
En 1971, la saña del teniente Quesada, un comisario anticultural pirómano, prejuiciado y racista, interrumpió el trabajo de Martínez Furé en el Guiñol Nacional, donde durante más de nueve años asesoró a los hermanos Camejo y a Pepe Carriles en las obras de tema afrocubano, componía música incidental para ellas, cantaba acompañado por los tambores batá de Jesús Pérez, y daba clases de canto y baile a los artistas.
Para el teniente Quesada, en sus funciones comisariales de interventor del teatro cubano, todo lo que tuviese que ver con las religiones afrocubanas era “brujería, atraso, cosas de negros”. En consecuencia, entre los muñecos y títeres del Guiñol que el teniente Quesada ordenó quemar en una hoguera que no se sabía qué recordaba más, si a la Santa Inquisición o a los nazis, los primeros fueron los que representaban a los orishas y otros personajes de los patakines y que se utilizaban, entre otras obras, en Ibeyi Añá, escrita por Martínez Furé en 1967, la primera obra para niños que trató el tema de los orishas, y que desde hace 48 años no ha sido vuelta a poner en escena.
Amaury Pérez no le preguntó respecto a aquel tiempo de infamia y Martínez Furé tampoco hizo el intento de quejarse de aquel periodo, como si ya hubiese perdonado todos los agravios y no valiese la pena recordarlos.
A pesar de que no se cansa de repetir la frase “vamos a estar claros”, Martínez Furé esquivó el tema del Quesadato, regó tinta como un calamar, para enturbiar el agua y para no buscarse problemas con los mandantes, que siguen siendo los mismos que daban órdenes al teniente Quesada, se fue por otros rumbos, hizo gala de su erudición y la emprendió, ahora que hay permiso para ser religioso, contra la vulgarización de las religiones de origen africano, los numerosos hijos de Orúmila, los diplo-babalaos y lo que calificó de “jineterismo seudo-cultural”.
La explicación del silencio de Martínez Furé sobre el Decenio Gris vino menos de 24 horas después, cuando se anunció que se le había concedido, “por sus aportes a la cultura cubana y su labor descolonizadora”, el Premio Nacional de Literatura.
El Premio, que le han ido otorgando poco a poco a los represaliados rehabilitados, Martínez Furé se lo merece con creces. No iba a arriesgarlo por ponerse quejoso y majadero con los errores y los horrores del pasado. Va y hasta un día de estos elogia “las políticas culturales de la revolución” y le ruega a los orishas, aché para los Mayimbes Jefes.
Foto: Rogelio Martínez Furé. Ecured
luicino2012@gmail.com; Luis Cino
Esta historia la conoce media Cuba, pero nadie la cuenta.
Involucra a un conocido etnólogo -o africanista, como dicen algunos de manera un poco demodé- llamado Rogelio. Mulato catedrático él, pero buena persona.
Rogelio fue, en 1962, uno de los fundadores del famoso Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, una de las tres compañías más importantes de esa isla infernal.
No fue fácil para Rogelio abrirse este ilustre espacio. Conocimientos no le faltaban. Y labia, porque no tiene título alguno. Pero aquella manía suya de seguir con la vista a ciertos machos causaba preocupación entre los jefecillos de la naciente revolución, “tan verde como las palmas”.
De todas formas, como ayudó a crear aquel grupo de visos tan tercermundistas, Rogelio logró evadir en ese entonces el veto de los segurosos, que pasaron por un fino tamiz a la legión de negros y casi negros que al principio compusieron al Conjunto, dejando fuera unos cuantos de ellos del primer viaje al extranjero que dieron en 1964.
Fue mientras andaban por Argelia que surgieron los primeros problemas. Los otros directivos del Conjunto empezaron a informar al Alto Mando de las peculiares andanzas de Rogelio con jovenzuelos árabes que parecían pegársele como moscas a la miel cada vez que se paseaba por los zocos, mostrando de guilletén la moneda dura que le daban para gastar en el viaje.
Ese Alto Mando, en Argel, tuvo para Rogelio un alto componente tóxico. Nada menos que alguien llamado Ernesto Guevara y apodado cariñosamente “Ché”. Todavía no era el Guerrillero Heroico ni mucho menos, pero empezaba a parecérsele. Si una vez arrojó furiosamente contra una pared un libro de Virgilio Piñera, no quieran imaginarse lo que hizo cuando oyó hablar de las murumacas que andaba haciendo Rogelio por la capital argelina.
Fue, sin embargo, en otra parte de aquella gira que Rogelio cayó en absoluta desgracia. Todavía envalentonado con sus proezas homoeróticas de Argel, el etnólogo creyó ver abiertas las puertas del cielo mientras se daba a tomar el sol en una de las sabrosas playas malagueñas. Como decía esa canción de Farrés: En el mar, la vida es más sabrosa… O lo parece.
Ausente el cachondeo femenino en pleno imperio del franquismo, un mulato de culo alegre como él causó tremenda sensación entre la manada de bugarroncitos en ciernes que deambulaban en ese entonces por la Costa del Sol, a la caza de viejas francesas en el mejor de los casos.
Y es así que, presa de aquellas urgencias inconfesables que le aquejaban cuando menos lo esperaba, y los vapores del maldito alcohol, Rogelio pecó el pobrecito doblemente, por lujuria y por comemierdería (que es el peor pecado que se puede cometer, por cierto).
‘¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz’.
El hecho es que cuando más entusiasmado yacía Rogelio frente al mar con un chico que se le había montado encima como experto jinete, apareció de improviso otra parejita, ésta de la Guardia Civil, y enseguida les dio el alto quién vive.
Aterrados, los otros directivos del Conjunto, y aun los simples integrantes de la compañía, contemplaron esa tarde, de lejos y en la misma playa, cómo los temibles policías del bicornio se llevaban escoltados a Rogelio y su amante adolescente. “¡Ale, maricones, a declará!”, se oyó decir a uno.
Hubo que mover cielo y tierra para que aquel desaguisado no lo publicaran ni Arriba, ni Ya, ni el ABC. La joven revolución, cubana con su crónica escasez de divisas, debió destinar plata contante y sonante para sacar a Rogelio de la cárcel y mantener su nombre también fuera de la crónica roja de esos reaccionarios periódicos.
Dicho esto, Rogelio se mostró en extremo agradecido. Y en vez de tomar las de Villadiego no bien llegó a la otra parte del viaje, en París, lo que hizo fue asumir con humildad sus errores y dedicarse a dar conferencias y entrevistas, cubriendo de gloria a la revolución que en cuestión de unas semanas iba a demostrarle el mucho cariño que le tenía. ¡Más de veinticinco años tuvo Rogelio prohibido viajar por cuenta de la revolución tan verde como las palmas y negra como sus entrañas! ¡Más de un cuarto de siglo le costó que le cogieran el culo en la costa malagueña!
Dicen que fue el delincuente argentino Ernesto Guevara, apodado el “Ché”, quien firmó una carta con tinta indeleble en que prohibía, con toda su autoridad de comandante de la Sierra Maestra, que se permitiera al ciudadano Rogelio integrar desde aquel mismo momento cualquier delegación en representación oficial o cultural del Gobierno Revolucionario.
Luego, y aunque la maldita carta no se hallaba, como decían, incluida en el expediente laboral de Rogelio, y al final no aparecía por ningún lado, de todas formas la simple leyenda de este implacable documento impidió al etnólogo viajar a parte alguna que no fuera dentro del territorio nacional… y cuidado. La gente se tocaba con el codito, hacía un gesto en su dirección. y después susurraba: “A éste el ‘Ché’ no lo deja salir’”.
Pobrecito. Mira que Rogelio escribió suplicatorias. Mira que se arrastró. Mira que escribió libritos defendiendo a Nelson Mandela. Tradujo los espantosos versos de Agostinho Neto. Se ofreció como voluntario para morir en la guerra de Angola. No dio el culo porque nadie lo hubiera querido ya. Ni siquiera Ernesto Guevara de la Serna. Rogelio se había puesto viejo esperando.
Y cuando el “Ché”, al fin, fue cadáver, la cosa fue peor. Ya no había a quién acudir, porque los muertos no constituyen una instancia apelable, como se sabe. Lo muertos mandan. El delincuente argentino se había convertido en el Guerrillero Heroico, y desde allí su verbo de fuego y acero seguía condenando al etnólogo de culo suelto, implacable, terrible, puro, relampagueante...
No fue hasta pasado el Período Especial y otras temporadas igualmente aterradoras de la historia reciente de Cuba que Rogelio pudo montarse en un avión otra vez. Parece que de alguna manera logró convencer al Alto Mando de su fidelidad absoluta. A veces pasa por Miami, así que no se asombren si un día da una conferencia en una universidad y leen una entrevista suya en El Nuevo Herald. Si se lo encuentran, pídanle, por favor, que les cuente esta historia. El se la conoce mejor que yo. Salúdenlo de mi parte.
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