viernes, marzo 11, 2016

Dosartículos de Andrés Reynaldo: Ben Rhodes en Miami, ¿qué podrá decir del cambio-fraude? y El ‘primo’ Obama y su viaje a Cuba

 Published on Mar 11, 2016
El asesor de Seguridad de la Casa Blanca, Ben Rhodes, aseguró que el gobierno del presidente Obama seguirá abogando por la democracia y los Derechos Humanos en Cuba, aunque no se hace ilusiones de que el régimen castrista cambie su política.

Sin ilusiones Estados Unidos sobre represión de Castro a opositores
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Ben Rhodes en Miami, ¿qué podrá decir del cambio-fraude?

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Ben Rhodes, asesor adjunto de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, llega a Miami el viernes 11
Ante la falta de cambios en Cuba, tendrá poco que decir en Miami
Qué propósito cumple la visita de Obama a Cuba
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Por Andrés Reynaldo
9 de marzo de 2016

El señor Ben Rhodes, asesor adjunto de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, a quien se le atribuye haber llevado el peso de las negociaciones para restablecer relaciones con Cuba, viene este viernes 11 a Miami.

¿A qué viene? Supongo que a decirnos más de lo mismo, lo cual cada día va siendo menos y menos. Un año y tres meses después del restablecimiento de relaciones, Raúl Castro todavía aplasta la iniciativa empresarial de los bicicleteros y le parte la madre a los opositores en plena calle. El cubano de a pie y los disidentes repiten y repiten que no ven el cambio. Ni en la letra ni en el espíritu.

A toda carrera, Raúl sigue echando los cimientos para transitar de la dictadura sin mercado a la dictadura con mercado. De haber algún cambio, apunta estrictamente en esa dirección. Los heraldos del cambio-fraude ya no tienen mucho que decir. Se acabaron los esperanzados pronósticos del empresario Saladrigas, el ansia exótica del académico Domínguez por convertir a Cuba en otra Singapur y las oportunas encuestas del profesor Grenier. Los amantes de la lírica de la reconciliación esperan otro poema de Richard Blanco. (¿Quizás en la inauguración de una próxima terminal del Puerto del Mariel?)

El presidente Obama, a su manera, ha sido claro. A veces, su claridad peca de agravio. Para derogar la Declaración de Emergencia contra Cuba, impuesta por el presidente Bill Clinton en respuesta al derribo de las dos avionetas de Hermanos al Rescate el 24 de febrero de 1996, eligió precisamente el día en que se cumplieron 20 años de la tragedia. Un día en que Miami estaba de luto. Un día que será luto nacional en la futura Cuba. De ahí, señor Rhodes, surge una inquietud. ¿Si ustedes no entienden ni respetan a los cubanos de aquí, a los que llevan pasaporte norteamericano, a los que pelearon en Vietnam y pelean en Irak, a los que pagan puntualmente sus impuestos, cómo van a entender y respetar a los cubanos de allá?

Raúl no deja de subir la parada. La normalización es inalcanzable a menos que cese el apoyo a la oposición y los reclamos de derechos humanos. Ni un solo paso para implementar las disposiciones norteamericanas que beneficiarían directamente a la población. Si en algún momento Obama, el señor Rhodes y los artífices de este unilateral deshielo pensaron que Raúl iba a hacer alguna concesión en materia de libertades, es hora de que pongan el oído en tierra.

La dictadura goza de su mejor situación internacional en décadas, con una renovada expectativa de inversiones y créditos que enriquecerían aún más a la elite castrista. A su vez, los opositores contemplan a cada instante la posibilidad de que esta administración los abandone sin previo aviso, tal como ya los abandonó la Iglesia Católica y los está abandonando la Unión Europea. Tal como casi siempre han estado abandonados por la mayoría de los países latinoamericanos: unos por temor al chantaje y la desestabilización de los Castro, otros porque comparten sus corrupciones.

En palabras de Domenico Vecchioni, ex embajador italiano en Cuba y biógrafo de Raúl, la visita a Cuba será interpretada mundialmente como “la rendición americana frente a un Raúl Castro que lo ha obtenido todo gratis”.

Esta apertura hacia Raúl y, sobre todo, esta visita, no obedecen a una necesidad estratégica de Estados Unidos, a un determinante imperativo económico ni a la conmoción de una crisis humanitaria. Entonces, señor Rhodes, muchos cubanos dentro y fuera de la isla seguimos sin satisfacer la más básica de las preguntas: ¿por qué?

Periodista y escritor cubano residente en Miami

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 El ‘primo’ Obama y su viaje a Cuba

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La voluntad de apertura hacia Cuba y ahora el viaje a la isla de Obama están marcados por un sentimiento de culpa de la izquierda
La represión no ha cesado en la isla con el restablecimiento de relaciones
La izquierda sigue justificando la falta de cambios en la isla. Obama persiste en el viaje a pesar de la falta de cambios como una deuda con la ‘izquierda semieducada’ que lo apoyó
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Por Andrés Reynaldo
Febrero 24 de 2016

Barack Obama va a La Habana. Tal como cae la rima cae la circunstancia. Está en el orden natural de las cosas. Raúl Castro y Obama pertenecen a una misma familia cultural. Como en todas las familias, a veces por sentimientos muy tortuosos, los primos se exprimen.

Obama es un ícono de esa izquierda semieducada y frívola que siempre quiere estar, como decía Tom Hayden, del lado de los ángeles. Cuba y Vietnam permanecen en ese ideario como inapelables puntos de referencia de la voluntad imperialista de Estados Unidos. De las cosas malas que los gringos le han hecho al Tercer Mundo. La cristalizada imagen de ese bicéfalo David no deja de operar milagros en la religión de la contracultura norteamericana. Con la apertura hacia Raúl, Obama ha pagado una deuda de tres generaciones de izquierdistas. No es para juego. Por eso me inclino a pensar que visitará o se dejará visitar por Fidel. Simplemente, para reforzar sus señas de identidad.


Insisto en el término “semieducado”, tal como lo definió V. S. Naipaul. A derecha o izquierda, el semieducado se forma una opinión presumiblemente docta en base a una información seleccionada de manera oportunista y, por tanto, incompleta. Esta opinión, a su vez, se hace inmune a los hechos que la contradicen situando el debate, precisamente, en el terreno de la contradicción. El fanático no nos engaña. Pero el semieducado se encubre en una madeja de medias verdades. El fanático te dirá: “La calle es de Fidel ¿y qué?” Aquí viene el argumento del semieducado: “El hecho de que al cabo de 57 años haya fanáticos de Fidel, ¿no quiere decir que sigue siendo un líder amado por su pueblo?” El fanático rehúye el juicio moral por tiro directo y el semieducado por tiro de elevación.

Hace unos días, en estas mismas páginas, Ramón Mestre comentaba acertadamente: “Obama se formó en un entorno intelectual que creía en la posibilidad de “curar” a los sociópatas, de inculcarles la capacidad para sentir empatía por medio de un diálogo misericordioso y de una modalidad de la psicoterapia que rehuye el pronunciamiento de juicios morales. [……] El Presidente ha determinado que su paciente es una víctima de las relaciones viciadas con Estados Unidos y actúa como un antisocial contumaz porque se ha visto obligado a reaccionar contra una “sociedad” que no lo entiende y que lo maltrata; en este caso la “sociedad” es la supuesta política agresiva de Washington. Cambiando la política, cambiamos al sociópata”.

El problema es que desde el restablecimiento de relaciones Raúl ha incrementado la represión, no ha permitido a los cuentapropistas beneficiarse del levantamiento de restricciones y, de contra, le reprocha a Obama que está haciendo muy poco para facilitar la normalización. La izquierda semieducada no puede responder a estos hechos con una valoración. Eso obligaría a desmontar el altar del castrismo y arrojar una sombra sobre el legado de Obama. Entonces, se arrastra el tema al universo de la conjetura: “Si persistimos en la fracasada política anterior por más de medio siglo, ¿por qué exigirle a la nueva política que ofrezca resultados en un año?”

Obama aprieta todavía más la tuerca. Como dijo que no iría si no veía cambios, decreta que hay cambios para poder ir. Al igual que en su juventud fue a Africa para encontrar la raíz de sus ancestros, esta visita es un retorno a sus orígenes intelectuales. Un rito de comunión con la izquierda semieducada que contribuyó a llevarlo a la Casa Blanca y lo aguarda para seguirlo quién sabe adónde. Un asunto, más bien privado, de familia.