martes, marzo 08, 2016

Esteban Fernández sobre Agustín Tamargo: UNA FLOR PARA TAMARGO. Dos escritos de Agustín Tamargo: SOY CUBANO y LA LEGIóN DEL REGRESO

UNA FLOR PARA TAMARGO

Por Esteban Fernández
8 de marzo de 2016

Siempre lo recuerdo,  parece que fue ayer pero ya hace nueve años de su fallecimiento, y hoy le dedico unos minutos, escribo unas líneas y simbólicamente le llevo una flor a su tumba.

La última vez que lo vi fue cuando mi amigo Carlos Hurtado y yo entramos a “La Carreta” de Miami. Estaba desayunando con su hija Lila. Ibamos a saludarlo de lejos, pero nos llamó y nos invitó a acompañarlos.

Sucede que hace años, muchos años, siendo  yo un joven, escribí un libro sobre mi pueblo titulado “Güines de mis Recuerdos”. Creo innecesario decirles que no fue un “best seller” del “New York Times” ni nada parecido. Sin embargo, cumplió su cometido, fue comprado por mis coterráneos y saqué los gastos. Eso fue todo.

¿Eso fue todo? No, eso no fue todo, porque inocentemente incluí unas cuatro o cinco líneas y esas palabras fueron las llaves que abrieron un verdadero tesoro en mi vida.

Dije, contando los inicios de toda mi vida como un niño que abre sus ojos a la belleza de un pueblo y a la vida: “Los fines de semana desde muy temprano en las mañanas yo me sentaba en un sillón en el portal de mi casa esperando que llegara Henio del Castillo con la Bohemia, en un intento porque nadie me ganara la revista y poder leer antes que nadie a mi escritor favorito AGUSTÍN TAMARGO cuando yo tenía 10 años de nacido”…

Si eso lo hubiera escrito cuando Agustín era un conocido comentarísta en Radio Mambí quizás él lo hubiera interpretado como una guataquería más de las que le sobran a los famosos. Sin embargo, fueron escritas por alguien (al igual que la mayoría de los cubanos en ese instante) que no tenía la más ligera idea de donde estaba metido Agustín Tamargo. Inclusive yo no sabía si todavía estaba en Cuba. Lo cierto es que no era el gran personaje que después brilló en el exilio miamense.

Pero, esas líneas en mi humilde libro, escritas por un joven en California, no solamente llegaron a sus manos sino que lo impresionaron extraordinariamente.

Pero haberlo dicho cuando “él no vivía aún en el exilio miamense” me acredita hoy y me da la moral para poder decir que casi desde que yo nací en la corta lista de mis preferidos SIEMPRE estuvo y está AGUSTÍN TAMARGO.

Y por esas cosas lindas de la vida ( y la vida tiene pocas cosas bellas) hace muchos años me llegan las primeras noticias de que Agustín Tamargo, mi ídolo de la niñez, estaba reciprocando sus elogios hacia mi persona y decía cosas increíbles en “Radio Mambí” como que “Aquel niño que me leía en Güines hoy vive en California y según mi opinión es el mejor COSTUMBRISTA del exilio cubano”

Y desde entonces comenzó a leer mis escritos, y mientras tuvo voz leyó mis artículos por la radio miamense. Y todavía hoy me cuesta mucho trabajo aceptar que Agustín me admirara. Yo creo que es algo así como lo que representara para un católico que el Papa dijera de él “que es un gran religioso”.

Una mañana cuando Agustín me entrevistaba en su programa le dije: “Hace varios días el ex boxeador “Huracán” Carter al ver la película de su vida interpretada por el actor Denzel Washington dijo: “Wow, yo no sabía que cuando yo era joven lucía tan bien”. Y eso es lo mismo que a mí me pasa cuando usted, Sr. Tamargo, lee mis escritos, es cuando únicamente yo pienso: “¡Ñooo, la verdad es que yo soy un buen escritor!, usted me hace lucir bien”

Y todavía hoy al conmemorar su fallecimiento el dolor me embarga, no es justo que Agustín abandonó esta vida sin ver a Cuba libre. Esa Cuba que era su total y única obsesión en la vida. Esa Cuba por la cual él peleaba, se enojaba, se emocionaba y defendía con toda entereza.

Cada cual tiene el derecho de pensar de Agustín lo que mejor desee. Conozco a algunos que no lo querían, y conozco a otros que hoy lo ponen al lado de Martí y Maceo. Eso es parte de la libertad de opinión. Que cada cual crea lo que quiera.

Y que nadie piense que siempre estuve de acuerdo en todo con Tamargo. Fui, quizás, la única persona que estuvo en desacuerdo con su discurso en Los Angeles y discrepó públicamente con él, y al terminar sus palabras salió disparado a darme un abrazo. Hugo Byrne en uno de sus brillantes ensayos mencionó este incidente.

Y les pido que me respeten la creencia de que fue, para mi gusto, uno de los mejores escritores que ha dado Cuba, porque no han cambiado mis gustos y sigo pensando igual que aquel niño que esperaba con ansiedad los escritos de Agustín en la calle Pinillos en Güines


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SOY CUBANO

Por Agustín Tamargo

Sobre mi mesa de trabajo encontré una nota. No sé de dónde vino, ni quién la escribió, acaso fui yo mismo en días que he olvidado. Pero quiero transmitirla a mis lectores porque creo que recoge un sentimiento colectivo. La nota dice así:

Soy cubano. Para algunos tal vez no es mucho, pero a mí me basta y me sobra. Soy cubano. Podría ser venezolano, español o norteamericano. Pero sería un modo de ser artificial, de voto y pasaporte, hijo del papel y la tinta, que no cuadra a mi naturaleza. Soy cubano. Un cubano integral, de las buenas y de las malas. Soy cubano. Tengo un himno y una bandera. Y tengo, sobre todo, una historia, llena de nombres, hechos y lugares gloriosos en la que bebo, como en una fuente, cada vez que me acosa el desaliento. ¿Podría cambiar por algún hecho histórico extranjero a Las Guásimas, Palo Seco y Peralejo? ¿Podría negociar por algo el 10 de Octubre, el 24 de Febrero, Baraguá, Playa Girón o El Escambray? Soy cubano. Cubano de café negro, de tabaco y de casabe, de son y de ron, de baile en La Tropical y de guateque guajiro. Soy cubano de hablar a gritos, de jugar a la pelota, de piropear a las mujeres. Y de bajar como un río de fuego por la escalinata de la universidad.

No soy un hombre, si se mira bien, soy una pasión que camina, y cuando enfrento la realidad última de mi vida, que es la de que no tengo patria, me vuelvo una verdadera furia. Por eso los extranjeros no me entienden. ¿Cómo van a entender que quien lo tiene todo siga pidiendo más? Y es que esos extranjeros no saben que ese todo, adquirido en tierra prestada y bajo sol ajeno, no puede curar una enfermedad fatal que se llama nostalgia de la tierra natal. Dicen que lo bello, cuando se pierde, se vuelve más bello todavía. ¿Y qué era Cuba desde que la bautizó Colón sino la tierra más hermosa que ojos humanos vieron?

Así, dentro del alma, carga el cubano a Cuba por todas partes como un escapulario para defenderse de la soledad. Podría decir también como un escudo. Con la historia de Cuba al brazo va el cubano por el mundo defendiendo a su tierra bienamada frente al envidioso y el calumniador. Cuba es su niña. Cuba es su obsesión y su desvelo. Cuba es su madre, pero es también su hija. Cuba es su amante lejana inolvidable. Los libros que el cubano no leía en la isla los lee ahora aquí. La música que allá no escuchaba la escucha ahora aquí. Los cuadros que allá no miraba los mira ahora aquí. El cubano no vive en una casa ni en un apartamento, vive en un baúl de recuerdos. Cada vez que abre ese baúl y encuentra una fotografía marchita por el tiempo sufre una herida. Cada palabra criolla que no conocía o había olvidado y redescubre de pronto se le transforma en un instrumento defensor de su autenticidad. En el hipódromo de Hialeah hay una hermosa guardarraya de palmas. No son palmas canas, ni palmetos, sino palmas reales, ésas que en Cuba coronan las lomas y las riberas de ríos. Están allí, pero fueron traídas de allá. Se asegura que por las noches un hombre solitario camina bajo esas palmas hablando solo. No es invención de nadie. Ese hombre soy yo.

Soy cubano. No quiero, ni puedo, ni acepto ser ninguna otra cosa. Ser cubano es hoy una prueba amarga, un desafío. Allá en la isla un sujeto inicuo que una vez metió en ella a los rusos mete ahora a los traficantes y a los turistas extranjeros con la misma finalidad: pisotear al nativo. Aquí en el destierro, la prosperidad material por un lado y la indiferencia del extraño por otro, hacen del cubano un ser solitario e incomprendido. Nadie lo entiende, nadie respeta su afiebrada vigilia en espera del amanecer de la libertad. Todos le piden que se olvide, que se adapte, que haga como el resto de los refugiados del mundo, que inicie una nueva vida. ¿Se puede, realmente, iniciar una nueva vida? ¿Dónde afincará sus raíces esa nueva vida? ¿En el Cuatro de Julio americano? ¿En el Dos de Mayo español? ¿En el 14 de Julio francés? No, no.

La historia de un pueblo no puede ser una falsificación copiada. La historia de un pueblo es una continuidad, el plebiscito diario de que hablaba Renan. De Diego Velázquez a Fidel Castro la historia de Cuba ha sido un largo peregrinaje hacia la única felicidad posible: la que proporciona la libertad. Cuba mató su indio, masticó su negro y se tragó su español y de esa misteriosa ceremonia de sangres mezcladas, de infinitos tonos, sacó al cubano.

Hombre de islas, hijo del sol, ese cubano lo ha sido todo sobre su tierra ardiente. Matemático y jugador de gallos, ajedrecista y cantor de puntos guajiros, hacendado y político, rumbero y profesor. Fernando Ortiz es el cubano, Miguel Matamoros es el cubano, Gastón Baquero es el cubano, Alvarez Guedes es el cubano, José Canseco es el cubano, el chinomulato Wifredo Lam es el cubano. ¿Se puede olvidar un país así sólo porque el anfitrión ocasional sea generoso y la mesa esté bien servida? Yo sinceramente creo que no. Como decía Martí de los que iban a su tierra cuando aún el español la ofendía con su presencia: Otros pueden, yo no puedo''.

Hasta aquí la nota misteriosa que encontré en mi escritorio. Apareció allí como una página testamentaria, como una botella al mar. Vino Colón, vino Hernán Cortés, vino la desolación de la huida en masa. Pero la isla está allí, Cuba está allí. Esperando con los brazos abiertos por sus hijos dispersos. Hijos a los que simboliza dolorosamente ese cubano que habla solo por las noches bajo las palmas de Hialeah.

Soy Cubano, en la  voz de Agustin Tamargo

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La legión del regreso

Por Agustín Tamargo

Los cubanos salen de una isla pequeña y se han diseminado por todo el mundo. Uno es profesor en una universidad de Australia; otro, inauguró en Alaska un restaurante. Nada los detiene, ni el frío ni el calor. Los seduce el trópico de la Florida, pero soportan igualmente a pie firme los hielos de Boston y Nueva York…

No mendigan, trabajan. Los que en Cuba eran pobres, aquí son ricos. Los que allá eran medio pelo, aquí son pelo y medio.

Ningún obstáculo detiene su laboriosidad beligerante si la oferta es digna. Uno es rector de la Universidad; otro, maquilla muertos. Cambian, pero solo en la superficie. En Miami siguen jugando la bolita (lotería Prohibida), peleando gallos a escondidas y enviando los hijos a la escuela privada. En Madrid, están contra José Luis Rodríguez Zapatero y en Caracas, contra Hugo Chávez, siempre en la oposición.

Se les critica y se les envidia pero en el fondo se les admira. Gallegos por el trabajo y judíos por la voluntad de sobrevivir, constituyen una legión empecinada que no se deja ignorar. Traen su música calurosa, el ruido de sus tambores, los frijoles negros y el bistec de palomilla con moros y maduros. Pero traen sobre todo la simpatía, la cordialidad y la laboriosidad.

Quienes son? Son los cubanos del destierro, la única población mundial trasplantada, que (salvo los hebreos) en más de un tercio de siglo no han perdido su identidad. Los que admiraban a Cuba desde lejos como ejemplo supremo de pujanza latinoamericana, los que veían a Cuba como un milagro étnico y cultural, donde todo parecía un relajo pero todo funcionaba bien, ya no tienen que ir a Cuba para conocerla. Aquí la tienen dentro de los mismos Estados Unidos. Esta es Cuba. Estos son los cubanos. Exagerados, fanfarrones, ruidosos, sí, pero también intensos, profundamente creadores y buenos amigos.

Y que no han hecho en estos 47 años de destierro los cubanos para poder sobrevivir con dignidad? Cuál actividad manual o intelectual no han ensayado en este o en aquel país, por complicada que pareciera, lo han realizado para no quedarse detrás, para no dejarse discriminar.

En alguna de esas actividades han llegado tan lejos que superan a emigraciones que los precedieron por cerca de medio siglo. No hay hospital en Estados Unidos donde no haya hoy un medico cubano. No hay periódico donde no haya un periodista cubano, ni banco donde no haya un banquero cubano, ni publicitaria donde no haya un publicitario cubano, ni escuela donde no haya un maestro cubano, ni universidad donde no haya un profesor cubano, ni comercio donde no haya un manager cubano.

En las Grandes Ligas del béisbol sus nombres también brillan. En Madrid, el primer poeta latinoamericano es un negro cubano.

En la Coca Cola, Kellog’s, McCormick, Pepsi Cola y tantas otras su dirigente es o fue un cubano. En el Congreso de Washington hay cuatro cubanos, en el Senado federal se sientan dos cubanos, el Ministro de Comercio de E. U. es un cubano, la Viceministro de Salud es una doctora cubana. Caramba, son unos pocos en éste país y llegaron hace muy poco tiempo.

En las tierras prestadas del extranjero parecen llevar siempre en la frente la marca del sitio de donde vienen. Los cubanos llevan a Cuba. La enaltecen y la honran, porque además de en la frente la llevan en el corazón.

Pero hay algo en el desterrado cubano, a mi juicio, superior a esa actividad profesional triunfante, y es su odio al despotismo del que huyen, su amor a la tierra que dejaron. Eso lo separa y lo define. Eso da a sus triunfos en medio del desarraigo, una grandeza que de otro modo no tendría. Por qué, preguntan algunos, no se acaban de quedar tranquilos los exiliados cubanos?

¿Por que no aceptan de una vez que perdieron la batalla? Se han afincado definitivamente en estas tierras hospitalarias que los han acogido y donde viven en lo material muchas veces mejor que como vivían en Cuba.

Los que se preguntan esto, no conocen a los cubanos. El cubano sabe esto. Aun teniéndolo todo, si les falta Cuba, no tienen nada. Quizás por ello han hecho su Cuba aquí. Saben mas todavía que esta prosperidad de que disfrutan, lejos de su isla hambreada y aterrada, es en cierto modo una forma de traición. Por eso, si se le mira bien, se verá que a veces parece que el cubano ríe, pero en realidad esta llorando por dentro.

Le nace el hijo, le crece, se le gradúa en la Universidad, pero el cubano suspira. Ay, si estuviera en mi Cuba! Compra una casa, un auto, o una lancha y sigue suspirando. Ay! Si todo esto lo tuviera en Cuba! De una manera misteriosa, que no puede definir, hay un vinculo con aquello que tira de aquí hacia allá. Ahora que perdió a su país, sabe que no puede vivir sin Cuba, y la sueña de noche, y le agiganta los valores y la embellece y la idealiza, y se culpa de no haberla entendido mejor, y la recrea en sus cantos y bailes, y la revive en sus historias en sus costumbres y en sus comidas.

Por que compran hoy los cubanos mas libros cubanos que nunca? Por que tienen sus casas, sus negocios y sus oficinas llenas de palmas, de banderas, de escudos y de retratos de José Martí? Por qué aunque sean USA citizens SIGUEN SIENDO CUBANOS? Por qué se reúnen en sus municipios formados en el exilio, borrando antiguos antagonismos de partido o clase?

Porque el cubano sabe que lo único auténticamente suyo fue SU CUBA y que a ella quisiera el poder regresar. No les preocupa que le devuelvan la residencia o el negocio, si lo tenían. Lo único que desean es volver a su tierra. La casa donde nació esta destruida, al pueblo se lo han puesto desconocido, la madre ha muerto. Pero no importa. El exiliado cubano quiere de todos modos ir a esa casa, a ese pueblo y a esa tumba. La Patria empieza ahí. En el exilio tropieza, yerra y se equivoca, pero está salvado también porque en el fondo de su ser nunca traicionó a Cuba.

Cuando llegue ese momento muchos volverán, otros no podrán hacerlo, pero las semillas que dejaron donde estuvieron exiliados no los olvidará, perdurarán por siempre y para siempre porque lo hicieron con mucho sacrificio, tenacidad y amor. Y aunque a lo mejor no tendremos la oportunidad de leerlo, muchos escribirán sobre su paso aquí para orgullo de sus descendientes.