lunes, marzo 14, 2016

Tania Quintero : A Michelle Obama, sobre las niñas cubanas

Nota del Bloguista de baracutey Cubano

Seria bueno decirle a Michelle Obama  que Tania Quintero, la autora de este artículo  estaba emparentada con Blas Roca Calderio el Secretario del Partido Socialista Popular (PSP) que fue el nombre que tuvo durante cierta etapa de la República cubana el Partido Comunista  y que su padre era el guardaespalda de  Blas Roca y eran también militante del Partido Socialista Popular. En la foto se encuentra el padre de Tania con Lázaro Peña, el Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba y miembro del Partido Socialista Popular; entre ambos se encuentra la compositora novelista conocida como Tania  Castellanos. 


A Michelle Obama, sobre las niñas cubanas

Por Tania Quintero
13 de marazo de 2016

Me alegra que Michelle Obama sea una mujer que no se ha limitado a su rol de Primera Dama y, entre otras iniciativas, haya puesto en marcha Let Girls Learn .

He leído que piensa hablar sobre su proyecto durante la visita que ella y su esposo Barack Obama harán la próxima semana a La Habana. Pero tengo la impresión de que la señora Obama desconoce que en Cuba, desde finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, siempre hubo interés por la educación de la infancia, en particular de las niñas.

Una muestra de ello es la formación de pedagogas, con estudios superiores en Estados Unidos y Europa, como María Luisa Dolz (1854-1928), Carolina Poncet (1879-1969) y Dulce María Borrero (1883-1945), entre otras que hicieron posible que las niñas tuvieran el mismo acceso a la educación que tenían los niños cubanos.

Nací en 1942 y en aquellos años, las escuelas no eran mixtas, como ahora. Cursé de primero a sexto grado en la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz, situada en Monte y Castillo, en el barrio El Pilar, perteneciente al municipio Cerro, La Habana. Por la mañana estudiaban los varones y por las tardes las hembras.

Acompaño tres fotos. La del curso 1950-1951, con la Señorita Inés, quien por tener solo 18 alumnas, podía ofrecer buenas clases y tener una relación directa con nosotras, niñas de origen humilde, blancas, negras o mestizas, las tres razas predominantes en Cuba (soy la mulatica de pie, a la izquierda, en la segunda fila). Nuestros padres eran obreros o empleados (mi padre era barbero ambulante) y la mayoría de nuestras madres eran amas de casa.


Tania Quintero. Curso escolar 1950-51

Antes de Fidel Castro llegar al poder en 1959, todos los maestros se habían graduado de una de las Escuelas Normales de Maestros existentes en el país. O de la Escuela del Hogar (las maestras que daban clases de labores manuales, cocina, costura, bordado, economía doméstica), de un Conservatorio de Música (los que daban clases de música) o de una academia deportiva dentro o fuera de Cuba, que les permitiera impartir educación física dos veces a la semana y preparar equipos escolares de atletismo, voleibol y baloncesto, entre otros.

La Señorita Inés poseía el título de Pedagogía otorgado por la Universidad de La Habana. Pedagoga era también la Dra. Carmen Córdoba, a quien puede verse en las dos fotos restantes. Una de ellas es de una excursión que en 1951 hicimos un grupo de alumnas al Zoológico de la Avenida 26, en el Nuevo Vedado (aparezco sentada en el banco, la segunda desde la izquierda). En esa época, tres o cuatro veces al año nos llevaban a pasear o a conocer paisajes naturales como el Valle de Viñales en Pinar del Río y las Cuevas de Bellamar en Matanzas.


Tania Quintero. Excursión al Zoológico de 26

Pero una de las actividades preferidas era la Semana del Niño. No solo por el receso escolar, si porque nos permitía conocer industrias de la zona, que en el caso de nuestra escuela, eran las fábricas de jabones y detergentes Sabatés y Crusellas, las de confituras y chocolates La Estrella y La Ambrosía o de Canada Dry, en Infanta y Amenidad, a pocas cuadras del Estadio del Cerro.

Cuando llegaba la fecha del nacimiento de José Martí, el 28 de enero, íbamos a pie hasta el Parque Central, a depositarle flores a la estatua del Apóstol. Una vez al año, visitábamos la casita donde él nació en Paula 102 y la Fragua Martiana, donde estuvo preso, en la antigua cantera que todavía en el lugar se conserva.

El 28 de enero era una efemérides muy importante para las alumnas de cuarto, quinto y sexto grados, pues con meses de antelación, reuníamos dinero y preparábamos una Canastilla Martiana, que se obsequiaba a una madre del barrio que diera a luz ese día. Otras alumnas se ocupaban del avituallamiento del botiquín de la Cruz Roja y casi todas, salíamos a las calles, con latas y delantales azules, a recoger dinero destinado a la Liga Contra el Cáncer.

A propósito, leí en internet que a la hora de fundar la Liga Contra el Cáncer en la Florida, en 1975, tuvieron en cuenta la experiencia cubana, que data de 1925 cuando en la Isla se comenzó a tratar enfermos de cáncer. En 1929, en la capital se funda un Instituto del Cáncer y veinte años después, el 20 de abril de 1949, comienza a prestar servicios el Hospital Curie, construido con fondos donados por la Liga Contra el Cáncer y las recaudaciones completas de dos sorteos de la Lotería Nacional. El Estado solo aportó el terreno.

De modo que la construcción del Hospital Curie, en 29 y F, Vedado, fue posible gracias, entre otros, al aporte de niñas cubanas que como yo salíamos por las calles a recaudar fondos para la Liga Contra el Cáncer. El otrora Hospital Curie en la actualidad es sede del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología.

La tercera y última foto es del 24 de febrero de 1952. Para conmemorar el inicio de la insurrección contra el dominio de España, conocida como Grito de Baire (1895), hicimos una colecta en el aula. Compramos un mazo de tabacos y una docena de alumnas, acompañadas por nuestra maestra, la Dra. Carmen Córdoba, se lo llevamos a los veteranos, como le decían a los mambises que participaron en las guerras que Cuba tuvo que librar para independizarse del colonialismo español.

Tania Quintero. En el Hogar del Veterano

Fuimos en ómnibus: el Hogar del Veterano, en San Miguel y Agustina, a una cuadra de la Calzada de 10 de Octubre, quedaba un poco lejos de nuestra escuela en El Cerro. En la foto soy la del chaleco, la niña de al lado es Teresita García y fue la encargada de llevar y entregar los tabacos. En el antiguo Hogar del Veterano, hoy radica un asilo estatal de ancianos en lamentables condiciones.

Similar a nuestra escuela pública, había muchas en otros municipios de La Habana, Pinar del Río, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente, las seis provincias existentes en Cuba hasta que la revolución de Fidel Castro decidió crear una nueva división político-administrativa.

Antes de 1959, por todo el país habían colegios privados, laicos o religiosos, y a no ser por los uniformes y por radicar en grandes edificios, la calidad de la enseñanza no se diferenciaba mucho de la impartida en las escuelas públicas.

Uno de los esos colegios privados fue el Instituto Edison, en la capital, donde el alumnado femenino tuvo un papel destacado, participando en múltiples actividades extraescolares. Lo sé porque allí estudió una prima mía, Lydia Roca Antúnez, quien después se graduó de maestra en la Escuela Normal y de historia en la Universidad de La Habana.

La revolución de Fidel Castro eliminó la enseñanza privada y la religiosa y abolió la separación por sexo en las escuelas. Organizó una campaña para abrir aulas en los campos y alfabetizar a los cubanos analfabetos. Una buena cosa. En 1961, ya llevaba dos años trabajando como mecanógrafa cuando decidí pasar un curso y formarme como maestra voluntaria en las montañas de la Sierra Maestra. Mientras pasaba el curso, alfabeticé a una campesina que residía en lo alto de una loma cercana a nuestro campamento en La Magdalena, Minas del Frío.

Los títulos de maestros voluntarios fueron oficialmente reconocidos de Maestros Primarios por el Ministerio de Educación. Durante algunos años me desempeñé como maestra de campesinas y de antiguas criadas. Después, por mi cuenta, me hice periodista, veinte años fui periodista oficial y desde 1995, soy periodista independiente.

La educación, como la salud pública, fueron dos vitrinas que Fidel Castro exhibió orgulloso por el mundo. Pero 56 años después, la educación deja bastante que desear, numerosas escuelas se encuentran en mal estado, escasean los materiales escolares, muchos maestros prefieren vender pizzas a dar clases, por los bajos salarios. Aunque, por suerte, la enseñanza es obligatoria hasta el noveno grado, tanto para hembras como para varones.

Michelle Obama podría hacer hincapié en la importancia de que mientras más una niña estudie, más oportunidades tendrá en la vida. Y referirse al embarazo precoz, preocupante en algunas regiones cubanas, y sobre el jineterismo y el mercado del sexo, donde la presencia de adolescentes ha ido en aumento en los últimos tiempos.

Pese al deterioro de la educación, en Cuba sigue habiendo maestros que aman el magisterio y niñas a las cuales les gusta estudiar y sacar las mejores notas, como Melany García Roig, mi nieta menor, con un buen expediente escolar. Si sigue así, será una excelente profesional. Como espero que también lo sea Yania Betancourt García, mi nieta mayor, que llegó a Suiza con 9 años, terminó la primaria, secundaria y bachillerato. Y ahora se prepara para ingresar en la universidad. Estudios que ha tenido que realizar en alemán, el idioma de Lucerna, la ciudad donde vivimos desde el 4 de diciembre de 2003.
*************
Nota del blogguista

Uno de los tantos pasajes de la Educación cubana ocultados o arrancados de la historia de nuestra Patria. Debo aclarar que no sólo la Universidad de Harvard, sino también la Universidad de Yale, participaron en la formación de verdaderos maestro emergentes en esa etapa.

Durante la ocupación norteamericana se implementaron notables medidas y acciones relativas a la enseñanza. El teniente Alexis Everett Frye y M. Hanna, como Superitendente General el primero y como Comisionado de Escuelas el segundo, por la parte norteamericana, y Enrique José Varona y otros ilustres ciudadanos, por la parte cubana ( entre ellos Borrero el padre de la poetisa) contribuyeron de manera relevante en la reorganización y desarrollo de la educación primaria en el país. Estas personalidades extrajeron lo mejor de la tradición educacional cubana y de los novedosos métodos educacionales norteamericano y los aplicaron exitosamente en la enseñanza de la Isla. Las Escuelas de Verano y los cursos emergentes, mediante exámenes anuales, contribuyeron a la formación y al aumento de la eficiencia de los maestros; esta formación acelerada se hizo imprescindible por la gran falta de maestros y la creación masiva de aulas por parte del mando militar norteamericano, pues solamente por la orden militar No 368 de 1900 se crearon 3 000 aulas; este movimiento de creación masiva de aulas solamente es comparable con el movimiento de creación de las Escuelas Cívico Militares en el campo, el cual fue llevado a cabo más de tres décadas después por Fulgencio Batista, y posteriormente con el gigantesco movimiento llevado a cabo por la Revolución que triunfó el 1ro. de enero de 1959. Las primeras Escuelas Normales para Maestros se fundaron en 1915.

Sobre esta experiencia pueden profundizar en :

  • The Cuban Educational Association: An Early Experiment in International Education
  • Kenneth B. O'Brien, Jr.
  • The Journal of Negro Education, Vol. 32, No. 1 (Winter, 1963), pp. 6-15 (article consists of 10 pages)
  • Published by: Journal of Negro Education
y también en

  • An Episode in International Education: The Cuban Expedition to the United States


  • Walter Crosby Eells


  • The Journal of Higher Education, Vol. 34, No. 2 (Feb., 1963), pp. 67-72 (article consists of 6 pages)


  • Published by: Ohio State University Press
********************
Tomado de http://futurodecuba.org

1899 Maestros cubanos invitados a Harvard

Por Alberto Luzárraga


Esta excelente foto de profesoras cubanas a bordo de un vapor se refiere a parte de un contingente invitado a tomar un curso de verano en Harvard. Los detalles de este episodio los relata el Dr. Martínez Ortiz en su libro 'Los primeros Años de la Independencia' (Paris 1921) que nos explica como se gestó el curso.

Fue una brillante idea del Superintendente de Educación, Sr. Alexis Frye nombrado por el general John Brooke, primer interventor, para ese cargo. Frye gran educador y hombre de capacidad ejecutiva consiguió que el gobierno americano facilitase los transportes y que la Universidad de Harvard donase $70,000 para gastos mientras que el resto se obtuvo por suscripción particular. Las maestras se alojarían en Cambridge, en casas particulares, y los maestros en la Universidad. De 3,500 maestros embarcarían 1450. 900 maestras y 450 maestros. Se escogieron con un sistema muy inteligente. En cada municipalidad se escogían dos grupos de maestros y cada cual seleccionaba los correspondientes al otro. El curso cubriría Inglés, Historia de Cuba, de América Latina, Geografía, e Historia de la Revolución Americana para que los maestros supieran como se organizó esa república.

(Cuban teachers on board the Sedgwick, 1900 )

Es un dato muy interesante que muestra dos cosas. Primero que hubo grandes y desinteresados personajes en la intervención pues Mr. Frye nunca quiso aceptar un sueldo y que había gran calidad humana disponible, a pesar de todas las vicisitudes de la guerra. No tendrían muchos medios pero todas las maestras están vestidas con elegancia y propiedad. Se ve a la larga su decencia.

El 'hombre nuevo' no entiende de estas 'cosas burguesas'. La inmundicia, la grosería y la chabacanería son su moneda corriente

***********************
Tomado de http://www.cubaliteraria.cu

.Eliana Rivero: apuntes para un álbum de familia

Por Ambrosio Fornet

Eliana S. Rivero, poeta y ensayista, se desempeña como profesora universitaria en Estados Unidos. Es una notable estudiosa de las literaturas latinounidenses (la cubano-americana entre ellas), así como del género testimonio y la literatura de mujeres. Ha publicado dos poemarios y numerosos textos poéticos y críticos en revistas y antologías. Los fragmentos que siguen forman parte de un curioso diario en el que se mezclan los documentos con los recuerdos personales, lo histórico con lo íntimo.Memoria de la abuela María
Tucson, Arizona, abril de 1977

Me trajo Bernadette un número de la revista The Americas en el que -sorpresa sin igual- aparecía un artículo sobre el viaje de los maestros cubanos a la Universidad de Harvard, Estados Unidos, en el verano de 1900. Y allí, por milagro de la tinta impresa y de la cámara fotográfica, se veía la figura de mi abuela materna, mujer de traje blanco y sombrero de ala ancha, captada para la historia a bordo de un vapor cuyo nombre se me escapa, listo a zarpar desde el puerto de Matanzas al de Charleston, Carolina del Sur. [...]

New Haven, Connecticut, julio de 1982

Tal vez serían las grandes piedras amarillas de la Universidad de Yale recubiertas por la hiedra y la luz del verano, o la conversación que aquí tuve con Pepe Arrom y Emilio Bejel sobre las playas de Oriente de Cuba, o quizás la persistente memoria de tu juventud con sucesos extraños, visitante en este Norte de bibliotecas y monumentos, abuela, lo que me hizo pensar en tu pasado de muchacha y maestra novicia, que viajó en vapor desde Matanzas en aquel julio de principios de siglo hasta los recintos de Harvard, no tan lejos de aquí -ahora-, y en aquel entonces rodeados de huertos de manzanas y arces crecidos cuyas hojas admiraste. Lo cierto es: tu historia (pensada tantas veces, recogida en la ojeada a los retratos sepia con tu talle de avispa y tu moño alto, en el patio habanero con arecas; adivinada en la joven del sombrero de paja con cintas, que traicionaba su seriedad a bordo del vapor vislumbrado en una revista 75 años más tarde). Lo cierto es: tu recuerdo, con la pena de no haberte visto pasar al sueño último. Lo cierto es: tu voz y tu sonrisa, que fueron materia de visiones imaginarias para mi lejanía desterrada. Lo cierto es que mis pasos han repetido los tuyos aquí, ahora, y también en Cambridge, Massachusetts, por las calles empedradas, tantos veranos después que los maestros de Cuba viajaron por el mar desde la tarde soleada de un puerto matancero, porque el gobierno interventor de Leonard Wood quería instruir a los cubanos en el "American way of life", y qué mejor forma que mostrar el progreso y la democracia de la formidable Unión a los que instruirían a los niños en aquella isla, marcada por estaciones carboneras y enmiendas territoriales, fatigada en sus palmas, que pasaron de españolas a norteamericanas: así se trajo a los maestros a absorber esta vida del Norte, su lengua y costumbres por medio de ocho semanas de inmersión, desde luego que con chaperonas que acompañaran a las jóvenes.

Lo cierto es que te pienso, abuela, en la ironía histórica de duplicar tus huellas por estos alrededores, en la doble ironía de tener que constatar tu existencia por medio de un traductor certificado de la Embajada Suiza en La Habana de 1963 (por la tarifa de 15 francos o U.S. $3.45), cuando tú hace rato que dejaste de mecerte en un portal pinareño, cuando los canarios de tu jaula se fueron a cantar a otros montes más etéreos, cuando ya las vicarias de tu jardincito no reciben más el agua de tu mano. El dulcero vizcaíno, vendedor ambulante con paciencia, de boina y alpargatas, que traía quesitos de almendra y cusubú criollo, y apeaba su gran canasta de golosinas frente a mis ojos, también pasó a los libros del recuerdo. Y te pienso aún antes, antes de que tu pelo se emblanqueciera, cuando todavía cantabas en la vieja casa de Guanabacoa con sus vitrales, donde tus vecinos eran una familia de apellido Lecuona, y cuando Ernestico, de apenas cinco años, se sentaba casi al amanecer en la banqueta del piano a la que apenas se podía subir, y se desesperaba porque Ernestina, su hermanita mayor, le revelara los secretos del do bemol y de todas aquellas teclas negritas que lo atraían obsesivamente.

Me contabas que de allí, de aquella casona de las afueras donde te alojabas con la tía solterona -a la que recuerdo ya anciana, con sus lentes de cinta negra y los barquillos de helado en forma de abanico que me compró una vez- te ibas por las mañanas a la Escuela Normal en tranvía de mulas, al que te subías con las mismas mangas de hilo y entredoses de la pechera que yo quería tocar en tu retrato. Ay, abuela, ¿sería verdad que en el cuarto último de tu casa de la infancia, en Los Palacios, vivía encerrada tu madre Teresa Alfonso, mi bisabuela de nombre místico que veía visiones y aparecidos, y creía conocer a los espíritus que subían del río? Aquella casi legendaria mujer, en la que a veces creo reconocerme, era cuidada por la antigua esclava liberta de nombre Clara, quien fabricaba polvos de arroz para blanquear el cutis de las señoritas Alfonso, en los ratos de ocio que le proporcionaban las siestas de la abuela enloquecida. Todavía imagino sus cantos de soprano operática, mi antepasada cuya voz heredó mama, y la que tuvo tres hijas que se casaron con tres hombres tan disímiles: Pilar, con el senador de la República Matías de la Fuente -allá en los tiempos en que el presidente Estrada Palma dicen que perjuraba de su historia- y con el cual viviría después en una casa grande y extraña del barrio habanero de Lawton. Lola, la menor, con el funcionario Menalio San Juan, al cual recuerdo en su gusto por la leche quemada, en la casa de la calle San Lázaro número 22, donde reposaba el gran piano de cola que tocaba su hija Teté, con sus teclas de marfil legítimo cubiertas por aquel lienzo de terciopelo de aroma embriagador que yo acariciaba a los siete años, aquella casa semioscura donde se recordaba al maestro Eusebio Delfín, compositor de canciones románticas de la vieja trova que cuentan de niñas grabando su nombre en troncos de árboles... Y a ti, abuela, que tanto te dedicaste a los niños campesinos en tu aula rural de Ríohondo, en el kilómetro 79 de la Carretera Central, casi llegando a Candelaria, el pueblo dedicado a la Virgen del 2 de febrero, cuando las muchachas se cortaban el pelo y hasta las puntas de las pestañas (para que les crecieran bonitas); a ti, que te casaste con mi abuelo Antonio de la larga familia, que me dio primas con nombres melodiosos -Perla, Josefina, Antonieta-, y primos que después fueron combatientes dentro y fuera de su país... A ti, que te tocó pasar la infección de piojos que padecían los pobres muchachos de tu aula cerca del río Bayate, con las pesadas curaciones de alcohol de reverbero y trapos enrollados en la cabeza a manera de turbante, según me contaba mamá... A ti, abuela, te tocó casarte con aquel hombre de ternura chistosa y vista miope, de familia un tanto excéntrica, dueña de cines y boticas y lecherías. En aquel teatro de nombre Capetillo, donde pusiste tu enseñanza musical al servicio de las pianolas y las películas silentes de Thom Boyd y Theda Bara, según me contaba papá, y donde se les cobraba la entrada por igual a familiares y conocidos, nada de pases gratis, y todo el público se emocionaba al compás de tus pies que pedaleaban en el instrumento mecánico. En aquel pueblo donde vivías con tus hijos y con mi abuelo Tonito en la misma casa de la Calle Real número 26, con la lámpara Tiffany en el comedor que me tocó ver después que te mudaste, con sus colores de vivo azul prusia y rojo sangre que teñían el mantel de la mesa de reflejos, cuando me contabas de aquella vez que te picó un alacrán en la barriga y desde entonces siempre dormiste con mosquitero grueso, a pesar del calor...

Cómo te tocó en tus años tempranos salir de tus costumbres y comer jalea dulce junto a la carne asada en los comedores de Cambridge, al igual que me tocaría a mí años después en aquellas residencias de Virginia y Tennessee, a mis diecisiete años, en que te pensaba comparando nuestros destinos relacionados a este Norte que nos cambió la vida, donde le diste la mano al presidente McKinley en la elegante recepción que ofreció a los maestros cubanos en la Casa Blanca, a los maestricos cubanos recién graduados como tú (tú, con tu flamante diploma que te certificaba y no "habilitada", como a tantos otros al comienzo de la República, decías orgullosa). Todavía me miran esas caras lustrosas desde la foto, en la fila triple sobre la cubierta del vapor, desde las páginas de la revista donde Bernardette te recortó y donde papó y yo te descubrimos, seria, junto a las señoras que chaperoneaban al grupo. Y qué paralelo de nuestro destino darle la mano al Presidente, pensaría yo mucho tiempo después cuando en una primavera de Tucson me tocó saludar a Clinton, que pasaba por la base militar recogiendo simpatía cuando los rehenes de Kosovo todavía tocaban el corazón del gran público.

Pero antes, abuela María de Jesús, "señora Chucha" para los guajiritos de la escuela, mucho antes te había tocado a ti ver de cerca la Guerra grande del 98, y me contaste cuando me reponía del sarampión que habías visto a los campesinos reconcentrados, echados de sus sitios y fincas por Valeriano Weyler, azote de los campos de Cuba, para que no ayudaran a los mambises insurrectos, y por eso -me decías- no te asustaban los disparos ni los truenos, por todo lo que habías visto y pasado. Ay, abuela, quién te viera de nuevo con tus vestidos blancos y tus anillos finos de oro, sentada en tu portal esperándonos. La guerra de Independencia le tocó asimismo a la abuela María, la de trenza larga y esposo español venido de la más pequeña de las Islas Canarias, La Gomera, hasta aquella vega de Vueltabajo donde cultivaba tabaco y criaba gallos finos de pelea y donde se quedó hasta el final de su vida.

(Tomado de la revista Correo de Cuba)
****************************

Teachers from Cuba

Throughout its history the Harvard Summer School has included programs that are intercultural in scope. The earliest of these programs, the Summer School for Cuban Teachers, was initiated by Alexis E. Frye, Superintendent of Schools for Cuba by appointment of the U.S. military, and Ernest Lee Conant, an American lawyer practicing in Havana. The two men, both of whom were Harvard alumni, wrote to President Eliot in February 1900 about their plan to bring Cuban teachers to the United States for summer study and touring. The goals of the program were to provide educational and cultural enrichment for the teachers and to forge closer ties between Cuba and the United States. By this time, the Harvard Summer School enjoyed a national reputation and both men felt that their alma mater would provide the best setting for such an endeavor. The Harvard Corporation voted to approve the project and it was endorsed by General Leonard Wood, Military Governor of Cuba.


(Cuban teachers on board the Crook, 1900. )

In June and early July of 1900 nearly 1300 Cubans, most of whom were teachers, traveled to Cambridge by U.S. government transport. The men were housed in Harvard College dormitories, while the women lived in private homes nearby. Men and women dined separately, in Randall and Memorial Halls.

The program of instruction included two English lessons daily; lectures in Spanish on physiography that were illustrated by field trips to sites in the Boston area; lectures on American libraries and schools; and lectures on the psychology of imitation and allied faculties in children. In addition, the women attended special lectures on kindergarten education, while the men received instruction in American "sloyd" (shopwork). Excursions to local sites of historical, cultural and industrial interest were also organized.


( American Assistants, Cuban Summer School, 1900. )


The arrival of the Cuban teachers in Cambridge was widely publicized and their various activities were well documented in the press. Many local individuals and community groups provided social events, tours and other services. Following their stay at Harvard, the teachers traveled to Washington, D.C., New York and Philadelphia before returning to Cuba.

A surplus of funds raised to support the Cuban Summer School of 1900 enabled a group of eighty Cuban teachers to return to Harvard the following summer for instruction in English. At the end of the course, examinations were given and certificates awarded. For several years thereafter, small groups of Cuban teachers returned to Harvard for summer study and received stipends from this fund.

For more details about the expedition of the teachers from Cuba to Harvard in 1900 see the report of President Eliot in the Annual Reports of the President and Treasurer of Harvard College, 1899-1900 (Cambridge: 1900).