Alfredo M. Cepero sobre el segundo debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton
Director de www.lanuevanacion.com
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Durante las 48 horas previas al segundo debate presidencial de este 2016, Donald Trump fue bombardeado sin misericordia por la prensa vitriólica empeñada en devolver a la Casa Blanca al matrimonio delincuencial de Bill y Hillary Clinton. Porque Hillary será la candidata que pone su cara de concreto detrás de la cual Bill esconde sus aberraciones sexuales, pero ambos gobernarán al unísono. Lo dijo el mismo Bill cuando, en la campaña presidencial de 1992, afirmó en repetidas ocasiones que, quienes votaran por él, "comprarían a dos por el precio de uno". La historia es la misma en este 2016. Por eso digo que los ataques de Trump condenando las inmoralidades de Bill y la maldad de Hillary contra sus víctimas es tema válido en cualquier debate. Sobre todo cuando Hillary fue la primera en tocar el tema de las transgresiones de Trump en los momentos finales del primer debate.
Esto, por otra parte, no es una defensa de las vulgaridades y palabrotas utilizadas por Trump con respecto a las mujeres en las grabaciones dadas recientemente a la publicidad. Trump fue un habilidoso empresario que multiplicó varias veces el capital que le proporcionara su padre en el competitivo mundo inmobiliario de Manhattan. Un "playboy" multimillonario que vivió una vida licenciosa y utilizó a las mujeres como objetos de placer carnal. No es un santo ni pretende serlo. La realidad es que, independientemente de lo que diga y de cuantas veces lo jure, Trump no ha cambiado y no cambiará. De eso estoy convencido y, por lo tanto, en nada me asombraron las expresiones soeces con que describió a los objetos de sus conquistas.
Tampoco me asombró la forma en que Trump se comportó en el debate del domingo pasado. Este hombre es un guerrero que no se achica ante la adversidad y que confronta de frente a sus enemigos. A la manera de los guajiros cubanos, paralizó a Hillary a base de "contracandela". Después de tal barraje de publicidad negativa y hasta ensañada por parte de la prensa y de la velocidad con que pusieron distancia de su candidatura los miembros de su propio partido cualquier otro hombre habría mostrado signos de debilidad. No Donald Trump. Estoy seguro de que, como yo, muchos de sus asesores le aconsejaron hacer un acto de contrición y mantenerse alejado de los delitos sexuales de Bill. Pero Trump es incapaz de la contrición y de ignorar cualquier ataque contra su persona o su conducta. Después de ver el debate, creo que, de haberlo hecho, habría parecido tan artificial e hipócrita como Hillary Clinton.
Hizo lo que creo que tenía que hacer: Comportarse como el Donald Trump directo y combativo que ha ganado la incondicionalidad casi fanática de millones de norteamericanos ignorados hasta ahora por ambos partidos políticos. Cuando los nada moderados "moderadores" lo confrontaron con el escándalo, Trump la emprendió contra ellos y contra las inmoralidades de los Clinton. Eso fue ya suficiente para parar en seco cualquier plan de Hillary de repetir la andana de vituperios que le lanzó en el primer debate. No le propinó un "knockout" pero la lanzó a la lona. La cara de Hillary perdió el rictus de satisfacción y sarcasmo del primer debate. La de Bill mostró al hombre que, después de veinte años de impunidad y farsa, fue desnudado ante millones de norteamericanos. Confieso que experimenté una inmensa satisfacción de ver humillado por primera vez en público al cobarde que le mandó a los Castro al niño indefenso de Elián González.
Por su parte, Trump no logró una victoria rotunda pero paró una hemorragia que pudo haber sido mortal. Frente a la crisis de la fuga masiva de candidatos republicanos aterrados ante la perspectiva de perder sus propios escaños, Trump no podía darse el lujo de apelar a los independientes al precio de poner en peligro su base política y el respaldo del Partido Republicano. Tenía que demostrar que su candidatura todavía era viable y que no se daba por vencido. Y así lo hizo. De no haberlo hecho, estoy convencido de que muchos estarían hoy escribiendo su epitafio político. Eso fue ya una victoria para un hombre que subió al escenario literalmente derrotado. Y, aunque el tiempo es corto, ahora tiene que conquistar los votos independientes que decidirán las elecciones del 8 de noviembre y que repudian con casi la misma intensidad a ambos candidatos.
Sin embargo, el ataque fue sólo parte del arsenal de Trump durante el debate. A diferencia del primer debate, Trump no se dejó provocar por Hillary ni perdió mucho tiempo justificando sus propios errores. Desató una ofensiva que puso a Hillary a la defensiva precisamente en los temas que ella no puede defender. La más débil recuperación económica desde 1949, un Obamacare que tiene asfixiado a los empresarios y ha aumentado tanto los deducibles como los costos de las primas, un aumento de impuestos que sería un desastre para la creación de empleos, una política energética que ha creado desempleo y aumentado los costos de la electricidad, una política internacional que ha alejado a los aliados y envalentonado a los enemigos de los Estados Unidos y una deuda nacional de VEINTE MILLONES DE MILLONES DE DÓLARES.
Todos ellos iniciados durante los ocho años de Obama que Hillary quiere convertir en doce. Trump se presentó como el cambio que desea más del setenta por ciento del pueblo norteamericano y presentó a Hillary como el status quo que nos daría otros cuatro años de Barack Obama. Como dije una vez, la opción del votante es fácil: Trump o el abismo. La opción de Hillary es mucho más difícil. Se abraza a Obama o denuncia su fracasada política. Si se abraza, como ha hecho hasta ahora, cargará con los fracasos de su gobierno. Si lo denuncia pierde la coalición que eligió a Obama y sin la cual no tiene la más mínima oportunidad de ganar en noviembre. Luego, vaticino que, tanto en el tercer debate como durante el tiempo que queda de la campaña, no tendrá otro recurso que seguir atacando a Trump en lo personal.
Mientras tanto, al mismo tiempo en que los dos candidatos se tiran los trastos a la cabeza, el pueblo norteamericano sigue frustrado, decepcionado e iracundo. Aunque ambos reclaman hacerlo, ninguno se ocupa de presentar soluciones a los grandes problemas que confronta esta nación. Por eso albergo la esperanza de que los asesores de Trump lo convenzan de la conveniencia de presentar un verdadero contraste entre su agenda y la de Hillary en el próximo debate del 19 de octubre en Las Vegas.
Por ejemplo, ese contraste podría destacar lo siguiente:
1- Si usted quiere magistrados del Tribunal Supremo que interpreten la constitución según fue redactada originalmente, vote por Trump. Si quiere magistrados que interpreten la constitución como un organismo cambiante y adaptado a los caprichos de los tiempos, vote por Clinton.
2- Si usted quiere preservar su derecho a portar armas en defensa de su vida y de sus propiedades, vote por Trump. Si está dispuesto a renunciar a sus armas y a poner su seguridad y la de su familia en manos del gobierno, vote por Clinton.
3- Si usted exige fronteras seguras que garanticen la tranquilidad del pueblo norteamericano, vote por Trump. Si usted prefiere fronteras abiertas que conviertan a los Estados Unidos en imán para inmigrantes de todo tipo sin previa verificación de intenciones y antecedentes, vote por Clinton.
4- Si usted quiere una economía con suficientes opciones de empleo como para liberarlo de la tutela del estado, vote por Trump. Si no le importa una economía anímica e incapaz de producir suficientes empleos como para liberarlo de la dependencia del estado, vote por Hillary.
5- Si usted quiere comunidades seguras donde los delincuentes vayan a la cárcel gracias al predominio de la ley y el orden, vote por Trump. Si usted pone los falsos "derechos" de los criminales sobre los inalienables derechos de las víctimas, vote por Clinton.
6- Si usted siente el orgullo de que los Estados Unidos sean admirados por sus amigos y temidos por sus enemigos, vote por Trump. Si usted se conforma con unos Estados Unidos relegados a nación de segunda categoría, sin la admiración de sus amigos ni el temor de sus enemigos, vote por Hillary.
La lista podría ser mucho más larga pero, con lo enumerado, creo haber destacado la diferencia entre quienes somos fieros defensores de nuestros derechos ciudadanos y los que cambian sus derechos ciudadanos por las migajas de un estado omnipotente y benefactor. Ya no tendremos que esperar mucho. El ocho de noviembre tendremos la respuesta.
10-11-16
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