Esteban Fernández: UN CELULAR Y UNA BOLSA LLENA DE OLORES
6 de octubre de 2016
Cada vez que tiro una foto con mi teléfono celular pienso invariablemente: “¡Contra, que lástima que no tenía este valioso artefacto durante los años 50’s en Cuba para haber podido plasmar todos los momentos que hoy se han convertido en sagrados para mí! ¿A usted no le pasa, si usted es cubano, que muchísimas boberías, cosas sin importancia, que usted hizo, o vio, o sintió, en Cuba, se han convertido en “históricas” con el pasar de los largos años en el destierro?
Y desgraciadamente ni ayer ni hoy ha existido una bolsa mágica, donde se hubieran podido echar adentro y traer para acá miles de olores, porque para mí no son suficientes los recuerdos de las fragancias que llevo incrustados en mi cerebro, en mi olfato, en mi corazón. ¿Cómo olvidar el olor a melado que sentía invariablemente al entrar en los Centrales azucareros Amistad y Providencia? El olor de la tierra mojada después de un aguacero, el delicioso olor de la Mariposa (flor nacional de Cuba), el olor peculiar de la Playa del Rosario. De Cuba extraño hasta las pestes de los chiqueros.
No me pasaba por la cabeza, ni tenía la menor idea, de que cada paso que yo diera allí iba a convertirse en inmortal en mi mente. Por ejemplo, aquí voy a restaurantes varias veces a la semana, no le damos la menor importancia a ir a comer fuera, sin embargo, jamás yo olvido un día que mi padre me llevó a La Habana a comerme tremendo sándwich (allí no había que decirle “cubano” como aquí) en una cafetería muy famosa en aquella época llamada Los Parados.
Que mi tío, Enrique Fernández Roig, me montara en su Buick del año 56 durante una inundación en Güines (para dar un recorrido por el pueblo) es un “hecho histórico” inolvidable.
Las picadas de los mosquitos cuando mi madre abrió ingenuamente una ventana del hotel “El Barco” de la Playa Cuba, una caída montando patines, ver por primera vez La Familia Pilón en la televisión, un tomeguín solitario cantando dentro de una jaula, y mi madre planchándome una camisa.
Recuerdo que una mañana (10 de marzo del 52, yo tenía 7 años) mi padre me despertó y me dijo: “Nos vamos durante unos días fuera de Güines, nos vamos a la Playa Guanabo, Batista acaba de dar un golpe de estado”. Lo gracioso fue que para mí lo importante fue la primera parte (me alegró lo de irme para la playa) y no entendí muy bien lo del “golpe de estado” ni lo que representaba eso en un hogar hasta ese instante “Auténtico” como el mío.
Un día “histórico” fue cuando en un episodio de ”Los Tres Villalobos” descubrí que “El Látigo Negro” era Rodolfo Villalobos con amnesia. De pronto abrieron “La Dulcería Quintero” en mi pueblo y eso fue un acontecimiento inolvidable para mí: ¡Mi primer batido de fresa!
Ir a una tienda en La Manzana de Gómez y comprarme un par de zapatos que esa misma noche los estrené dándole vueltas al parque de mi pueblo. Ese fue un día impresionante. ¿Cómo iba a imaginarme que al entrar una tarde en el cine Campoamor a ver la película “Y Dios creó a la mujer” con Brigitte Bardot vería a la primera mujer semidesnuda y que eso se convertiría en un hecho importantísimo en mi vida?
Increíble que comerme un día una minuta de pescado en un lugar llamado La Pescadora (el dueño se llamaba Nicomedes Granda) jamás lo podría borrar de mis recuerdos. Cierro los ojos y me parece estar de nuevo en el Instituto de Güines una noche: una velada artística donde cantaron Marta Pérez e Isidro de Cámara. Y ¿Cómo olvidar aquel instante, a las 12 de día, en que enciendo el televisor y veo “Patrulla de Caminos” con Broderick Crawford?
Todos los 6 de eneros, Días de los Reyes Magos, han cobrado una fuerza enorme en mis recuerdos. En mi memoria están cada guante, cada revólver de fulminantes, cada bate, cada pantalón, cada camisa, cada regalo, y son apreciados y añorados en mi vida actual. ¡Cuánto me hubiera gustado haberle tirado fotos a los bellos canarios que en su patio tenía el dentista Panchitín Ortega!
Una visita relámpago a la Playa de Varadero, sus aguas cristalinas, y mi padre diciéndome: “Tira una peseta al agua para que veas que la puedes ver de lejos” Y su risotada cuando yo le contesté: “Está bien, pero dame tú la peseta”. ¡Un instante eterno! Grabado en mi mente está mi llanto cuando me dieron la noticia de que nos mudaríamos de la casa donde nací y me crié.
Increíblemente mi hermano y yo le dábamos besos a las paredes despidiéndonos de la humilde y deteriorada casita de la calle Pinillos esquina a Soparda. Cuanto hubiera querido retratar al dueño de la carnicería de al lado de mi casa, Quinito Quintero, suplicándole a mis padres: “¡Esteban, Ana María, no se lleven a los muchachos, que no voy a tener con quien jugar al Monopolio por las tardes!”
Y de pronto, cuando menos lo esperaba, todo el país se tiñó de sangre, gritos de “paredón”, milicianos, chivatos, y llegó el momento más inolvidable e histórico de todos: Montarme en un avión de la Pan American, y después tener que conformarme con recordar un millón de “momentos históricos” aunque, quizás, no hayan sido verdaderamente históricos. Que sé yo, pero ¡para a mí lo fueron! Qué tristeza que no pude retratarlos todos y haber traído una bolsa llena de aromas.
1 Comments:
Coño Estebita como disfruto tus comentarios, es como vivir con una Patria portátil los instantes que te leo. Gracias y un fuerte abrazo de cubano agradecido!!!
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