Machado Ventura, Fidel y Raúl Castro.
Fidel Castro Ruz imprimió su sello personal a Cuba durante décadas. Con un poder absoluto e imbuido de una elevada dosis de mesianismo, populismo y voluntarismo decidió el destino de varias generaciones. Emprendió importantes obras sociales, pero estancó la economía e hizo retroceder las libertades ciudadanas. El Gobierno bajo su dirección ancló al país en el pasado y desaprovechó las oportunidades de cambio que ofrecieron los diversos y continuados fracasos. Su muerte, en el momento y las condiciones en que se produjo, no puede dejar de tener un fuerte impacto en la sociedad.
Las reformas implementadas desde 2008 bajo la dirección del Raúl Castro no arrojaron resultados positivos por sus limitaciones, la lentitud de su ritmo y las contradicciones que se expresaron en una especie de dualidad de poderes. La caída del PIB al 1% en el primer semestre de 2016, la inminente recesión para 2017 y el aumento del éxodo masivo de ciudadanos, confirman su fracaso.
A pesar de ello, esas tímidas y limitadas reformas generaron el embrión de un sector privado del cual hoy el Gobierno no puede prescindir; las relaciones con Estados Unidos, aunque se tensarán con la próxima administración de Donald Trump, han generado intereses que impiden dar marcha atrás; la posibilidad de encontrar un nuevo padrino en la arena internacional dispuesto a sustituir a Venezuela no existe; y los paquetes de medidas dictados por la administración de Obama, que oxigenaron las relaciones con Occidente, reactivaron el turismo y crearon expectativas, no continuarán sin cambios al interior de Cuba.
En ese escenario el actual Gobierno solo tiene dos caminos: frenar, que es lo mismo que conducir al país a la ruina total, o en su lugar avanzar. La decisión más probable es la segunda, pues en la primera todos seríamos perdedores, incluyendo a los que detentan el poder. De ser así, aunque se carezca de la voluntad política, en corto tiempo se producirán cambios y se sabrá si las actuales autoridades son capaces, en tan compleja situación, de sacar al país del estancamiento y hacerlo avanzar. De todas formas cualquier camino que se elija, tarde o temprano inexorablemente conducirá a la democratización del país.
Por la magnitud del reto, aunque sea una necesidad, lo más importante e inmediato no es juzgar lo ocurrido, cuyo resultado es evidente y de lo cual se encargará ese juez implacable que es el tiempo, sino definir el camino y echar a andar. Un camino que, en ausencia de fuerzas alternativas con capacidad para imponer el ritmo y la dirección, tendrá como sujeto inicial al Gobierno, que en ausencia del líder máximo y desaparecida la dualidad de poderes, cuenta con los principales resortes para iniciar las transformaciones.
La poca economía que funciona —con excepción del incipiente sector privado—, vinculada a sectores como el turismo, proyectos como la Zona Especial de Desarrollo Mariel y algunas producciones, está concentrada en el Grupo de Administración Empresarial S.A, (GAESA), bajo la dirección del General de División Luis Alberto Rodríguez López-Callejas.
En cuanto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la Constitución establece que el presidente del Consejo de Estado desempeña la jefatura suprema. Las figuras principales de esa jefatura son los generales de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías, Álvaro López Miera, Ramón Espinosa Martín, Joaquín Quinta Solas. Por su parte, los generales de Brigada Lucio Morales Abad, Raúl Rodríguez Lobaina y Onelio Aguilera Bermúdez se formaron o estuvieron bajo el mando de Raúl Castro cuando era ministro de esa institución, y todos son miembros del Buró Político del Partido Comunista o de su Comité Central.
A lo anterior se une el Consejo de Defensa Nacional, un órgano que puede ser convocado a voluntad del presidente del Consejo de Estado y en circunstancias especiales convertirse en el máximo órgano de poder estatal y político, al que en esas condiciones se subordinan hasta los secretarios del Partido en las provincias y municipios.
Por tanto, el actual Presidente cuenta con todos los hilos del poder para tomar el camino que Cuba necesita con muy poca o sin ninguna oposición.
Como la inviabilidad del modelo constituye la causa fundamental del desinterés y desesperanza, del éxodo masivo y de la ineficiencia productiva, cualquier reforma que se implemente tiene que atacar esa causa fundamental. La posibilidad de medidas dirigidas a cambiar para no cambiar, como ocurrió antes, hoy sería totalmente inútil.
El tiempo se agotó definitivamente. El Gobierno, aunque tiene en sus manos todos los hilos del poder, no los puede usar para otra cosa que para emprender transformaciones profundas, que son tan necesarias para salir de la crisis como imposibles para cambios cosméticos e intentar conservar el poder a mediano-largo plazo.
Por el tiempo perdido, el nuevo escenario, aunque más complejo que los anteriores, ofrece una última oportunidad para profundizar los cambios ordenadamente desde el poder. El totalitarismo se agotó totalmente. Por ello, con independencia de la voluntad del Gobierno, el cambio resulta inevitable para el propio Gobierno. Esa es la peculiaridad del nuevo escenario en que ha desembocado aquel proceso inaugurado en 1959.
Entre el cúmulo de dificultades están: la necesidad de grandes inversiones y por tanto de una gran entrada de capital internacional, lo que obliga a reformar nuevamente la Ley de Inversiones; la implementación de cambios constitucionales para garantizar la legitimidad inmediata de los sucesores, quienes carecen de la legitimidad que dio el triunfo de 1959 y de una economía capaz de tranquilizar a una sociedad insatisfecha; los cambios en la estructura de la propiedad que permitan a los productores ser verdaderos propietarios. Cambios que para que resulten beneficiosos tienen que acompañarse con transformaciones en materia de derechos y libertades.
Una de las posibilidades más factibles para el Gobierno es tomar el camino vietnamita. La complejidad de ese camino está en que las reformas de Vietnam excluyeron las libertades cívicas y políticas, algo que en Cuba por su historia política y su cultura, una vez en marcha las reformas económicas, será imposible de obviar.
Lo que ocurra de ahora en adelante, pero en un plazo breve, será decisivo para Cuba, su sociedad y también para el actual Gobierno. Un reto difícil pero ineludible en un escenario sin padrinos, sin Fidel Castro, con una economía en franco retroceso y un pueblo desesperanzado.
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