Por, Jorge Riopedre
España, España, España,
Dos mil años de historia
No acabaron de hacerte…
Eugenio de Nora, Canto
España Invertebrada
Y claro, Cuba, tu hija predilecta, tu idílico Peñón de Gibraltar en el Caribe, no podía ser menos que la metrópoli; tomaría algún tiempo asimilar el reciclaje de tu gloria con pica y todo en el Congo, un Flandes modesto propio de principiantes, pero no obstante precursor de golpes audaces en Asia, África y América Latina, reseñados en la obra El Imperio de Fidel, libro esencial escrito por el General venezolano Carlos Peñaloza.
Desde luego que la diversidad cultural, étnica y lingüística de la España invertebrada no admite comparación con su versión isleña, pero en su ensayo de la crisis social peninsular, José Ortega y Gasset habla de la “embriogenia defectuosa en la formación de la nacionalidad española”, cordón umbilical de la nacionalidad cubana.
Lo ocurrido no es obra del azar. La cohesión del militarismo cubano era un desove anunciado desde que su matriz cruzó el Atlántico, portadora de un genoma social que venía incubándose a través del tiempo a la espera de condiciones adecuadas. José Martí lo percibió en su desacuerdo con Máximo Gómez en 1884, y en las agrias palabras de Antonio Maceo en La Mejorana, en 1895: Gómez y Maceo (en palabras del historiador José M. Hernández), se oponían a la doctrina martiana de que fueran los civiles quienes controlaran la guerra. La prolongación de este proceso que se acelera a partir de 1959 propicia el lapso de tiempo necesario para la fijación de rasgos conductuales en el subconsciente cultural o en la infraestructura de la sociedad cubana: Economía militar de servicio, eficiente organización
mercenaria a lo Gurkha, retaguardia o santuario de la subversión internacional, asistencia técnica, atención médica, educación, alquiler de profesionales de la salud, expansión y mecanismos desestabilizadores extraterritoriales.
Sin embargo, el creciente desgaste de este sistema absolutista subrayado por la desaparición paulatina de sus dirigentes históricos plantea interrogantes sobre la persistencia del régimen, la desintegración interna y el perfil de la nueva élite que los sustituirá en algún momento.
¿Cuándo se producirá el relevo? Hay indicios más que suficientes para creer que el proceso de sucesión comenzó hace años con el objetivo de simular una transición política en 2018, operación de mercadeo que en realidad encubre un continuismo de adeptos acorde a lo previsto por la Teoría de la Circulación de las Élites de Vilfredo Pareto. Circulación de Élites porque la influencia y poder político-económico de éstas degenera, pero hábilmente conserva su estructura en virtud de que la masa actúa por sentimientos, irracionalmente, como lo demuestra que buena parte del liderazgo negro norteamericano religioso, académico y congresista simpatice con un sistema que ha sometido a los negros cubanos a la miseria.
Los miles de cubanos que llegan ahora a Estados Unidos vuelven a la isla en cuanto disponen de dinero para el pasaje, sin el menor remordimiento, como si nada hubiera pasado en medio siglo, como si la causa que les llevó a emigrar no fuera la misma a la que ahora vuelven sumisos en aras de la madre o la abuelita enferma. ¿Qué vergüenza le puede quedar a ese pueblo que se ha pasado toda una vida maldiciendo la supuesta anexión a Estados Unidos cuando ellos, ahora, se anexan voluntariamente? ¿Hasta cuándo durará este sainete?
Las tablas de expectativa de vida es un instrumento para calcular el promedio de vida de una persona en determinadas condiciones medioambientales. Igual, los expertos calculan con bastante precisión el desgaste de un automóvil, un avión o un cacharro de cocina. Esa es la belleza de las matemáticas. Por ejemplo, la Revolución Mexicana de 1910 y la Revolución Rusa de 1917 tienen una duración promedio de 70 años antes de entrar en una transición de cierta tolerancia política y económica: Mijaíl Gorbachov rompió el hechizo en 1985 y Vicente Fox en 2000, fecha en la que puso fin a la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI). No pretendo darle a esto un matiz científico, pero es plausible pensar que si la revolución castrista ha cumplido 58 años de poder absoluto y desgaste continuo una transición similar podría ocurrir en Cuba dentro de unos 12 años a medida que los residuales ideológicos de figuras empeñadas en socavar la estabilidad hemisférica se disuelven con el paso del tiempo.
De modo que el cambio viene, se aproxima y gana intensidad a medida que el vacío histórico de la dirigencia castrista se dilata, dando paso a un liderazgo que llegará dando palos a ciegas en un país colapsado, propenso a una convulsión política que podría forzar a Estados Unidos a intervenir para evitar un desastroso éxodo marítimo. De ahí la importancia de la presencia norteamericana en Cuba y las poderosas razones de Washington para no romper relaciones diplomáticas con La Habana a pesar del ambiente pirático de Isla Tortuga que se vive en el país.
Por consiguiente, más que cuándo va a cambiar, la cuestión ahora consiste en preguntar cómo será el cambio en una sociedad como la cubana, formada por más de medio siglo en la cultura de la miseria descrita por el antropólogo Oscar Lewis, traumatizada por la disolución de la familia, ajena al funcionamiento de instituciones cívicas, sometida a persecución política y religiosa sin otra alternativa que guardar silencio o emigrar. Entonces, ¿cómo sacar a esa sociedad de la desilusión, el escepticismo, la sospecha y el odio incubados por el sistema? ¿Tendré acaso que responder a esto cuando lo que viene ya fue expuesto párrafos arriba?
Aun así se arguye a menudo que rescatar a este pueblo hundido en la desidia es una mera cuestión económica, los negocios renacerán por toda la isla una vez que los inversores del exilio cubano avalados por el capital norteamericano y el generoso aporte del Fondo Monetario Internacional pongan en movimiento la oxidada economía de la isla. Hay mucho de cierto en esta premisa cuando se la compara con el caso de China después de la catastrófica revolución cultural maoísta que arrasaba con todo, sin embargo, bastó el famoso aforismo de Deng Xiaoping, “no importa que el gato sea negro o blanco, lo que importa es que cace ratones”, para dar inicio a una impresionante transformación económica con la ayuda de Estados Unidos.
No obstante, fuera de Shanghai, Beijing y otra media docena de ciudades, ¿ha llegado el crecimiento y la prosperidad al resto de China? No. En virtud de su adelanto económico, ¿goza China de un régimen democrático? No. ¿Ha desaparecido en China la amenaza de una nueva Plaza de Tiananmén? No. Pero sería injusto negar el progreso de una civilización que enaltece a la humanidad en su lucha por superar los avatares de la historia. En contraste, no hay hasta ahora indicio conocido en Cuba de un Deng Xiaoping o un Mijaíl Gorbachov o incluso un Adolfo Suárez (aunque siempre puede haber una sorpresa), pero aunque algún duende se destape y nos deje boquiabiertos por su inesperada aparición, no parece recomendable dar rienda suelta a la charanga. Tal vez lo indicado, para comenzar, sería reconocer que en Cuba hubo una revolución; una hecatombe que desmanteló el país: borró su historia, adulteró su cultura y demolió a su pueblo. No queda nada o queda muy poco y lo que persiste vaga estoicamente, sin rumbo fijo entre el agua y la ruina, porque presiente que hasta los gatos y los ratones se han puesto de acuerdo para sobrevivir al naufragio.
Me referí en una ocasión a Cuba como una anomalía, la única isla del Caribe de población mayoritariamente europea transformada paradójicamente por la revolución en la dimensión negra y mulata del Arco de las Antillas. No creo que esa era la intención de la cúpula castrista (blancos casi todos), pero consecuencia directa de su propósito de aniquilar a la oposición política sin reparar en el daño que ocasionaba alterar la estabilidad demográfica de la isla. A esto hay que añadir la escandalosa tasa de abortos, suicidios y estampida de jóvenes en busca de libertad política y económica a la sombra del presunto enemigo al que ahora se acogen con la misma ligereza que aplaudieron la ruina de la República.
Reitero, como en aquella ocasión, que si alguna vez entra en vigor en Cuba la fórmula democrática Sudafricana de un hombre-un voto, la población negra cubana tendrá la oportunidad de elegir presidente y hacer valer su identidad ciudadana. Yo hago votos porque la mayoría negra y mulata cubana forme parte al fin del Arco de las Antillas, no como espectador en las prisiones de la isla sino como actor con todas las de la ley. Pero, ¿lo permitirá la élite cubana circulante? Si nos atenemos a la Teoría de Pareto la respuesta es negativa. Si dejásemos a un lado, por ejemplo, el aspecto puramente simbólico del cambio político después de setenta años y nos preguntásemos si en México y Rusia hay una democracia efectiva más allá del derecho ciudadano a votar por un candidato, la respuesta sería un rotundo no. Las élites circulantes en México y Rusia responden a modelos culturales que permanecen intactos en tiempo y espacio, por más que el colorido de sus ropajes haya cambiado.
Entonces, ¿cómo se explica la profunda transformación de países como Japón y Alemania reducidos a escombros en la Segunda Guerra Mundial? Por dos motivos, primero, ningún pueblo pierde su pasado cultural; en palabras del antropólogo Ralph Linton, “Cualquier cultura sobrevivirá, aunque sea en una forma latente y mutilada, mientras exista un solo individuo que se haya criado dentro de ella”. El segundo motivo responde a la disolución y reorientación de las élites circulantes en virtud de la destrucción total de ambos países a causa de la guerra, provocada por ellos mismos, no por Estados Unidos. Solución que por supuesto no era viable en el caso de Rusia, como tampoco lo era moderar por vía pacífica la naturaleza cada vez más agresiva y totalitaria de sus élites, optando Washington por una política de contención para mantener a raya lo inevitable, como lo había previsto desde Moscú el diplomático George Kennan: “La naturaleza del poder soviético seguirá con nosotros (el secreto, la falta de franqueza, la duplicidad, la sospecha bélica y la básica hostilidad de propósitos) hasta que la naturaleza interna del poder soviético cambie”. Más adelante, Kennan suelta en su informe redactado en 1946 una predicción que no ha perdido vigencia alguna: “Estos fenómenos han venido para quedarse en el futuro previsible”.
¿Habrá que decir algo parecido de Cuba? Las élites circulantes cubanas se contaminaron con “las fuentes de la conducta soviética”, encontrando en ellas una justificación intelectual más elevada para dar carácter permanente a su política de represión y conquista. Ya toca el turno a Venezuela, más adelante podría ser Colombia, y así como una plaga que se extiende por terreno fértil entre gente sin educación, alimento, techo y salud los males sobrevienen por partida doble. Le bastaría a Ortega cambiar el nombre de los Gracos en Roma por el de los Castro en Latinoamérica. “Cabezas confusas de revolucionarios que no saben bien lo que quieren ni lo que no quieren, los Gracos desencadenan la tempestad y Roma no vuelve nunca a estar tranquila”. Muy trastornada de mente y espíritu debe andar toda una región “cuando la masa emprende constantes acciones irracionales en contra de su propio bienestar y en beneficio de las élites”, como afirma Pareto. Quizás ya va siendo hora de que empecemos a hablar de una Hispanoamérica Invertebrada.
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