Fulgores de Fulgencio (IX)
Noveno de una serie
Por Alejandro González Acosta
Ciudad de México
02/01/2018
Ensueños fuisteis de la patria mía… Apuntes de exégesis himnológica
En una pieza hoy algo olvidada, se resume todo lo que se esperó, y es también la síntesis de todo lo que no se logró. Y no es un texto del “enemigo”, sino el propio canto del vencedor: la Marcha del 26 de Julio, con letra y música de Agustín Díaz Cartaya (Marianao, 1929).
Himno del 26 de julio (Letra original)
Marchando, vamos hacia un ideal
sabiendo que hemos de triunfar
en aras de paz y prosperidad
lucharemos todos por la libertad.
Adelante cubanos
que Cuba premiará nuestro heroísmo
pues somos soldados
que vamos a la Patria liberar
limpiando con fuego
que arrase con esta plaga infernal
de gobernantes indeseables
y de tiranos insaciables
que a Cuba han hundido en el Mal.
La sangre que en Oriente se derramó
nosotros no debemos olvidar,
por eso unidos hemos de estar
recordando a aquellos que muertos están.
La muerte es victoria y gloria que al fin
la historia por siempre recordará
la antorcha que airosa alumbrando va
nuestros ideales por la Libertad.
El pueblo de Cuba...
sumido en su dolor se siente herido
y se ha decidido...
hallar sin tregua una solución
que sirva de ejemplo
a ésos que no tienen compasión
y arriesgaremos decididos
por esa causa hasta la vida
¡que viva la Revolución!
Igual que con el “discurso” de La historia me absolverá, ha sido editado: aparte del cambio —entendible— de “Oriente” por “Cuba” en el primer verso de la tercera estrofa, y un “debemos” por un “hemos” en la misma (cambio infeliz, porque se repite en el siguiente verso; así, pues, está mejor en la versión original), es llamativo que se le despojó de toda una estrofa:
La muerte es victoria y gloria que al fin
la historia por siempre recordará.
La antorcha que airosa alumbrando va
nuestros ideales por la Libertad.
Significativamente, era la estrofa donde más se enfatizaba el concepto de Libertad, el cual sería el primero que suprimiría el líder triunfante. Detrás irían la Paz y la Prosperidad, en el progresivo camino de decadencia y desintegración que llega hasta hoy. El “ideal” (de Castro, por supuesto), desconocía la Libertad y suprimía la Paz, por un permanente estado de guerra contra su propio pueblo y cualquier otro, y postergaba la Prosperidad como un vicio burgués, indigno de ser considerado por un austero y sufrido revolucionario incondicional. Hay algo obsesivamente tanático en este canto, una Oda a la Muerte, como aquellos que pocos años antes en España gritaron el formidable oxímoron: ¡Que viva la muerte!
Se entiende perfectamente que el régimen no quiera recordar demasiado este himno, que en su momento fue una movilizadora llamada cívica. Quizá prefieren que lo olviden, porque lo que fue canto de esperanza y combate se convierte en baldón, en el testimonio doloroso de una traición completa y cruelmente reiterada hasta el día de hoy.
Todo el programa revolucionario se sintetizaba en un propósito: “en aras de paz y prosperidad”. Pero ¿qué paz hay en Cuba hoy cuando desde hace 60 años un gobierno impuesto se mantiene en guerra permanente contra su pueblo? ¿De qué prosperidad puede hablarse cuando después de seis décadas de tiranía, la situación material de Cuba es la peor de toda su historia? Si en 1958 Cuba era quizá la segunda o tercera economía en América Latina, hoy sólo compite vergonzosamente el último lugar con el desdichado Haití.
Cuba es un país de himnos… y de rumbas. Compárese el del 26 de Julio con su antecedente inmediato, el del 4 de Septiembre, el de la Revolución de 1933:
Himno del 4 de septiembre
Compañeros: la patria padece
y debemos librarla de penas;
quebrantemos sus duras cadenas
y que goce, por fin, libertad.
Como hijos de Cuba tenemos
el supremo deber de ampararla
y de toda opresión liberarla
como sabe el soldado leal.
Que termine el bregar fratricida
y que Cuba no vierta más llanto;
que su Ejército fiel, entre tanto,
por su vida y honor velará.
Así dijo, en septiembre, un sargento
en la fecha del cuatro glorioso
y, en un gesto viril y grandioso,
el destino de Cuba cambió.
Y hoy su Ejército digno y honrado,
al nimbarla de un halo de gloria,
ha esculpido su nombre en la Historia,
en su página blanca de honor.
Gloria y prez al soldado valiente,
que es orgullo del pueblo cubano,
porque supo con férvida mano
las cadenas de Cuba romper.
Evidentemente, es un canto más institucional, pues apela a un elemento patriótico organizado como ya lo era el Ejército de la República, no al improvisado y manipulable de una horda de “revolucionarios iluminados”. Se exalta al soldado, no al guerrillero; a la autoridad, no al desorden; a la contención responsable, no a las iracundas pasiones desatadas. Nadie asume el papel de juzgar ni condenar más allá de las entidades establecidas. Si el castrista termina exaltando ese concepto abstracto de “revolución”, el otro culmina con la glorificación del pueblo cubano, que está por encima de cualquier invento disociativo. No he podido conocer hasta ahora quién fue el autor de la letra y la música de este himno, pero sin duda ayudaría mucho saberlo para fijar más nítidamente su intención.
Una Nación es la integración armónica de un Territorio, un Estado y una Población. La “revolución” desatada desordena todo esto. Es evidente que ambos himnos representaban visiones distintas y proyectos discrepantes: un Estado omnímodo el primero, centralizado en un proyecto condensado en una persona, y una nación pacífica y laboriosa el otro, también alrededor de una figura de autoridad como garantía de equilibrio y orden.
El “pueblo”, esa masa sin rostro como la definió certeramente José Ortega y Gasset, que bien sabía de manipulaciones, a la que apelan consistentemente todos los demagogos de diverso signo que en el mundo han sido, resultó atraído por la melodía más pegajosa del primero, opuesta a la tonada austera y solemne del otro. La música nos perdió, una vez más: Desde Aé, aé, la chambelona… hasta Cuba sí, Yanquis No, le pusieron fondo musical al drama cubano que es, por tanto, un melodrama, una gran radionovela en las ondas de la historia.
Por su esencia e intención, los himnos pueden ser celebratorios y/o movilizatorios. La Marsellesa puede representar ambas opciones. Sin embargo, el del 26 de Julio no puede ser celebratorio, pues musicaliza una derrota, mientras el del 4 de Septiembre consagra una victoria. Ambos son post facto, pero con resultados opuestos. Al primero lo mueve la venganza y la revancha y traza un sendero de perpetuo sacrificio y dolor; al segundo, el compromiso de esfuerzo y superación que permita una tranquila y contenida existencia en paz. El primero es sacrificial y heroico; el otro, pasiva y sosegadamente burgués.
El primero pretende y promueve que todos sean patriotas sacrificados en el altar de la Patria. El segundo, más modestamente, encarga la tarea de defenderla a los profesionales más capacitados, los militares. Uno condena, el otro compromete. Ambas actitudes republicanas fueron la banda sonora de dos Cubas muy diferentes, opuestas entre ellas, que siguen combatiendo en las páginas de una historia que se escribe día a día.
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