ESTOY IGUALITO. Esteban Fernández: Imposible encontrar una persona que me pueda acusar de: “Tú manifestastes esto públicamente en 1965, y en 2018 dices todo lo contrario”
Por Esteban Fernández
5 de mayo de 2018
Una de las incógnitas mayores en mi vida es mi falta absoluta de cambios. Mi vida es una constante desde que tengo uso de razón. El enigma radica en que nunca he llegado a la conclusión de que si eso es bueno o malo.
Para unos es una virtud que nunca me contradiga, que me mantenga firme en convicciones que nacen en mí desde hace más de 60 años. Imposible es encontrar una persona que me pueda acusar de: “Tú manifestastes esto públicamente en 1965, y en 2018 dices todo lo contrario”. Conmigo no hay “palo pa’rumba”.
Lo que para mí era malo o indecente cuando tenía 15 años sigue siendo malo e indecente en la actualidad. Me interesa tres pepinos que las cosas hayan cambiado y avanzado radicalmente y que hasta las leyes y la sociedad acepten como normales las cosas que cuando yo era un muchacho mis padres me inculcaron que eran depravaciones humanas.
Otros consideran que es un defecto de mi parte. Mi gran amigo Milton Sorí se burla de mi diciéndome: “Esteban, yo vivo en el 2018 y tú vives en 1959, y a veces actúas como cuando estábamos en el Kindergarten del Colegio Americano”.
Todas las mujeres que han convivido conmigo por determinado tiempo siempre han coincidido en decirme: “Grow up, tú sigues actuando como si fueras un niño malcriado”.
Políticamente estoy contantemente repitiendo exactamente lo mismo que dije desde el momento en que Fidel Castro instaló una tiranía en nuestro país. Ya es una matraquilla.
Toda persona que me rodea ha notado que mis conversaciones telefónicas con mis íntimos amigos -como Carlos Hurtado, Hugo Byrne, Aldo Rosado- sobre Cuba y sobre la causa cubana son exactamente iguales a las que hablaba con ellos desde hace más de 50 años. Casi son palabras textuales.
Con la única excepción de que hoy en día estoy tan desesperado por salir del castrismo que aceptaría con beneplácito una invasión norteamericana a Cuba. Antiguamente consideraba, y lo pregonaba, que nosotros íbamos a resolver el problema.
Lo que para mí era una inmoralidad cuando tenía 10 años sigue siendo una aberración al escribir estas líneas. Moralmente soy inflexible. Puede la humanidad en pleno desmoralizarse y yo me mantengo estacando y firme con mis creencias que algunas provienen hasta del siglo 18.
Voy al “Toys R Us” con mis nietos, y al regresar mis hijas se ríen diciéndome: “Papi, tu no cambias, de nuevo estás comprando juguetes para ti”.
Sigo con las mismas preferencias en la música, la comida, mi indumentaria, mis programas preferidos de televisión, las películas, y mientras el mundo en pleno cambia y moderniza sus gustos, yo sigo aferrado al son montuno, al tasajo, a la guayabera, al Casino de la Alegría, a La taberna de Pedro el polaco y Jueves de Partagás.
Fiel eternamente al Club Almendares y a los Yanquis de New York, y si a los 20 años ustedes me hubieran preguntado y ahora se interesan de nuevo por saber: ¿Cuál es mi plato preferido? La respuesta hubiera sido exactamente la misma: la paella.
Y si la comida que me sirven no me agrada revivo la solución que le daba mi madre a eso cuando yo tenía cinco años de nacido: resuelvo con un poquito de arroz blanco con dos huevos fritos por encima. Quizás la única diferencia es que ahora no tengo unas gallinas poniendo en el patio.
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