Las benditas redes sociales (V)
Quinta y última parte de este ensayo
Por Alejandro González Acosta
Ciudad de México
06/08/2018
Posible epílogo: Lecciones de la historia
El sorprendente triunfo masivo de AMLO en estas elecciones —que sospecho lo sorprendió a él mismo, y hasta de forma perturbadora, pues ahora tendrá que cumplir las abundantes y disparatadas promesas que hizo— ha querido ser interpretado por muchos no tanto como un voto a su favor, sino en contra de todo un sistema de partidos y por una incómoda situación nacional. El nivel de expectativa es tan alto que resulta vertiginoso. Y su capacidad de cumplir con ese nivel hipertrofiado resulta, en el mejor de los casos, dudoso.
La historia latinoamericana ilustra casos de políticos populistas que generosa e irresponsablemente prometieron todo y al no poderlo cumplir, en algunos casos tomaron la terrible decisión de pagar sus palabras con su vida. El 24 de agosto de 1954 el presidente brasileño Getulio Vargas se descargaba sobre su pijama un balazo en el pecho, por la vergüenza de no haber cumplido con sus electores. “Les he dado ya todo y me piden más, así que ya sólo puedo darles mi vida”, comentó con sus allegados. Unos años antes, en Cuba, el pundonoroso jurista y alcalde habanero Manuel Fernández Supervielle, en 1947 había realizado la misma acción suprema, poniendo su sangre como prueba de buena fe. Ambos metieron un pedazo de plomo en sus corazones.
En varias oportunidades, López Obrador amenazó con “soltar al tigre” (o, por lo menos, no impedir que este se soltara) si no le reconocían su triunfo (aún desde antes de las elecciones, que ya daba por ganadas). Aludía a una frase histórica de un predecesor, Don Porfirio Díaz, quien al embarcarse desterrado hacia Europa pidió que le dieran un mensaje al neófito presidente mexicano Francisco I. Madero: “Dígale a Panchito que ahí le encargo el tigre…” Pero “el tigre” de Don Porfirio es otro en la actualidad. No es aquel “tigre de papel” con que bautizó Mao Tse Tung al imperialismo, sino ese tigre que se revuelve furioso en los rincones de la “Corte de los Milagros”. El auténtico tigre que deberá enfrentar López será el de sus propios seguidores, cuando no les pueda cumplir sus promesas de inmediato y a su entera y total satisfacción. Realmente, la verdadera “mafia del poder” a la que siempre aludió insistentemente está entre esos fanáticos ignorantes de sus seguidores a ultranza, que serán los primeros y quienes más agresivamente le reclamarán el cumplimiento de sus fantásticas promesas.
La sorprendente resolución de las elecciones mexicanas quizá haya que buscarla en algunos contrastes, tan ilustrativos como enigmáticos. México, según la encuesta (20.200 entrevistas en 18 países) más reciente (marzo de 2018) que la Corporación Latinobarómetro (con sede en Santiago de Chile) realiza desde 1996 (www.latinobarometro.org), es el país del continente donde es menor apreciada la democracia —realmente inaugurada apenas a partir de la “transición” de 2000, si se quiere, con un antecedente gestacional desde 1994— y al mismo tiempo que sus ciudadanos se manifiestan escépticos, molestos y hasta opuestos al ideal democrático, eso mismos encuestados iracundos y atribulados, se declaran en una encuesta del Reporte de la Felicidad de la Red para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, como el segundo más feliz de América Latina, después de Costa Rica, y por encima de Chile, Brasil y Argentina. Al unísono, la OCDE reporta a México entre “los más felices” de los 20 países que integran esa asociación de las economías más desarrolladas. México ocupa también el último lugar en la escala de apreciación de un concepto un poco impreciso llamado “democracia churchilliana”, que al parecer se establece por contraste con las otras formas de gobierno, siendo la democracia “la menos mala de todas”. En 2017 México en esta encuesta ocupó el quinto de los últimos lugares con un 18 % de aceptación y aprobación, cuando el promedio latinoamericano fue de 30 %; todo esto, en contraste con los indicadores económicos y sociales de signo favorable mucho mejor que el de otros países de la zona. Creció en México un “no aprecio de la democracia” o para decirlo más claro, un desprecio por la misma, como parte también de un deterioro sistemático y creciente del término en la región.
Si todo esto no es sorprendente, habrá que buscar entonces una explicación psiquiátrica. Pero en las ciencias sociales y sus actores, los llamados “cientistas”, todos estos fenómenos tienen cabida y a la larga justificación, aunque sea a posteriori. Esos datos evidencian un problema de percepciones contradictorias, que se insertan en un fenómeno calificado como “democracia diabética”. Este panorama del perfil esquizofrénico de una sociedad en un momento determinado de su vida, puede aportar argumentos para entender qué pasó en las elecciones mexicanas. Es algo así como la disociación entre dos mundos totalmente diferentes, para un resultado bipolar en esta cadena de contradicciones, y la formación de una formidable paradoja: hay algo muy turbio en México.
¿Cómo compaginar ambos retratos sociales? Si los individuos son susceptibles de ser estudiados y tratados por psicoanalistas, la formidable paradoja mexicana actual requiere de un gigantesco psiquiatra que explique –y medique- esa disociación espectacular que los pinta, al mismo tiempo, como los más insatisfechos y los más felices. Quizá en el fondo de todo esto prevalece un fenómeno de percepción difícilmente explicable por las leyes de la lógica y los principios de la sociología. Es, en el mejor caso, un país profundamente enfermo. Y cuando esto acontece, no faltarán los curanderos que propongan la “mágica medicina”, esa milagrosa revolución que lo desordene todo para dejar al final todo igual o peor que antes de ella. La “cuarta transformación” que se ha anunciado quizá tenga mucho que ver con aquella ancestral Leyenda de los Cuatro Soles, que forma parte del imaginario colectivo, donde los hombres terminaron anegados por los dioses, hasta su extinción.
Esas tropas de guerreros virtuales, esos implacables cyberreciarios, herederos putativos de Aretino y Bocaccio, mediocres émulos de Quevedo, Góngora y Gracián, pero sin su talento, arte ni ingenio, fueron decisivos para el triunfo de López Obrador, por lo cual es muy merecido su elogio y reconocimiento, al declarar a los satánicos y escatológicos canales como “las benditas redes”, que nos habrán traído los resplandores de un cuarto sol aniquilador.
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