martes, mayo 21, 2019

Esteban Fernández con humorismo: “¿QUÉ TAL, CÓMO ESTÁS?”

“¿QUÉ TAL, CÓMO ESTÁS?”

 
Por Esteban Fernández
21 de mayo de 2019

 
Los ancianos cubanos (y anciano es todo aquel que es 10 años mayor que uno) no entienden bien que el “¿Cómo estás?” es un saludo de cortesía, y que en realidad no es una pregunta sobre la salud del viejo.

Solamente los que nos quieren mucho, padres, hijos, hermanos, amigos íntimos son los que desean verdaderamente indagar sobre nuestras dolencias y achaques. Los demás solo esperan que les digamos “Bien, gracias” y sanseacabó.

Y mi problema es que yo nunca he aprendido a saludar sin que parezca una pregunta interesado por la salud del saludado.

Después del rutinario “Hola o Hello” siempre añado: “¿Que tal?”, “Hola ¿Cómo estás?” y a veces ni “Hola” digo y voy directo al: “Viejo ¿Qué hubo?”

El simple “¿Qué hubo?” conlleva tener que escuchar un manantial inagotable de información que a veces puede comenzar con una destemplanza cuando tenía 12 años, una sirimba en el parque de Marianao, un patatús en el año 50 tras una derrota del club Almendares,  hasta llegar al “pacemaker” actual.

Hay viejos inteligentes que me advierten al escuchar mi saludo y me responden: “Estebita ¿tú tienes un par de horas para escuchar toda mi hoja clínica actual”. Y ahí me dan el chance de irme por la tangente y responderle: “Oh, no, don Emeterio, ahora no tengo el tiempo que usted se merece de mi parte”. Esa es la forma más elegante de evitar un diluvio irrefrenable de mataduras y dolencias.

Es todo lo contrario con los jóvenes y los niños, a esos podemos hacerles la misma pregunta Y NO SE TRATA DE UN SALUDO sino que estamos interesados verdaderamente en la salud de nuestros descendientes, pero estos siempre nos responden: “Fine, abuelo, estoy bien”. Y eso es todo.

Hasta los doctores que tratan a nuestros viejos siempre están aterrorizados y buscando la forma de saludarlos eludiendo tener que escuchar una cantaleta de “Tengo un jipío desde el año 42, el pescuezo lo tengo jorobado desde que salí del cine Campoamor a las 11 de la noche sin cubrirme la boca y me dio un aíre,  de niño se me abrió la mollera, mira toque aquí para que vea que todavia tengo un chichón”. Entonces el abrumado médico pregunta: “Pero ¿no tiene nada reciente?” y responde “Sí, como no, fui a Miami Beach el mes pasado y me dio un tabardillo, y para mí que tengo la muñeca abierta, pero lo peor es que siempre tengo el cuerpo cortado”.

La buena para calmar mi hipocondría es mi ex esposa Rina que cuando le cuento de alguna dolencia me responde: “Oh, no, ese problema tú lo tienes desde que tenías 20 años, así que no te preocupes que si no te ha matado en 50 años olvídate de eso”. El otro día le dije: “Me está doliendo la espalda” y me respondió: “Sí, te duele desde hace 40 años cuando fuimos a Mazatlán y te tumbó una ola del mar”.

La cosa más absurda del mundo es -para seguirle la corriente- preguntarle a un anciano cubano: “Ruperto ¿cuándo notaste que te comenzó este problema?” y se queda pensativo y nos responde: “Si la memoria no me falla creo que fue durante el Machadato”.

Pero, desgraciadamente, hay momentos en que me doy cuenta que ya comienzo a cancanear y a meter la pata: la semana pasado fui al oculista norteamericano y este me preguntó: “Exactamente ¿Cuándo usted notó que necesitaba lentes?” Sin pensarlo dos veces le dije: “Bueno, mis padres me llevaron a La Habana a ver al famoso oftalmólogo Dr. Alamilla porque parecía que tenía conjuntivitis y este me recetó unos espejuelos, me acuerdo muy bien que fue en marzo del 52 porque Batista había acabado de dar el golpe de estado”. Supongo que pensó que yo no necesitaba un oculista, sino un siquiatra”.