martes, junio 25, 2019

ALGUNOS MITOS RELACIONADOS CON MICHELLE BACHELET Y LAS SUPUESTAS TORTURAS A SU PADRE EL GENERAL ALBERTO PINOCHET Y SU POLÍTICAMENTE MANIPULADA MUERTE




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Tomado de https://www.telesurtv.net

Condenan a coroneles por muerte del padre de Michelle Bachelet

(Fragmento)

Los coroneles en retiro de la FACH, Edgar Cevallos Jones y Ramón Cáceres Jorquera, fueron condenados a cuatro años de prisión por tortura y muerte del general  Alberto Bachelet.
La Corte Suprema chilena confirmó este miércoles la condena de cuatro años de prisión a dos coroneles retirados de la Fuerza Aérea de Chile, como autores de torturas del general Alberto Bachelet, padre de la presidenta Michelle Bachelet.

La sentencia del máximo tribunal ratificó la condena dictada por el ministro  en visita Mario Carroza, juez especial en 2014, estableciendo la muerte por infarto del general Bachelet a causa de las torturas realizadas por los miembros en retiro de la FACH, Edgar Cevallos Jones y Ramón Cáceres Jorquera.

"El informe señala que todos los interrogatorios a los que fue sometido el general Bachelet habían agravado su situación coronaria y probablemente serían la causa de muerte, en 1974", declaró el juez Mario Carroza tras su primera sentencia, que consideró que sus resultados son "concluyentes".

Según el fallo de la Corte Suprema, el general Bachelet no pudo ser atendido oportunamente con los cuidados que la urgencia requería, dada la complejidad del cuadro cardíaco y los escasos medios para asistirlo.

El padre de la mandataria chilena, quien fue interrogado en la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea de Chile, murió a causa de apremios ilegítimos que sufrió tras ser detenido por la dictadura de Augusto Pinochet, acto que coinciden con lo indicado por sus compañeros de armas, arrestados con él tras el juicio de "traición a la Patria", según el informe del Servicio Médico Legal (SML).
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Tomado de https://ciperchile.cl/

 El testimonio de uno de los dos hombres que vio morir al general Bachelet

23.07.2012

Por Mónica González
(Fragmento)

-Capitán, ¿cómo recuerda usted las últimas horas de vida del general Alberto Bachelet, con el que compartió estrechamente mientras ambos estuvieron detenidos en la Cárcel Pública varios meses?

Recuerdo muy bien sus últimas horas de vida. Porque a mi general lo sacaron ese día lunes 11 de marzo de 1974 de la cárcel y se lo llevaron a la Academia de Guerra Aérea (AGA). Fue inesperado, como después de almuerzo, creo, y lo trajeron de regreso como a las 8 ó 9 de la noche. Yo dormía en una cama que llevó la esposa del general Alberto Bachelet, Ángela Jeria, a la cárcel. Ellos eran muy aficionados a salir de camping, y como nosotros estábamos hacinados en una celda en la que a veces había hasta 18 prisioneros, ella llevó dos camas. Armábamos la cama cuando todo el resto ya se había acostado porque no había espacio. Entonces, se acostaban todos y con el general Bachelet después armábamos la cama de él y la mía en el suelo, una junto a la otra. Estaban tan juntas que, a veces, el general se dormía y se le caía el brazo encima de mí. “Mi general, me está despertando”, le decía.

-¿Quiénes estaban en esa celda en la que compartía con el general Bachelet?

La cantidad de presos que estábamos recluidos en la celda 12 de la Cárcel Pública variaba. A veces hasta civiles que llegaban los metían en nuestra celda. La celda, ubicada en una esquina, tenía dos áreas. Recuerdo que en una estaba Rolando Miranda, Patricio Carvacho, el coronel Carlos Ominami, Ernesto Galaz. Y en la otra estaba el general Sergio Poblete como con tres literas encima. Y en el suelo dormíamos el general Bachelet y yo.

(Alberto Bachelet)

-¿Cómo estaba antes de que se lo llevaran a interrogatorio a la AGA?
Normal. Y volvió afectado, muy afectado. Hay una última conversación que no he dicho nunca públicamente. En la noche estábamos todos metidos en la cama…y me hizo un comentario: “Me quieren embarcar en un lío de faldas que ojalá no lo sepa la Ángela, porque tú sabes como es esta gente. Yo tuve un problema y lo están armando en este momento; y tal como lo están haciendo, será muy difícil para mí rebatirlo. Y lo más probable es que se lo van a decir a ella”. (En documentos judiciales hay testimonios que indican que el general Bachelet escucha en ese último interrogatorio los gritos de una mujer a la que quieren que confiese una vinculación con él). La verdad es que por pudor no quise preguntarle nada más. Así era el trato que teníamos los oficiales con un general… Le pedí que no se preocupara, que ellos habían demostrado no tener límites, que quizás qué otras cosas le van a inventar… “Ya”, me dijo, “mañana conversamos”. Pero lo vi tan afectado que incluso decidí tomarle el pulso. Eso fue lo último que conversamos esa noche…

-¿Era frecuente que los oficiales que estaban en esa celda con usted contaran lo que ocurrió en el interrogatorio cuando regresaban de la AGA?

No, no era lo habitual. De hecho, fue la primera vez que el general Bachelet dijo algo. Nadie contaba nada porque, por razones obvias, nadie quería escuchar tampoco. Sobre las torturas no había forma de esconder lo que había pasado, porque llegaban con marcas, marcas rojas. Nosotros decíamos que volvían con “pulseras”, porque cuando nos aplicaban los choques eléctricos tú te estirabas y en tu piel se enterraban los alambres que te ponían en las muñecas. Eran tirantes de paracaídas que usaban para eso. Yo no creo que al general Bachelet lo torturaran físicamente, pero sí sicológicamente con las historias que le empezaron a inventar de platas y mujeres. Y eso lo tenía realmente muy afectado la noche antes de que falleciera.

-¿Qué pasó a la mañana siguiente?

Esa mañana, el general Bachelet y yo estábamos de turno para el lavado de las cosas del desayuno. Y la gente se ha olvidado que precisamente esa mañana fueron a la cárcel el capellán Gilmoure y el capellán de la cárcel a hacer una misa. La hicieron en el patio donde nosotros estábamos. El general Bachelet no fue a la misa, era masón, y nos quedamos los dos en la celda mientras el resto se fue a la misa, porque yo estaba haciendo el desayuno y él estaba lavando la vajilla. Y en un momento él me dijo: “Flaco, me siento mal”. “Mi general, recuéstese en la cama de mi general Sergio Poblete”, le dije. Porque ésa era la primera litera de la celda. Se recostó y me dijo: “Pásame la trinitina”. Yo le pasé las tabletas. Se las echó a la boca y me di cuenta que estaba transpirando mucho. Le tomé el pulso y me di cuenta que estaba fuera de control. Recuerdo que grité y le pedí a no sé quien que trajera al doctor Yáñez (Álvaro Yáñez del Villar), otro de los prisioneros. Apenas entró el doctor Yáñez a la celda lo examinó y de inmediato dijo: “¡Está teniendo un infarto!, ¡ayúdame!”. Entre los dos lo bajamos de la cama y pusimos al general en el suelo. Y el doctor Yáñez se montó encima de él empezando a hacerle masajes cardíacos. Me acuerdo que incluso trató de sacarle la prótesis dental que tenía y no pudo. Entonces Yáñez me dijo: “¡sóplalo!, ¡sóplalo!, ¡hay que hacerle respiración boca a boca!”. Fue muy impresionante porque todo el resto estaba en la misa y la música de fondo eran los cántos de los presos en la misa: “El señor es mi pastor….”. Una cosa muy siniestra. Estábamos en eso cuando de repente entra el alcaide de la cárcel con el practicante:

-¡Qué está pasando aquí! -dice el alcaide haciendo a un lado al doctor Yáñez.

Cuando el practicante se aproxima, Yáñez lo interpela: “¡¿Qué le va a hacer!?”.

-Le voy a poner adrenalina en la boca –responde el practicante.
-¡No sea ignorante! ¡Cómo le va a poner adrenalina a un hombre que está inconsciente! –dice con urgencia Yáñez.
-¡Qué sabe usted! –lo increpó el practicante.
-Yo sí sé lo que le pasa, porque soy médico –dijo Yáñez y volvió a acercarse al general

El alcaide sacó al practicante de la celda y se lo lleva, cerrando la celda. Nos quedamos con Yáñez adentro y a los pocos minutos vuelve el practicante con una camilla, colocan al general Bachelet sobre la camilla y salen.

(Vea el relato del doctor Yáñez a El Mercurio del 13 de agosto 2001: “Me fueron a decir que estaba mal, ‘parece que se va a desmayar’. Hablé con el alcaide: ‘está grave el general Bachelet, hay que llevarlo a una unidad de cuidados intensivos’. Tenía un ataque de arritmia, se estaba colapsando. ‘Por favor, hay que llevarlo.
El Hospital J.J. Aguirre estaba a cinco minutos’. Me dijo que no podía hacerlo: ‘La FACh prohíbe sacar a nadie sin autorización’. ‘Pida la autorización telefónica’. ‘No puedo, tengo que mandar un oficio’. ‘Por favor, se va a morir. Yo lo acompaño. Encadéneme a la camilla’. Había que combatir el colapso.
“No se pudo. ‘Se está desmayando’. No tenía pulso y no respiraba. Comenzamos a hacerle boca a boca y masaje cardíaco. Lo llevamos corriendo a la enfermería. Seguimos en lo mismo. A los 20 minutos vi que no logramos crear pulso y dije está muerto dejémoslo tranquilo. ‘Descansa de toda esta porquería’”).

-Usted y el doctor Yáñez lo vieron morir…

Yo tengo la impresión de que el general Bachelet salió muerto de la celda. Y le voy a decir por qué. Porque cuando lo subieron a la camilla, se le soltaron los esfínteres. Yo lo vi. Para no olvidar esos momentos… Y cuando lo hablé con mi mujer, que es enfermera, me dijo que eso pasa cuando una persona se muere. A mi general se lo llevaron a la enfermería y eso es lo que sé, porque nunca más lo vi. Han salido muchas versiones. Muchos han querido ser el último que tuvo a Bachelet en sus brazos, pero la verdad es que sólo estábamos el doctor Yáñez y yo. Nadie más. Excepto el momento en que entra el alcaide con el practicante. La otra mentira que se ha dicho es que el general Bachelet había estado jugando básquetbol en la mañana. ¡Mentira! Porque ese día, por la misa, no se jugó básquetbol. Y a ella concurrieron los uniformados que estábamos presos y también fueron civiles presos.

-¿Los interrogadores eran los mismos

Sí, Edgar Ceballos, Ramón Cáceres y Víctor Mattig, los principales. Creo que a Bachelet lo interrogaba también el fiscal Orlando Gutiérrez.
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Tomado de https://gatopardo.com/

Las heridas de Michelle Bachelet

(Fragmento)

En la mañana del martes 11 de septiembre de 1973 en que el presidente Allende muere, el padre de Michelle es encañonado, detenido y maniatado por sus propios camaradas de la Fuerza Aérea. Pero ella aún no lo sabe. Alberto Bachelet permanece incomunicado hasta la tarde. Cuando lo liberan, entrega su carta de renuncia. Es un oficial “constitucionalista” y nada tiene que hacer en un régimen dictatorial. Cree que, en el peor de los casos, van a relegarlo. Pero dos días después vuelven a detenerlo. Michelle Bachelet será testigo de cómo la “familia aérea” va a darles la espalda y de cómo los viejos compañeros van a traicionarlo. Lo más siniestro es que el comandante en jefe de la institución, Gustavo Leigh, uno de los líderes del golpe y miembro de la Junta Militar, el “tío” Gustavo, como solía llamarlo ella, le da la espalda a quien era su amigo. No intercede por él y nunca más vuelve a tener relación con la familia.

(Michelle Bachelet en la Alemania comunista en 1975)

Después de un mes incomunicado, y tras sufrir un infarto, Alberto Bachelet es enviado a su casa bajo arresto domiciliario. Por esos días, la familia analiza dejar el país. Hay una oferta concreta: el régimen de Juan Velasco Alvarado —un dictador progresista que gobierna Perú desde 1968— ha ofrecido recibirlos en Lima. Pero Alberto Bachelet tiene dudas. Irse de Chile sería aceptar que es culpable. “Soy inocente y preferiría quedarme aquí para demostrarlo. Pero si me voy, quiero saber si tú vas conmigo”, le dice a su hija. “No, papá, yo me quedo… tengo cosas que hacer acá”, responde ella.

Michelle no ha dejado sus actividades partidarias. Aunque se ha deshecho de las huellas que pueden delatar su militancia (afiches, cancioneros, libros, documentos); aunque ha cambiado sus jeans por faldas para verse más formal, y aunque la camisa verde olivo característica de la Juventud Socialista ha quedado escondida en el fondo de un baúl, sigue militando en la clandestinidad. Su padre no pregunta, pero lo entiende. “No se habla más del tema. Nos quedamos. No te voy a dejar sola”, le dice.

El 18 de diciembre de 1973, el general Bachelet vuelve a ser detenido. Es sometido a interrogatorios y torturas. El 12 de marzo de 1974 muere de un infarto. A Michelle Bachelet la rondarán por siempre las dudas sobre si debió haber aceptado exiliarse con sus padres en Perú.

—Claro que me he preguntado si quizás estaría vivo si yo hubiera decidido irme. Pero, por otro lado, mi papá entendía mi posición. Entendía que irse era dar pábulo a las mentiras que se decían de él. Y él también quería defender su honor, su verdad.

Un año después, en enero de 1975, dos agentes de la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina), la sanguinaria policía secreta de Pinochet, golpean con vehemencia la puerta del departamento en que viven Michelle y su madre. Entran, les hacen preguntas, registran el lugar. Suena el teléfono: es Jaime López, uno de los más altos dirigentes de lo que queda en pie del Partido Socialista. Jaime tiene 25 años y es el novio de Michelle. “Mi amiga Dinamarca me invitó a tomar té”, le dice ella en código. López comprende de inmediato que está siendo detenida. A ambas mujeres las suben a una camioneta y les vendan los ojos. Las trasladan a Villa Grimaldi, uno de los centros clandestinos de detención y tortura más temidos. Al llegar, las amarran a un par de sillas. No pueden hablar. Cuando ya es de noche las interrogan sobre sus actividades políticas. Después de eso, madre e hija no volverán a verse en varios días. Michelle queda encerrada en una pieza con varios camarotes, donde hay otras siete detenidas. Viste sandalias, jeans y una blusa. Justo enfrente está la pieza con la temida “parrilla”, una estructura metálica donde los torturadores aplican descargas eléctricas a los detenidos.

(Imagen tomada de Internet  añadida por el Bloguista de Baracutey Cubano)

A toda hora, Michelle puede oír los alaridos. Día y noche, los agentes se llevan a varias de sus compañeras de la celda para someterlas a la tortura. Ella las cura, a su regreso, con colonia (que alguien ha llevado) y trozos de tela.

Junto al temor de que llegue su turno en la “parrilla”, lo que más la abruma es no saber nada de su madre. Ángela Jeria es sometida a un trato mucho más duro: la golpean, la manosean, la encierran en las llamadas “casas Corvi”, unos minúsculos habitáculos para incomunicar a los detenidos, sin ventilación ni luz, en los que se protege del frío con una frazada que huele a sangre, vómito y orina. Lo único que come en días es un durazno que le da un guardia.

Tras varios días, una voz que se identifica como un efectivo de la Fach se acerca a Michelle para preguntarle si necesita algo. Ella le pide que averigüe si su madre está bien. “Y si tiene puchos (cigarrillos), convídele: debe estar desesperada”, le pide. Poco después, se entera de que su madre está viva. Jeria sigue incomunicada en las “casas Corvi”, pero en ocasiones le dejan la puerta entreabierta. Ve a un hombre vestido de terno gris, gordo, bajo y con los cabellos tiesos, que conversa con uno de los interrogadores de Villa Grimaldi. “A la Bachelet y a la hija hay que soltarlas luego. La Fach me está hueveando mucho, me tienen loco allá fuera”, ordena el tipo rechoncho. Es Manuel Contreras, el Mamo, el jefe de la Dina, uno de los hombres más temidos de la dictadura chilena.

(Ángela Jeria, esposa de Alberto Bachelet y madre de Michelle Bachelet)

Cuando ya lleva dos semanas detenida, un par de agentes sacan a Michelle de su pieza, le vuelven a cubrir los ojos y la suben a un vehículo. Al rato descubre que la prisionera que va al lado es su madre. La toma de la mano. Conversan en voz baja. Creen que van a matarlas. Pero no es así: las trasladan a Cuatro Álamos, otro centro de detención de la Dina. A los cinco días liberan a Michelle, pero su madre tendrá que esperar hasta febrero de 1975, cuando la expulsan del país. Michelle irá con ella. Una tía y su esposo la llevan al aeropuerto. Los captores de Ángela Jeria trasladan a la mujer desde su lugar de reclusión hasta la terminal aérea. Madre e hija se reencuentran recién a bordo de un avión con destino a Australia. Bachelet sostiene hoy que en esos días, con su familia deshecha, aprendió de golpe la fragilidad de la existencia.
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Segunda carta abierta de Roberto Ampuero a la Presidenta Bachelet


Por Roberto Ampuero

Excelentísima Presidenta:

En la carta pública que le dirigí a Ud. por este medio antes que iniciara su periplo a La Habana, le advertí que cuando un demócrata abraza a un tirano, el demócrata siempre termina con el poncho manchado. Es lamentable para la imagen de nuestro país que Ud., máximo representante de la nación, en Cuba haya terminado efectivamente con su traje manchado y sufrido una afrenta de parte de Fidel Castro que pasará a encabezar la sección "bochornos presidenciales" del libro de Guinness.

El papelazo que el oficialmente "máximo líder de la revolución" la hizo pasar con el tema de la salida al mar para Bolivia me embarga de profunda frustración, pero no me sorprende. Se lo digo porque yo conocí el sistema y la forma en que Fidel Castro maneja la isla. Viví allá y conocí el socialismo real desde la perspectiva de la nomenklatura y como joven sin techo ni libreta de racionamiento. Su visita me sugiere a mí que Ud. nunca entendió lo que era el socialismo real, menos el cubano. De haberlo hecho, Ud. debió haber sabido dos cosas esenciales antes de aterrizar en la isla. Una, que el régimen cubano odia a Chile por su historia y porque es modelo esperanzador que proyecta en el mundo por su recuperación de la democracia y logros económicos. Otra, que Fidel Castro sólo respeta a quien no se pliega a sus dictados, a quien osa oponerse a él; que el resto no cuenta para él, pues son sólo o sus compañeros de ruta o bien despreciables subordinados. Es la lógica propia de todo dictador.

Por esto sentí vergüenza ajena cuando este jueves la vi salir trotando, emocionada, olvidando el homenaje a Salvador Allende y a la colonia chilena allí reunida, porque Fidel Castro -que en estos meses no debe tener mucha agenda, que digamos- la había mandado a buscar para que se apersonara en una de sus residencias. Nunca imaginé que iba a ver a un Mandatario chileno corriendo enfervorizado y agitado por ver a un dictador. Le confieso que hubiese esperado, por respeto al cargo que usted ejerce, una actitud de estadista, más decorosa, quizás pausada y acorde con su investidura. No era además que Ud. estuviese atrasada, porque el encuentro estaba pactado para el día siguiente. Y fue así como Ud. dejó la ceremonia como si se hubiese producido una tragedia en Chile o hubiesen detectado una bomba en el sitio, sin explicar siquiera a los compatriotas por qué salía con tanta premura. También sorprende que Ud. se haya subido a la caravana del Presidente anfitrión, zafándose de su propia seguridad, y haya permanecido por hora y media, ingenuamente e inundada de admiración, en un lugar secreto con el hombre que después le clavó el puñal por la espalda con la declaración sobre Bolivia.

Usted debiera saber, Presidenta, que cada uno de sus gestos, así como su trotecito y semblante emocionado por la perspectiva de ver al líder quedaron registrados para los funcionarios cubanos y fueron útiles a la hora de calibrar su estado de ánimo. Como Fidel Castro ya tenía conocimiento de su obsesivo interés por verlo a la hora que él dispusiera y se enteró después de su ansiedad gracias a su, a mi juicio, poca presidencial retirada del homenaje a Allende, se la echó en el bolsillo de la forma en que todos vimos con azoro. Ud. olvidó que él lleva 50 años en el poder, y para eso hay que ser además astuto. Lo inquietante es que las reflexiones de ayer de Castro demuestran que a Ud. ya la ve como un cadáver político. La sacrifica sin asco y revela al mundo la sensible conversación que Uds. habían sostenido, y que Ud. había callado ante los chilenos. Él no cree en la Concertación, Presidenta; su alternativa para Cuba y el mundo es otra. Ahora Ud. lo sabe. De pasadita, seguramente tras impartirle una cátedra de 90 minutos sobre la industria vitivinícola y el cobre chilenos, se sentó en nuestra historia, ridiculizó a nuestros héroes y sembró la cizaña en Chile nuevamente. ¿Le sorprende? A mí no. Yo viví en ese sistema, lo conozco y lo temo.

Ahora me queda claro, gracias a las reflexiones del comandante, que Ud. ni mencionó el tema de los derechos humanos en la isla, pero sí tuvo Ud. que escuchar su perorata antichilena y pro boliviana. Permítame señalarle el otro asunto que sé por mi experiencia en la isla: para los Castro, Chile es un país insoportable porque transitó de una dictadura a una democracia con estabilidad y prosperidad, y es hoy el gran símbolo -no Cuba- de la esperanza de libertad y prosperidad de millones en el mundo del Sur. En 1973, Chile y Cuba tenían exportaciones similares, Cuba estaba en el auge de la exportación de guerrillas y Chile enfrentó una crisis que lo condujo a una dictadura. Hoy las diferencias son evidentes. Cuba hoy ya no es ejemplo ni símbolo de nada positivo. Chile sí lo es. Y eso es una espina diaria para los Castro. Ellos, que sí necesitan inversiones de Chile, no le perdonan a la izquierda, Ud. incluida, que haya co-administrado por casi 20 años un modelo neoliberal que nació de Augusto Pinochet, el peor enemigo de Castro en el continente, odio por cierto mutuo entre dos dictadores de signo diferente. Que Fidel Castro no sólo le diera una mano en La Habana, sino también esa sorpresa, era imaginable. Entre lo que representa Ud., una izquierda de corte neoliberal en los hechos, aunque de corte revolucionario en la retórica, y el Evo Morales de una Bolivia indígena y pobre, subvencionada por Hugo Chávez, para Castro no hay dónde perderse.

Y el jueves por la noche, Presidenta, cuando Ud. aún ignoraba la sorpresa que Fidel Castro le preparaba, se dejó fotografiar en la Feria del Libro habanera con un Raúl Castro que sostiene mi novela, "Nuestros años verde olivo", en sus manos. Esto fue posible porque un stand chileno se atrevió a llevar copias de ese libro censurado en Cuba. En otra "jugadita" castrista, la Presidenta chilena contribuye a crear la imagen de que mi novela -así como las de centenares de autores cubanos y de la cultura mundial hoy censuradas en esa isla- puede circular libremente en Cuba. Usted, que conoció Alemania Oriental y otros países comunistas, sabe bien que allí no circulan libros críticos al régimen.

Pero lo que son las cosas, Presidenta: ahora también Ud. enfrenta una situación difícil con la sorpresa que le deparó Fidel Castro y, al igual que yo, saboreará lo que es una dictadura. Nada de lo que Ud. diga con respecto a la forma en que le mancharon el traje, ni siquiera su rostro decepcionado ni el debate que estalló en Chile, aparecerán en medio cubano alguno. Pero tal vez un día, cuando haya democracia en Cuba, yo podré ir a la Feria del Libro de La Habana a presentar esa novela hoy censurada en la isla y revelar cómo Fidel Castro violó el acuerdo de que la conversación con Ud. sería privada, y la zambulló de lleno en el peor bochorno presidencial de estos últimos veinte años.

Es increíble, señora Presidenta, que Fidel Castro le haya enrostrado a Ud. una supuesta injusticia ocurrida hace 130 años, y Ud. no fuese capaz de enrostrarle una injusticia que ocurre ante sus ojo
s.

El Mercurio,15 Feb 2009
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Carlos Alberto Montaner sobre la visita de Michelle Bachelet a Venezuela


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