La lógica perversa
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Conan Doyle nos enseñó que “una cadena de inferencias puede ser lógica, pero no ser cierta”
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Por Alejandro González Acosta
Ciudad de México
28/01/2020
La lógica, se sabe, “es la ciencia formal y rama tanto de la filosofía como de las matemáticas, que estudia los principios de la demostración y la inferencia válida, las falacias, las paradojas y la noción de verdad”. Por su lado, “el método lógico es el razonamiento en el que las ideas o la sucesión de los hechos se manifiestan y desarrollan de forma coherente y sin que haya contradicción entre ella”.
Es todo bastante claro y razonable, pero en Cuba no funciona así, desde hace mucho tiempo. Y para demostrarlo van tres anécdotas:
En el periódico Granma hace muchos años atrapó mi atención un gran titular desplegado a ocho columnas: “Inaugurada en Holguín la mayor micro-presa del mundo”. ¡La mayor micro-presa! Podría haberse titulado también: “Inaugurada en Holguín la menor macro-presa del mundo” pero no, eso no estaría de acuerdo con el pensamiento majestuoso y monumental de una revolución “hecha por los humildes para los humildes”. Todo lo relacionado con ella tenía que ser lo mayor, aunque fuera dentro de la categoría de lo menor. Eso se correspondería con la torcida mentalidad de su Gran Timonel, que siempre vio todo en términos de grandiosidad faraónica, desbordada e incontenible, a su escala de cíclope desaforado, de elefante espantado dentro de una cristalería.
(Barbería en Cuba)
Otra historia: en los remotos años 70 del siglo pasado, se procedió a una reorganización más dentro del tupido aparato de la burocracia revolucionaria. Brotaron como hongos las nuevas “empresas consolidadas”; hubo empresas consolidadas para todos los gustos: del calzado, de utensilios domésticos, de taxis… Pero cuando quisieron nombrar aquella empresa que agruparía a todas las barberías, peluquerías y conexas, enfrentaron una gran duda existencial y metafísica (como dijo uno de sus clásicos): hilaron fino, aplicando con fidelidad y ortodoxia el materialismo dialéctico e histórico y el concepto de “trabajo” marxista y leninista. Alguna mente brillante de resplandor cegador y con un temible nivel de decisión, tuvo la peregrina idea que como “el producto es el resultado de la transformación permanente debido al trabajo humano”, entonces, la entidad que agruparía el conjunto de peluquerías, barberías y manicures debía llamarse Empresa Consolidada de Servicios Improductivos… porque, lamentablemente, el pelo y las uñas vuelven a crecer: ergo, no hay producto. Para que hubiera realmente producto, los cabellos y las uñas debían ser extirpados y sin ningún crecimiento posterior: definitivo. Recuerdo que esto fue hasta tema de un acalorado debate en la prensa…
La tercera y última. No diré el nombre de la persona involucrada porque es un querido amigo desde la infancia, quien alcanzó un alto cargo en la estructura político-docente de la Universidad de La Habana hace muchos años. Además, el asunto es de una ingenuidad y sinceridad que desarman. Hace ya demasiado tiempo me mostró alborozado el programa para la enseñanza del marxismo-leninismo en la Universidad de La Habana, que había concebido “desde un concepto novedoso y revolucionario”. El programa estaba dividido en dos semestres: Filosofía Marxista y Filosofía Pre-Marxista. La marxista incluía, por supuesto, los textos de los fundadores y sus “actualizadores”: Marx, Engels, Lenin, Castro, Mao, Gramsci… Pero el segundo, junto a los nombres de Aristóteles, Platón, Sócrates, Descartes, Kant y varios más, me sorprendí al ver otros como Marcuse y Sartre. Le pregunté al amigo si había asumido un criterio cronológico, lo cual haría imposible que Sartre, nacido un siglo después de Marx, fuera “premarxista”, y él, con total convicción y candor, me explicó que su criterio era ontológico, partiendo de la premisa de que “el marxismo-leninismo es el escalón superior del pensamiento filosófico” y, por tanto, todo lo que no era marxismo, sería indudablemente pre-marxista… Irrebatible.
Recordé entonces a Sir Arthur Conan Doyle, quien nos enseñó, entre otras cosas, que “una cadena de inferencias puede ser lógica, pero no ser cierta”.
Y como este esperpento multiplicado es un fuego que no cesa, hace apenas unos días, el inefable Miguel Díaz-Canel declaró que la base del desarrollo económico de la desdichada isla es “el sector empresarial estatal”, lo cual es un absurdo con una esfericidad perfecta, una idiotez de campeonato, una tontería sublime, pues los empresarios y el Estado son componentes “distintos y diferentes” y “ni son lo mismo ni igual”, porque son excluyentes entre ellos: toda esa retorcida lógica fue para no llamarlos como lo que realmente son: funcionarios, parte de una privilegiada e incompetente burocracia administrativa, y que no tienen ni la más remota idea de lo que es una empresa.
Visto todo lo anterior, estaremos de acuerdo en que el inolvidable Héctor Zumbado, nunca de triste memoria sino todo lo contrario, fue mucho más que un humorista en la plantación castrista: resultó un escritor costumbrista para la Cuba surrealista que nos ha tocado vivir durante más de sesenta años. Con semejantes barbaridades expuestas, ampliando a Manuel Navarro Luna, “no os asombréis de nada: estáis en Cuba”.
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