“EL PAJARITO” Y MIS DESCUBRIMIENTOS INICIALES
Por Esteban Fernández
11 de febrero 2011
Descubrí que si me excedía en pedierle dinero a mi padre me iba a decir: “Muchacho, me cuestas mas que si tuviera un hijo bobo estudiando ballet en Francia”.
Nunca me metieron miedo con “el coco”, ni con el fantasma, ni con el ogro, mi temor inicial en la vida era con el “pajarito”. El “pajarito” era terrible, era un chismoso, un chivato, que le contaba a mi madre (o le inventaba) cualquier error o secreto de mi parte.
Yo detestaba al “pajarito”, y ya ni preguntar tenía para saber quién me había delatado: el dichoso pajarito. “Esteban de Jesús, ya me enteré que fuiste al Mayabeque a bañarte escondido y sin nuestro permiso”. Y ya sin yo preguntar me decía: “¡Me lo dijo un pajarito!”
De muchacho descubrí usos increíbles para la saliva como que mi madre se humedeciera dos dedos con saliva para tocar una plancha y ver si la estaba caliente, o mi padre para pasar las hojas de un libro … Y yo permitía que un negrito limpiabotas de apellido Nieto me escupiera los zapatos y después le diera cepillo para lograr que brillaran.
Y vi con mis propios ojos que mi madre podía convertir una cucharita en un avioncito que aterrizaba en mi boca con una cucharada de compota.
Aprendí que antes de ir a hacer una visita “me leyeran una cartilla imaginaria” diciéndome cosas como: “Estebita, si se te escapa un simple “coño” no vas a ir al parque Martí a jugar a la quimbumbia en una semana” …
Nunca vi la catibia, pero sabía que “Al colegio no se va a comer catibia”. Nunca vi en Güines a las sirenas cantando, pero me metieron en la cabeza a “No creer en cantos de sirenas”.
Me gustaba el gofio sin embargo todos intentaron quitarme ese gusto diciéndome que no debía ser “un come gofio”.
Me enteré -aunque por la calle Pinillos pasaban cinco o seis carros al día- que debia mirar hacia los dos lado nates de cruzarla.
Creí en eso de que “Al que madruga Dios los ayuda” cuando me encontré un peso en mi camino hacia la escuela a las 7 de la mañana, hasta que tiré un alarde al respeto y un muchachito me dijo: “No me parece, porque uno se despertó antes que tú y perdió ese peso”.
Descubrí que si me portaba mal “No me salvaría ni el médico chino” de unas nalgadas bien dadas. Los muchachos descubrimos “los teléfonos celulares” con dos latas grandes vacías amarradas de un hilo grueso y bien estirado.
Y desde que nací me enteré que en mi entorno me perdonarían todo, hasta ser un asaltador de bancos, lo único imperdonable era SER PESADO.
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