lunes, marzo 29, 2021

Padre Alberto Reyes desde Cuba: A propósito de la Semana Santa

 
Tomado de https://zoepost.com/a-proposito-de-la-semana-santa/

A propósito de la Semana Santa

Por Padre Alberto Reyes

28/03/2021

Nací y crecí en un ambiente cristiano. Durante años creí que era imposible vivir sin Dios, y me preguntaba cómo era posible que alguien viviera sin Dios. Pero un día, cuyas coordenadas no recuerdo, algo me hizo darme cuenta que era posible vivir sin Dios, sustituyéndolo, obviamente, por otros dioses, pero eso no interesa ahora. Comprender que podía vivir sin Dios fue uno de los momentos más importantes de mi vida, porque ese día me dije: “No quiero vivir sin Dios; puedo, pero no quiero”. Y a mi libertad le nacieron alas.

Esta certeza no quita el hecho de que la vida es una apuesta. ¿Existe Dios? No lo sabemos. Nadie puede demostrar su existencia ni su inexistencia. Es el terreno de la fe.

Y yo tengo fe, yo creo. Creo en Dios, y creo que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre, y creo que murió realmente en una cruz, y creo que resucitó. Creo que la vida que propone da sentido pleno a la existencia, y creo que, pase lo que pase, su promesa es cierta: “Las puertas del abismo no prevalecerán, el mal no tendrá la última palabra”. Ningún mal.

Respeto toda opción diferente y respetable (no todas las opciones humanas son respetables), pero creo que ese hombre muerto en cruz es El Camino, La Verdad y La Vida.

Y desde ahí abro, transito y cierro mis días, desde ahí miro la vida.

Hay, ciertamente, otras miradas que salen de mí y que me turban.

Miro el mal, presente en hombres y mujeres singulares, en organizaciones, en sistemas políticos o ideológicos, y no puedo dejar de admitir que el mal es una gran fuerza, que con el mal se avanza mucho y se logran muchas cosas, y no puedo evitar la sensación de que el mal terminará imponiéndose.

Miro la mentira, la manipulación, el chantaje, el juego sucio, la traición, la doblez, y cómo los que lo usan logran sus premios.

Miro la avaricia, el egoísmo, el ansia desmedida de poseer, y los aplausos, las alabanzas y las envidias de aquellos que se han quedado “por debajo”.

Y miro mi alma, y me doy cuenta de que el mal también me habita, que no estoy hecho de una pasta diferente, y que yo también me he sentido cómodo cenando con el mal.

Pero entonces, algo en mí se rebela, algo que viene de un Cristo en cruz, traicionado, abandonado, torturado hasta lo inimaginable, pero sereno, que escucha y consuela al que con él sufre, que reza por los que lo condenan, que se ocupa de los suyos, y que confía en Aquel a quien siempre llamó “Padre”: “En tus manos Padre…, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Y entonces surge en mí la certeza de que el mal no tendrá la última palabra, de que no terminará imponiéndose, tengo la certeza de que el mal, a la corta o a la larga, caerá; tengo la certeza de que la verdad, la sinceridad, la honestidad, el servicio…, tienen la fuerza de transformar la vida, toda vida.

Ese Cristo en cruz hace brotar lo mejor de mí, y hace que me diga: “Puedo servir al mal, pero no quiero; puedo hacerme cómplice de la oscuridad, pero no quiero; puedo ser instrumento de la mentira, de la opresión, de la manipulación…, pero no quiero”.

Entiendo que enfrentar el mal tiene precios, porque el mal busca imponerse, y no tolera opositores, entiendo que es menos complicado aliarse con el mal que negarse a servirlo, y entiendo que el camino del bien suele ser siempre más largo y más sufrido, y que hay que cuidarse mucho de no contaminarse, de no combatir el mal con el mal, el odio con el odio, la violencia con la violencia. A veces es tan difícil no contaminarse. Pero vuelvo la mirada a mi Cristo en cruz, aparentemente vencido e impotente, y siento por dentro su voz que me dice: “Cree, cree en la fuerza del bien, cree en lo mejor de ti mismo, cree que yo estoy contigo, y no te rindas”.

Y entonces miro al mal, y siento que tengo fuerzas para decir: “Puedo ser tuyo, pero no quiero”.


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