viernes, enero 27, 2023

Julio Orlando Marquez Hidalgo sobre LAS RAZONES DEL ARZOBISPO PRIMADO PEDRO CLARO MEURICE ESTIÚ PARA DECIR LAS PALABRAS DE BIENVENIDA AL PAPA JUAN PABLO II EN SANTIAGO DE CUBA EN ENERO DE 1998


Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Hizo muy bien el Arzobispo Pedro Claro Meurice Estiú  en no darle al arquitecto Orlando Márquez, persona muy cercana al Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alaminos, las palabras de bienvenidas de él al  Papa Juan Pablo II, pues  casi de manera inmediata las conocería los órganos represivos de la tiranía Castrista.

El Arzobispo Pedro Claro Meurice Estiú con sus palabras al Papa rugió ese día cómo bien  le dijo el propio Meurice al Padre José Conrado Rodríguez Alegría cuando se encontraron nuevamente en el Arzobispado de Santiago de Cuba. El Cardenal Ortega y Alaminos  hizo todo lo contrario al darle la bienvenida al Papa Juan Pablo II en  la misa de La Habana con palabras que  echaban  ¨un cubo de agua fría¨  al ambiente que había ¨calentado¨ Monseñor  Meurice. Aún así parte del público reunido en la misa de La Habana  gritamos Libertad, Libertad, Libertad  y coreamos varias veces :  ¨El Papa libre nos quiere a todos libres¨. Yo estuve allí:

Discurso de Pedro Meurice Estiú ante Juan Pablo II en Santiago de Cuba


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Así deben ser los Arzobispos.
Publicado en Baracutey el 26 de julio de 2011
Por Tersites Domilo.

Ha muerto Mons. Pedro Claro Meurice Estiú, Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba, guajiro hosco, por timidez más que por orgullo, y parecía sentirse siempre incómodo cuando estaba en público. Se dice que esa timidez guajira le impidió ser arzobispo de La Habana y cardenal, cosas que un día parecieron estar escritas en su futuro. Me permito adelantar otra teoría. Meurice fue nombrado obispo por Pablo VI el 1 de julio 1967. Al ser ordenado era el obispo más joven del mundo: 35 años. Y era el hombre que Pérez Serantes quiso como sucesor en Santiago. Quien quiera entender la historia de la Iglesia en Cuba en los últimos 50 años debería concentrarse en los casi tres años que median entre el 28 enero 1979 y el 20 nov. 1981. Y Pedro Meurice fue la pieza clave que se decidió el derrotero tras esos treinta meses. El 28 enero 1979, en Puebla, México, Juan Pablo II pronuncia el discurso inaugural de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Allí dijo una frase que repetiría luego muchas veces durante su pontificado: "No me cansaré yo mismo de repetir, en cumplimiento de mi deber de evangelizador, a la humanidad entera: ¡No temáis!" Su discurso puso las cartas sobre la mesa: el Papa consideraba la teología de la liberación como una moda peligrosa y falaz, más que como una legítima tendencia teológica. Para Mons. Francisco Oves, arzobispo de La Habana, el discurso del Papa fue una sentencia. Él había llegado a Puebla a proponer un entendimiento con el marxismo. El obispo cubano partía de la tesis de que el comunismo era indestructible y, por tanto, se debía aprender a convivir con él. El Obispo polaco de Roma partía de la tesis contraria: el comunismo podía -y debía- ser destruido. La historia le dio la razón al polaco. Oves, tras su debacle mexicana, pasaría varios años en las frías bibliotecas vaticanas para ir a carenar a una parroquia de El Paso, Texas, mueriendo el 4 de dic, 1990, con sólo 62 años de edad. Tras meses de ausencia de Mons. Oves, el 20 feb. 1980, como regalo de cumpleaños, Mons. Meurice fue nombrado administrador apostólico de La Habana. Y el 4 abril 1980, comenzó la crisis de la Embajada del Perú, seguida por el éxodo del Mariel y la ola de pogromos organizada por la Seguridad Estado y PC con el fin de aterrorizar a los cientos de miles de ciudadanos que deseaban escapar del "paraíso" socialista.

(Juan Pablo II y Pedro Meurice en Santiago de Cuba; enero 1998)

Meurice fue a ver a José Felipe Carneado, estalinista de pura cepa encargado de "asuntos religiosos" en el CC-PC. Meurice le dijo era inaceptable que el gobierno se comportara como una banda de delincuentes; que aterrorizar, patear y linchar ciudadanos en plena calle por el simple deseo de abandonar el país era inaceptable. Carneado repitió la versión oficial del gobierno: que ninguno de aquellos horrores estaba sucediendo. La desfachatez con que mentía el viejo estalinista hizo explotar a Mons. Meurice, dando un puñetazo en el buró, le gritó: "Coño, tú sabes que es verdad todo lo que te estoy diciendo". Si es cierto ese cuento que escuché hace tiempo, mi teoría es que ese puñetazo y coñazo le costaron a Meurice el arzobispado de La Habana. 

El 1 enero 1981 tenía 16 años, aún recuerdo la homilía de Meurice en la Catedral de La Habana. Después de rememorar el horror del Mariel, se refirió al deseo confeso del gobierno de expulsar a todo aquel no se plegara a sus planes. Dijo "no se hagan ilusiones, hemos estado 500 años en Cuba, y dentro de 500 años seguiremos aquí". Sus homilías en aquella época duraban una hora, y se podía oír una mosca. Nada de lo que decía podía agradar a los mandantes. Meses después, volvió a su arquidiócesis de Santiago. Finalmente, Mons. Jaime Ortega fue nombrado arzobispo de La Habana el 20 nov. 1981

Hoy los medios han recordado las palabras de Meurice ante Juan Pablo II en Stgo. de Cuba el 24 enero 1998: "Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología". Los comunistas suelen ser rencorosos. A Meurice no le perdonaron ese discurso, la gallardía y verdad de ese discurso. Para terminar, cuento una anécdota. Baste decir que quien me la contó tiene por qué saberla y es persona confiable. Poco después de la visita de Juan Pablo II a Cuba, los obispos cubanos acudieron a Roma para la habitual visita ad limina que hacen los obispos cada cinco años. Juan Pablo II fue saludando a los cubanos uno a uno. Al llegar ante Meurice, le tomó las manos, se sonrió y se quedó mirándolo con aquellos implacables ojos polacos. "Pedro Meurice" (le dijo, y se quedó un momento en silencio, apretándole las manos). "¡Así deben ser los arzobispos!". Descanse en paz, Pedro Meurice.
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Tomado de https://www.facebook.com

  LAS RAZONES DEL ARZOBISPO PRIMADO*

Por Julio Orlando Marquez Hidalgo

26 de enero de 2021

Yo había pedido varias veces a monseñor Pedro Meurice copia de sus palabras de saludo al Papa. Le explicaba las razones de entregarlas por anticipado y bajo embargo, como los textos del Papa y los demás obispos que ya teníamos, le hablé de los miles de copias que debíamos hacer la noche anterior a cada celebración, pero me lo negaba una y otra vez. “Se enteran de mis palabras cuando las lea en la misa en Santiago”, me dijo la última vez que le llamé, horas antes de la llegada del Papa a Cuba para su histórica visita.

Al inicio de cada misa yo entregaba a la prensa en el lugar la homilía del Papa y el saludo del obispo local, también entregaba algunas copias a las autoridades presentes y repartía a los sacerdotes, o a cualquier otro asistente, copias sobrantes. Al mismo tiempo se entregaban a la prensa en nuestra oficina en el hotel Habana Libre Tryp. En Santiago de Cuba, la diócesis primada, fue diferente. Cuando los periodistas que trasmitían desde la Plaza Antonio Maceo, y el funcionario gubernamental, me preguntaron por el texto del arzobispo primado, les trasmití su mensaje: se enteran cuando lo lea.

Mientras él leía su discurso de saludo al Papa al inicio de la misa aquella mañana del 24 de enero de 1998, yo comencé el ascenso por un lateral de la plaza hacia el fondo del altar. Al terminar, según el ritual, monseñor Meurice abrazó al Papa y fue a ocupar su lugar. Hice señas como pude a monseñor Santo Gangemi, entonces secretario de la Nunciatura Apostólica, se acercó y le solicité que pidiera al arzobispo sus palabras para pasarla a la prensa. Así obtuve finalmente el conocido texto.

Las personas que trabajaban en nuestra oficina en La Habana me llamaban con insistencia reclamando el discurso. Muchos de los periodistas acreditados pensaban que les ocultábamos intencionalmente el texto y lo reclamaban con vehemencia, algunos hasta con cierta violencia verbal.

Descendí la gran escalinata y caminé, lo más rápido que pude y bajo un sol que quemaba tanto los zapatos como la cabeza, hasta el Hotel Meliá Santiago, donde se ubicaba la sala de prensa para la ocasión. De inmediato envié por fax a La Habana el texto para que lo distribuyeran, y pagué por dos o tres decenas de copias para entregar entre los periodistas que cubrían la misa allí mismo.

Al concluir la celebración, quienes viajábamos de regreso a La Habana nos dirigimos en las guaguas hacia el aeropuerto de Santiago. El Gobierno había habilitado dos aviones para el traslado diario hacia las diócesis. En un avión viajaba el Papa con el séquito y los periodistas acreditados por la Santa Sede; en otro avión las autoridades del Gobierno, los obispos cubanos y otros religiosos invitados por la Conferencia de obispos, el fotógrafo de la Iglesia y el fotógrafo oficial del Gobierno cubano, el reconocido Alberto Korda. Junto a Korda, en el primer asiento inmediato detrás de la cortina que nos separaba de las autoridades, me sentaba yo. Aquel día, al frente del grupo gubernamental iba Raúl Castro.

Por causas que nunca conocí, monseñor Meurice no subió al ómnibus con los demás obispos para ir al aeropuerto. Estábamos todos listos en el avión y el arzobispo no llegaba. El avión con el Papa despegó y nosotros seguíamos esperando. Ya estaba incluso Raúl Castro en su asiento en el avión, y le escuché decir algo así como: “Esperemos al arzobispo de Santiago para salir”. Fue la única voz clara que oí detrás de aquella cortina, donde el silencio se alternaba con algún susurro fugaz. Creo que esperamos más de treinta minutos dentro del avión hasta que finalmente llegó el arzobispo primado. Atravesó la primera parte de la nave, entre los asientos donde se ubicaban los funcionarios gubernamentales. Confiado en mi memoria, me arriesgo a decir que volví a escuchar una vez más a Raúl Castro: “Bueno, llegó el arzobispo. Ya podemos salir”. No percibí ironía ni molestia en su voz, ni expresó frases negativas audibles durante el vuelo. Aunque no suelo especular en lo que pudo ser y no fue, no puedo evitar pensar que, muy probablemente, otro habría ordenado despegar el avión sin el arzobispo. Monseñor Meurice pasó entonces la cortina que separaba los dos espacios y muchos de los obispos y sacerdotes gritaron su nombre y aplaudieron al verlo, mientras él avanzaba y mantenía su rostro inexpresivo y sin decir palabra, hasta el fondo del avión.

El domingo 25 de enero, tras concluir la misa en la Plaza de la Revolución de La Habana, mientras me dirigía en el carro hacia nuestra oficina en el hotel, al pasar frente a la Biblioteca Nacional, una persona que trabajaba entonces en la Conferencia de Obispos y ayudaba ese día en la sacristía habilitada en la Biblioteca, me vio y me detuvo. Me dijo que monseñor Meurice había perdido la guagua -una vez más, pensé- que llevaba a los obispos a un almuerzo en el arzobispado de La Habana con el Papa; también había quedado atrás monseñor Mario Mestril, entonces obispo de Ciego de Ávila. Este último se acomodó en el asiento trasero junto a las dos asistentes que trabajaban conmigo en nuestra oficina de prensa, y el voluminoso arzobispo de Santiago se sentó a mi lado.

La multitud se dispersaba por la ciudad, y en aquel recorrido todos oímos de él su motivación para proclamar aquel discurso al Papa y al mundo. A pesar del respeto que imponía, monseñor Meurice era más bien tímido, prefería estar fuera del foco, activo en la discreción, menos notable que su antecesor Enrique Pérez Serantes, de palabra siempre urgente para el evangelio y las exigencias sociales de cada día.

- ¿Qué piensas de mis palabras de ayer? -preguntó mirando al frente. Como éramos cuatro más en el carro, le pregunté si hablaba conmigo.

- Sí. ¿Qué piensas de lo que dije ayer en la misa de Santiago?

- Bueno, pues hoy está usted en las primeras portadas del mundo y los periodistas han llenado páginas con su discurso.

- No me interesa lo que digan los periodistas, te pregunto a ti. ¿Qué piensas tu?

- Cuando preparábamos la visita -respondí-, nos dijeron desde Roma que toda declaración, mensaje o entrevista de la Iglesia local debía hacerse antes o después de la visita papal. Cuando el Papa llega al lugar para su visita pastoral, es el centro y foco de atención. Nadie más. Hablando en cubano, usted ayer “se robó el show”. Pero si usted, en su conciencia, creyó que debía decirlo, está bien dicho.

Tras una pausa continué:

-No creo que al Gobierno le haya gustado, por supuesto, aunque algunas de las cosas que usted dijo, de algún modo, fueron dichas ya en la carta “El amor todo lo espera”.

Monseñor Meurice esperó unos segundos y dijo con voz suave pero bien audible:

-Lo hice por Pérez Serantes. Se lo debía a monseñor Pérez Serantes. Cuando estaba ya enfermo y cercano a la muerte me dijo: “Muero en silencio, como un perro”.

Por unos minutos no hubo más palabras. Su antecesor y mentor amó a Cuba como el que más, y se entregó en cuerpo y alma al servicio del país según su condición. Pastor celoso de la Iglesia y de su pueblo, monseñor Pérez Serantes no escatimó tiempo ni energía en denunciar o llamar la atención sobre los males que aquejaban a la sociedad, o para alentar lo que estaba bien. Lo hizo en La Habana a inicios del siglo XX cuando era un joven sacerdote interesado en las cuestiones obreras, y lo siguió haciendo después como vicario general en Cienfuegos, como obispo de Camagüey y, finalmente, como arzobispo de Santiago de Cuba. Desde allí, además de su decisiva intervención, en coordinación con el cardenal Manuel Arteaga, para salvar a los sobrevivientes del ataque al cuartel Moncada, entre ellos el mismo Fidel Castro, proclamó numerosos mensajes y cartas pastorales, muchas de clara inspiración social. Lo hizo aún después del triunfo de la Revolución, hasta que ya enfermo y sin fuerzas, se sintió forzado al silencio, mientras su alma gritaba. Según él mismo confesara a su sucesor, como un perro sin fuerzas que intuye y espera la muerte, en silencio...

Antes de llegar al arzobispado tuve tiempo de decirle a monseñor Meurice lo que él ya sabía: “En lo adelante, las cosas para usted y su arquidiócesis, serán más difíciles”. Así fue: más trabas, más negativas, más molestias. Incluso, en ocasiones, se organizó la conga santiaguera, única por su retumbe telúrico, frente a la catedral cuando él oficiaba misa. En 1999 Fidel Castro lo acusó públicamente de conspirar para sabotear la Cumbre Iberoamericana de La Habana de aquel año, a lo cual respondió de inmediato el cardenal Jaime Ortega desmintiéndolo públicamente y dando su apoyo al arzobispo primado.

Durante los años siguientes, dentro y fuera de Cuba, en varias ocasiones monseñor Pedro Meurice se refirió a aquellas palabras suyas y las reacciones que provocaron dentro y fuera de la Iglesia. Sabía que no podía controlar las más variadas interpretaciones que generaron, a favor y en contra. Pero estaba tranquilo.

Pienso que al saldar lo que él consideró su deuda moral con monseñor Pérez Serantes, saldaba también una deuda consigo mismo, la deuda inevitable de quien ha recogido la antorcha, y juntas se convirtieron en las razones que lo motivaron, en conciencia, a decir lo que dijo ante el Papa y ante el mundo. Años antes, se había referido a Pérez Serantes con estas palabras: “¡Qué hombre tan valiente! Sentía que tenía que decir una palabra de aclaración, que emitir un juicio de valor sobre una situación determinada, sobre limitaciones a la libertad o sobre derechos humanos pisoteados, y lo decía libremente, sin necesidad de leer entre líneas. Esa era la expresión de su fidelidad a este pueblo al que le había dado todo, y también de su fidelidad a la Iglesia”.

*Publicado originalmente en mi blog otrapalabra.com.  

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Tomado de https://www.cittanuova.it

Palabras de Mons Pedro Meurice Estiú al darle la bienvenida al Papa Juan Pablo II

"Santísimo Padre: En nombre de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba y de todos los hombres de buena voluntad de estas provincias orientales le doy la más cordial bienvenida. Esta es una tierra indómita y hospitalaria, cuna de libertad y hogar de corazón abierto. Lo recibimos como a un Padre en esta tierra que custodia, con entrañas de dignidad y raíces de cubanía, la campana de la Demajagua y la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. EI calor de Oriente, el alma indomable de Santiago y el amor filial de los católicos de esta diócesis primada proclaman: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 

 Quiero presentarle, Santo Padre, a este pueblo que me ha sido confiado.

Quiero que Su Santidad conozca nuestros logros en educación, salud, deportes…, nuestras grandes potencialidades y virtudes.., los anhelos y las angustias de esta porción del pueblo cubano.

Santidad, éste es un pueblo noble y es también un pueblo que sufre. Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia.

Este es un pueblo que tiene vocación de universalidad y es hacedor de puentes de vecindad y afecto, pero cada vez está más bloqueado por intereses foráneos y padece una cultura del egoísmo debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos.

Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos.

Este es un pueblo que ha luchado largos siglos por la justicia social y ahora se encuentra, al final de una de esas etapas, buscando otra vez como superar las desigualdades y la falta de participación.

Santo Padre: Cuba es un pueblo que tiene una entrañable vocación a la solidaridad, pero a lo largo de su historia, ha visto desarticulado o encallados los espacios de asociación y participación de la sociedad civil, de modo que le presento el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad.

Quiero que sepa, Beatísimo Padre, que toda Cuba ha aprendido a mirar en la pequeñez de la imagen de esta Virgen Bendita, que será coronada hoy por su Santidad, que la grandeza no está en las dimensiones de las cosas y las estructuras sino en la estatura moral del espíritu humano.

Deseo presentar en esta Eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo. Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas década y la cultura con una ideología. Son cubanos que al rechazar todo de una vez sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero. Algunos consideran ésta como una de las causas más profundas del exilio interno y externo.

Santo Padre: Durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación.

Le presentamos la época gloriosa del P. Varela, del Seminario San Carlos en La Habana y de San Antonio María Claret en Santiago, pero también los años oscuros en que, por el desgobierno del patronato la Iglesia fue diezmada a principios del siglo XIX y así atravesó el umbral de esta centuria tratando de recuperarse hasta que, en la década del 50, encontró su máximo esplendor y cubanía. Luego, fruto de la confrontación ideológica con el marxismo-leninismo, estatalmente inducido, volvió a ser empobrecida de medios y agentes de pastoral pero no de mociones del Espíritu como fue el Encuentro Nacional Eclesial Cubano.

Su Santidad encuentra a esta Iglesia en una etapa de franco crecimiento y de sufrida credibilidad que brota de la cruz vivida y compartida. Algunos quizás puedan confundir este despertar religioso con un culto pietista o con una falsa paz interior que escapa del compromiso.

Hay otra realidad que debo presentarle: la nación vive aquí y vive en la diáspora. El cubano sufre, vive y espera aquí y también sufre, vive y espera allá fuera. Somos un único pueblo que, navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad que no será nunca fruto de la uniformidad sino de un alma común y compartida a partir de la diversidad.

Por esos mares vino también esta Virgen, mestiza como nuestro pueblo. Ella es la esperanza de todos los cubanos. Ella es la Madre cuyo manto tiene cobija para todos los cubanos sin distinción de raza, credo, opción política o lugar donde viva.

La Iglesia en América Latina hizo en Puebla la opción por los pobres, y los más pobres entre nosotros son aquellos que no tienen el don preciado de la libertad.

Ore, Santidad, por los enfermos, por los presos, por los ancianos y por los niños.

Santo Padre: Los cubanos suplicamos humildemente a su Santidad que ofrezca sobre el altar, junto al Cordero Inmaculado que se hace para nosotros Pan de Vida, todas estas luchas y azares del pueblo cubano, tejiendo sobre la frente de la Madre del Cielo, esta diadema de realidades, sufrimientos, alegrías y esperanzas, de modo que, al coronar con ella esta imagen de Santa María, la Virgen Madre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cuba llamamos bajo el incomparable titulo de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, la declare como Reina de la República de Cuba.

Así todas las generaciones de cubanos podremos continuar dirigiéndonos a Ella, pero con mayor audacia apostólica y serenidad de espíritu, con las bellas estrofas de su himno: "Y tu Nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tu gracias serán".

Amén.

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1 Comments:

At 10:00 p. m., Anonymous Realpolitik said...

Pero, a pesar de todo, JPII resultó decepcionante con respecto a Cuba. Claro, ya estaba bastante deteriorado, y Cuba no era Polonia, ni los católicos cubanos fueron nunca como los católicos polacos. Ortega, por supuesto, no ayudó nada, ni con JPII ni con sus sucesores. Posiblemente JPII no entendió bien con quién estaba lidiando en Fidel Castro, y se hizo ilusiones que no se ajustaban a la realidad del caso. Pero repito, su gestión fue decepcionante, y la de Benedicto y Bergoglio ni hablar.

 

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