viernes, octubre 13, 2023

Jorge Dávila Miguel: La ira de los Torquemadas callejeros no busca monumentos más justos sino derribar aquellos que no marchan con su ideología. Guillermo Llona: Lo que la Leyenda Negra contra España no cuenta de las Leyes de Indias

 Tomado de https://www.cubaencuentro.com/

Los que decapitan a Colón en EEUU no buscan la justicia

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La ira de los Torquemadas callejeros no busca monumentos más justos sino derribar aquellos que no marchan con su ideología

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Estatua de Cristóbal Colón decapitada.

Por Jorge Dávila Miguel,

Miami

19/08/2020

A Cristóbal Colón no le salieron muy bien las cosas con América. Quería llegar a la India y llegó a las Bahamas. Le otorgaron el gran título de almirante de la Mar Océana y terminó encadenado. Las tierras que descubrió nunca llevaron su nombre sino el de un cartógrafo, y su persona ya era despreciada pocos años después de descubrir el «Nuevo Mundo».

En la convulsa actualidad de Estados Unidos al almirante no le puede ir peor. Le cortan la cabeza a sus monumentos cuando no pueden derribar la estatua entera; y cuando no pueden cortarle la cabeza le llenan las manos y el rostro con sangrienta pintura roja, porque aseguran que representa la sangre indígena vertida durante siglos. El navegante no era en realidad italiano ––porque en aquella época Italia no existía–– y dicen que su verdadero nombre era Cristoffa Corombo, en lengua ligur, porque nació en Génova y esa era la lengua del lugar. Hoy se juzga a un hombre de hace cuatro siglos del que no conocemos bien ni el nombre.

Su gran pecado, y por lo que la reina Isabel la Católica lo mandó a encadenar, fue el abuso contra los indígenas americanos. Hay una cifra: 1.600 indígenas sometidos a la esclavitud por Colón, lo que insultó a la reina. Esa debe de ser la razón por la que los justicieros en las calles estadounidenses quieren desterrarlo de los parques y la historia.

Para cierta opinión popular, América a nadie le debe en particular el descubrimiento. Para ellos, Leif Erikson ya había descubierto América, o el señor Madoc, o un navegante chino. Incluso se habla de una “conexión africana”, precolombina, con el mundo olmeca. Bajo esta narrativa, Colón no sería importante, sino un colonizador, racista y esclavista al que debemos descabezar. Ven ––entendiblemente–– en Colón, el símbolo de la real opresión de una etnia sobre otras ––en este caso los abusos de la europea sobre la indígena americana.

Según esas versiones, los europeos vinieron desde el año 1492 a estropear el paraíso que existía en aquel mundo mesoamericano aún en la edad de piedra, donde no se había descubierto la rueda ni el hierro y la sangre de los esclavos sacrificados bajaba por las escalinatas de varios templos después de que el sacerdote los abría por la ventrecha y le daba un mordisco ritual al corazón.

Un holocausto que intriga es el de Ochpaniztli, a la diosa Toci, que tenía lugar por agosto o septiembre, y en el cual se decapitaba a una mujer por sorpresa y después se la desollaba cuidadosamente para que el sacerdote se vistiera con su piel. Qué trabajo el de aquel sacerdote para cubrirse con el pellejo de la mujer, porque esa era una condición esencial para complacer a Toci.

Así se ve el asunto: Colón y detrás los conquistadores españoles fueron como unos diablos blancos que con su colonizador catolicismo vinieron a estropear las legítimas prácticas culturales y religiosas de las poblaciones autóctonas mesoamericanas. Son alabados los reales avances de la ciencia matemática y astronómica en aztecas y mayas, su numeración dual, su dominio de la medicina natural. Pero no hay reparo a los cuchillos de obsidiana que sacrificaban niños y vestales, no hay reparo para el canibalismo de los mexicas: los prisioneros de guerra que escapaban al sacrificio ritual, se convertían en esclavos. Acorde con los febriles perseguidores de Colón, los restos del Templo Mayor de Tenochtitlán debían ser barridos de faz de la tierra, por los inocentes que fueron sacrificados allí.

Pero no puede, ni debe ser así. Es errado juzgar a una cultura, a un hombre, desde valores de otra época. Ambas están dibujadas en la larga historia del ser humano con sus luces y sus sombras. Con su gloria y su dolor. Con sus particulares relaciones entre este mundo, y el del más allá que concebían, ––para mantener un equilibrio cósmico al que atribuían su equilibrio social–– como es en el caso del ritual a la diosa Toci.

Puede decirse que un hombre fue un criminal y no es justo que su vida se enaltezca en un monumento. ¿Pero con qué mejor monumento sustituirán los “Torquemada del iPhone” al del hombre que esclavizó indios, pero cambió al mundo? ¿Con el de la reina Isabel la Católica que le ordenó tratarlos “muy bien y con cariño”, y que encadenó a Colón por sus abusos? No, porque la ira de los Torquemadas callejeros no busca monumentos más justos sino derribar monumentos que no marchan con su ideología.

Nadie puede conocer el futuro de la historia. Cómo serán las cosas y qué decidirá contar sobre nosotros. Colón nunca pudo haber imaginado una ciudad como Nueva York, con más habitantes que los reinos de Castilla y Aragón. Tampoco que en esa ciudad le erigirían más de un monumento y menos que con rabia algún día vandalizarían uno de ellos. Winston Churchill era renuente a las estatuas. Tal vez por aquello de que solo sirven para que las palomas defequen sobre ellas. Fidel Castro nunca permitió una estatua en vida y las condenó en su testamento político. A Churchill le vandalizaron su única estatua en plaza pública en Londres. Los intolerantes justicieros le gritaban racista al hombre que luchó a brazo partido contra el racismo nazi y lo venció en pro de la democracia y su tolerancia. El peligro es que tolerar la intolerancia termine por permitir que la intolerancia crezca y reine. Ha pasado en otras partes del mundo. ¿Estamos seguros de que no puede pasar en America the Beautiful?

© cubaencuentro.com

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Fray Bartolomé de las Casas: el "apóstol" de los indios. Un fabulador



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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

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Lo que la Leyenda Negra contra España no cuenta de las Leyes de Indias

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El cuerpo de normas que regló la vida en las colonias de América supuso el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos
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Imágenes añadidas al artículo por el Bloguista de Baracutey Cubano


Por Guillermo Llona
03/03/2013

«Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien». Esta es la última voluntad que la Reina Isabel la Católica dirigió a sus súbditos en su testamento. Se trata sin duda de un deseo que choca con la imagen cruel que la Leyenda Negra ha propagado del Imperio español por todo el mundo.

Tal y como defiende Juan Sánchez Galera en su último libro «Vamos a Contar mentiras», y mal que les pese a los seguidores de la propaganda antiespañola, los monarcas hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias a un ejército de maestros y curas. Frente a quienes presentan a los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo como crueles genocidas, el historiador afirma que Leyes de Indias que reglaron la vida en aquellas colonias supusieron el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos.

España consolidó la conquista de América con un ejército de maestros y curasEn 1493 el Papa Alejandro VI reconoce mediante la bula «Inter Caetera» la propiedad de la recién descubierta «terra nullis» (tierra de nadie) a los Reyes Católicos, a condición de que evangelicen a los nuevos súbditos. Pero muy pronto surge un debate en la intelectualidad española, alentado por la misma Corona, acerca de la licitud de obligar a todo el continente a pertenecer a un imperio con el que no había mantenido antes ninguna relación. Los españoles empiezan a hacerse preguntas incómodas. «Se parte completamente de cero con la premisa de establecer unas nuevas normas de convivencia entre los hombres, basadas no ya en lo que se entendía hasta ese momento como cierto en Europa, sino unos valores comunes a todos los hombres de todos los tiempos», explica Sánchez Galera.

Isabel la Católica fue la primera persona que se preocupó por los derechos de los indios: determinó que seguirían siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles y, en el año 1500, dictó un decreto que prohibió la esclavitud. Nace así un nuevo derecho que, en palabras del autor, «reconoce que las libertades de los hombres y de los pueblos son algo inherente a ellos mismos, y que por tanto, les pertenecen por encima de las consideraciones de cualquier príncipe o Papa». Aquellas normas supusieron el punto de partida de la Leyes de Indias.

Más adelante, una junta de la Universidad de Salamanca convocada por el emperador Carlos V en 1540 concluye que «tanto el Rey, como gobernadores y encomenderos, habrían de observar un escrupuloso respeto a la libertad de conciencia de los indios, así como la prohibición expresa de cristianizarlos por la fuerza o en contra de su voluntad», cuenta Sánchez Galera. Con el tiempo se va formando un cuerpo de normas, las Leyes de Indias, que recogen, entre otros, los siguientes derechos para los indios: la prohibición de injuriarlos o maltratarlos, la obligación de pagarles salarios justos, su derecho al descanso dominical, la jornada laboral máxima de ocho horas y un grupo de normas protectoras de su salud, especialmente de la de mujeres y niños.

La esclavitud y las encomiendas

Aunque la Reina Isabel la Católica había prohibido la esclavitud, algunos colonos se ampararon en las encomiendas para sortear las leyes que llegaban desde la España europea y obligar a los indios a realizar trabajos forzados. Con todo, Sánchez Galera defiende la institución: «Los indios, fuera de ser unos desposeídos, son propietarios de pleno derecho de aquellas tierras que trabajan, y del rendimiento de las mismas pagan un tributo o servicio a su encomendero, quien a su vez tiene obligación de protegerlos y cristianizarlos. Como toda institución humana, la encomienda dio lugar a ciertos abusos, y en contados casos, incluso degeneró en una especie de esclavitud encubierta».

Ya en 1518 una ley establece ya «que sólo podrán ser encomendados aquellos indios que no tengan recursos suficientes para ganarse la vida, así como que en el momento en que fuesen capaces de valerse por sí mismos habrían de cesar» en este régimen. De todos modos, Carlos V da una estocada mortal a la institución con sus Leyes Nuevas de 1542, que limitan sobremanera las situaciones en que se podía poner en práctica.

En cualquier caso, la actitud de los monarcas españoles contra la esclavitud fue decidida. Isabel la Católica y el Emperador Carlos V promulgaron decretos que vedaban esa práctica y, «si bien es cierto que Felipe II se deja presionar por los colonos del Caribe haciendo concesiones especiales para Puerto Rico y La Española, poco más tarde vuelve a dejar clara su repulsa hacia este tipo de institución, prohibiendo una vez más la esclavitud, e incluso haciendo extensiva dicha prohibición a la incipiente importación de esclavos negros», explica el autor.

Frailes y maestros

La Leyenda Negra que pesa sobre España también acusa a sus colonizadores del Nuevo Mundo de haber cometido allí un genocidio contra la población indígena. Pero si el Imperio español pudo consolidar su conquista de América no fue gracias a las armas, sino, fundamentalmente, gracias a su clero y educadores. Ciertamente, si bien los primeros escritos de los descubridores españoles describían a los habitantes de aquellas tierras como «pueblo angelical» cuya «aparente ingenuidad hacía presagiar una fácil y pronta civilización y evangelización», pronto aquellas poblaciones resistieron armadas a los abusos de los primeros colonos, estallando así los enfrentamientos bélicos.

«Su aparente ingenuidad presagiaba una pronta civilización y evangelización»Fernando el Católico encarga entonces un estudio jurídico-teológico al dominico Matías de Paz y al jurista Juan López de Palacios, quienes concluyen que la guerra contra los indígenas sólo será justa «cuando sus caciques y jefes prohíban la libre conversión de sus súbditos, o bien sea menester el desterrar inhumanas costumbres que se niegan a abandonar», como el canibalismo o los sacrificios de personas a los dioses. Pero dado que, pese a las limitaciones fijadas desde España, en muchas ocasiones se recurría a las armas sin que hiciese falta, una Real Orden de 1526 impuso en todas las expediciones militares la compañía de sacerdotes con el fin de poner fin a aquellos abusos.

Pacificado ya el continente, en 1573 Felipe II pone fin a la lucha armada en América, «y confía sus mayores y más ricas posesiones a un nuevo ejército compuesto, esta vez, a base de frailes y maestros. Comienza la verdadera y definitiva conquista de América», concluye Sánchez Galera.
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Isabel la Católica, la reina que liberó a los esclavos

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Los indígenas americanos no fueron tan reprimidos como nos quieren hacer creer
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Por José María Zavala
28-08-2019

Tras acceder al arsenal de 3.160 legajos sobre Isabel la Católica repartidos en veintisiete volúmenes, el primero de ellos con dos tomos, que integran la denominada Positio (el documento para el proceso de canonización), estamos por fin en condiciones de arrojar luz sobre el polémico asunto de la esclavitud de los indígenas durante el Descubrimiento de América. Se trata, como ya sabe el lector, de uno de los pilares de la falsa leyenda negra contra la reina Isabel, entretejida con intereses espurios y la cual desmonto, parapetado en documentos desconocidos, en mi nuevo libro «Isabel la Católica. Por qué es santa».

El problema se planteó cuando, a finales de 1494, Colón envió a los reyes una primera remesa de quinientos esclavos. Sabemos, por dos Reales Cédulas del 12 y 16 de abril de 1495, que el mencionado envío se realizó desde La Española con la expedición de Antonio de Torres, compuesta por cuatro navíos.

Al parecer, los indios fueron hechos esclavos en acciones de guerra emprendidas por Colón y descritas por Bartolomé de las Casas. Los así «alzados», en el derecho de guerra de la época, eran hechos prisioneros en calidad de esclavos. No puede sorprender por tanto que el almirante actuase de ese modo, conforme a las ideas comunes de su tiempo. A no ser que esa acción de guerra fuese «injusta», como la califica el propio De las Casas, censurando a Colón por actuar «sin voluntad de los Reyes», pero reconociéndole al mismo tiempo como hombre «cristiano y virtuoso y de muy buenos deseos» cuya condición, unida a su idea de compensar los cuantiosos gastos de la Corona de España en las expediciones y a su «ignorancia del derecho», atenuarían la condena.

Nos interesa saber qué hizo Isabel al enterarse de que la expedición de Antonio de Torres había salido de La Isabela con este cargamento de esclavos, el 2 de febrero de 1495, arribando al puerto de Cádiz a primeros de abril. En pocos días, el obispo de Badajoz, Juan Rodríguez de Fonseca, comunicó la llegada de la remesa a los reyes, pidiéndoles instrucciones sobre los esclavos.

De momento, en la Corte y cancillerías castellanas se actuó con normalidad, despachándose el 12 de abril una Real Cédula a Fonseca, que decía: «Paréscenos que se podrán vender allá mejor en esa Andalucía que en otra parte; debeislos faser commo mejor os paresciere». Pero de modo imprevisible, solo cuatro días después, el 16 de abril, salió de la misma cancillería otra Real Cédula dejando en suspenso la anterior. En la misma se ordenaba al obispo Fonseca que paralizase la venta de esclavos, aduciéndose la siguiente razón: «Porque Nos querríamos informarnos de Letrados, Teólogos e Canonistas si con buena conciencia se pueden vender».

Apelar a la «buena conciencia» era casi connatural a Isabel. Y eso, precisamente, fue lo que se hizo. De esta consulta a teólogos y canonistas no se conserva más documento hoy que el propio anuncio de los reyes en su carta, ya citada, del 16 de abril. Isabel ordenó recoger a todos los indios para entregárselos a Pedro de Torres y repatriarlos a sus familias, todo ello por su cuenta y riesgo. No resulta extraño así que el historiador Rafael Altamira, a la vista del documento correspondiente, reflexionase así: «Fecha memorable para el mundo entero, porque señala el primer reconocimiento del respeto debido a la dignidad y libertad de todos los hombres, por incultos y primitivos que sean; principio que hasta entonces no se había proclamado en ninguna legislación, y mucho menos se había practicado en ningún país».

Es importante subrayar que, aunque la doctrina universal fuese contraria en la práctica a la libertad de los esclavos, la reina Isabel dudó ya entonces en su propia conciencia de la licitud del tráfico con seres humanos. En el planteamiento de ese problema a nivel de conciencia se atisbaba una ley natural que prohibía el tráfico de personas; y esa ley no podía ser otra que la del respeto a la misma naturaleza del hombre, o como hoy suele decirse: el principio de la igualdad y de la dignidad de la persona fiel o infiel, civilizada o bárbara.

Y que en la mente de Isabel anidara ya una opinión más bien negativa, y que ella misma recabase el criterio de teólogos y canonistas sobre la licitud de la venta de personas, nos lleva a deducir lo siguiente: cansada de esperar la respuesta a su consulta, y dejándose llevar por su intuición, sin razonamientos, decidió liberar a los indios esclavizados.

PRECURSORA DEL DERECHO DE GENTES

En las instrucciones para el cuarto viaje, Isabel le dirá taxativa a Colón: «Y no habéis de traer esclavos». Con esta decisión, Isabel se anticipó en treinta y cinco años a la formulación del derecho de gentes de Francisco de Vitoria y Domingo de Soto: en América no habría esclavos, aunque la esclavitud continuó durante siglos en otros continentes. Entre los legajos inéditos figuran los que nos revelan ahora la existencia de marineros que acompañaron a Colón a las Indias y regresaron luego trayendo consigo cada cual su indio esclavo. En cuanto tuvo conocimiento de ello, la reina Isabel ordenó que se reclamase a los indios en cuestión para entregarlos a su secretario Pedro de Torres, quien a su vez abonó a los marineros, con cargo a la Contaduría Real, el gasto del viaje de cada aborigen (800 maravedís desde las Indias a Sevilla), decretándose su inmediata puesta en libertad.

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