CURUJEY, CAISIMÓN Y AJÍ GUAGUAO
Curujey, caisimón y aji guaguao
Por Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Decir que el desplome del campo socialista puso los pelos de punta a los gobernantes cubanos mucho antes de que Mijail Gorbachov anunciara el inicio de la retirada de las tropas soviéticas de Cuba, no es exagerado. Tanta fue la inquietud del régimen, que cuando se presintió el desplome total, decenas de especialistas del Comité Técnico de Víveres de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y la Academia de Ciencias de Cuba, se dieron a la tarea de confeccionar un libro que circuló, sobre todo, en las unidades militares.
El libro trata de los beneficios de nuestra flora silvestre, con sus 165 plantas capaces de aplacar el hambre en condiciones adversas.
La edición de la obra Plantas silvestres comestibles, realizada en mayo de 1987 por la Imprenta Central de las FAR, fue sugerida por Fidel Castro en un discurso del 9 de diciembre de 1986, como solución ante la inminente posibilidad de que la situación alimentaria del país se tornara más difícil.
Sin embargo, en la capital cubana, a pesar de que la situación se agravó a partir del período especial, los capitalinos no apelaron a la flora silvestre, sino a los gatos callejeros, dando lugar a que dejaran de sentirse aullidos sobre los tejados. Casi todos los gatos desaparecieron.
( Comegato no cubano y sin Período Especial )
En las zonas rurales, donde sí se pudo acudir a las plantas no tóxicas, aún no se sabe si hicieron acto de presencia sobre las mesas el curujey, el caisimón, el ají guaguao, la carambola, el corojo, el diente de león, el huevo de aura, la piña de ratón, el culantro y muchas otras plantas.
Al final de sus 372 páginas, el libro Plantas silvestres comestibles, tiene ciertas recomendaciones. Si la planta no se conoce, se recomienda hervirla de 5 a 20 minutos, comer una porción pequeña, esperar seis horas, y si en ese lapso no se presentan síntomas anormales, es que la planta no es venenosa. Si no hay posibilidad de hervir la planta, se prueba, y si tiene un sabor quemante, amargo, que da náuseas, o una savia lechosa, no debe ingerirse.
Por último, recomienda el libro fomentar el cultivo de estas plantas en áreas suburbanas para que sean reconocidas no sólo por la población, sino también por los niños, y que sirva como base material de estudio en tiempo de paz, y como guía en tiempo de guerra, para contribuir a la supervivencia.
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