EL SINO DE LOS TIRANOS
EL SINO DE LOS TIRANOS
Por Hugo J. Byrne
“Este es el Sagrado Templo del Intelecto y soy yo el Sumo Sacerdote. Son ustedes quienes profanan este sagrado recinto. Ustedes vencerán, pues tienen suficiente fuerza bruta para hacerlo. Pero no convencerán.”*
*Discurso del internacionalmente famoso filólogo, filósofo, poeta y Rector de la Universiodad de Salamanca Don Miguel de Unamuno y Jugo, el 12 de octubre de 1936 ante una audiencia compuesta en su mayoría por partidarios del alzamiento de julio del mismo año, enacabezados por el General Millán Astray, quien iracundo le gritó a Unamuno “¡Muera la inteligencia y viva la muerte!”. Como consecuencia de su discurso Unamuno fue destituído como Rector de la Universidad y habría sido linchado en aquel sitio de no haberle ofrecido su brazo la esposa de Franco, Carmen Polo, quien también integraba la presidencia del acto. A pesar de esto la reacción inicial del llamado Caudillo fue también violenta. Sólo la probable protesta internacional salvó al anciano filósofo del patíbulo. Unamuno fue inmediatamente confinado al arresto domiciliario hasta su muerte, menos de tres meses después.
Al cabo de cincuenta años de lucha contra la tiranía castrista, la ecuación cubana permanece igual. El régimen continúa siendo totalitario e imponiendo su dictado por la fuerza y el terror. Este último ha sido usado por tanto tiempo y con tanto éxito y ha permeado tan profundamente la conducta social cubana que en la mayoría de los casos su sola referencia es suficiente para mantener al oprimido pueblo a raya.
Quienes mantienen en sus manos todos los resortes del poder, son los mismos individuos. Han envejecido aferrándose a ellos y los cubanos en la Isla han envejecido temiéndolos. La sociedad cubana ha sido meticulosamente condicionada a responder a las consignas del régimen con la docilidad automática del perro de Pavlov. Recuérdese que en la Unión Soviética sucedió otro tanto hasta que la generación de los bolcheviques de 1917 desapareciera físicamente de la escena.
La oposición interna es una muy eficiente válvula de escape del régimen castrista, el que la usa como demostración de “tolerancia revolucionaria” y también como otra manera de obtener moneda cambiable. Esa disidencia es cuidadosamente monitoreada y dentro de ciertos límites, controlada por el aparato represivo, el que históricamente la ha inflitrado con gran facilidad.
Por supuesto, entre esa disidencia puede haber distinciones enormes, como la que existe digamos entre el Dr. Elías Biscet, quien lleva bastante tiempo en prisión, sabrá Dios bajo qué infrahumano régimen carcelario y otros “disidentes” quienes por el contrario viajan al extranjero con gran frecuencia, sin encarar obstáculos por La Habana, aparentando contar con medios económicos sin involucrarse en labores visibles. El único denominador común a todos estos grupos disidentes es la susceptibilidad a desaparecer en el instante mismo en que el rérgimen lo decida. Por ese preciso motivo nunca les he prestado mucha atención.
El “exilio”, aunque en apariencias ha crecido por miles en años recientes, acercándose a la cifra de dos millones, en realidad ha diluído su capacidad como factor en la ecuación cubana. Este es el ámbito en el que sí ha habido cambio. Es el resultado directo del proceso biológico: al igual que los tiranos y sus lacayos, también hemos envejecido y la muerte ha hecho notables brechas en nuestras filas. Esa disminución de nuestra capacidad para influenciar los eventos presentes y futuros ha resultado en que intentemos establecer distintas categorías de exiliados. De ella es que surge que nos consideremos pertenecientes a una élite de desterrados que llamamos el exilio “histórico”.
En realidad el exilio es uno sólo. La gente sigue llegando de Cuba, por distintos medios y por diferentes razones, no todas ellas relacionadas con principios morales o el anhelo de vivir en libertad. ¿Cómo podríamos llamar exiliados a quienes tras unos breves años de ausencia regresan a visitar la infamia de vacaciones? Siempre he sostenido que los exiliados reales hemos sido minoría desde el principio. Nadie dude que, con el implacable paso del tiempo, esa minoría cada día se ha de reducir más. No tengo problemas con eso.
Pertenecer a una élite de la razón, de la justicia y de la dignidad no es una lacra, sino una honra. A la postre los hombres libres siempre han sido tratados magnánimamente por la historia. Ciertamente Unamuno alcanzó un sitio de honor en la literatura y en la historia de España.
Tanto Hitler cómo su discípulo filosófico Fidel Castro, han pretendido en vano la absolución histórica. Ambos obtuvieron victorias pírricas y temporales, pero nunca pudieron ni podrán convencer a la posteridad. Ese es el destino de los tiranos.
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