UNA DE CAL Y CUATRO DE ARENA
Tomado de: http://www.cubaliberal.org/opinion/051214-unadecalycuatro.htm
Una de cal y cuatro de arena
La frase es de Ortega y Gasset y figura en el prólogo que en 1937 añadió al más célebre de sus ensayos, La rebelión de las masas, escrito a finales de los años ´20. Si la traigo a colación es porque todavía hoy, después de lo mucho que ha llovido desde 1959, los voceros del castrismo en el exterior se empeñan en utilizar las borrosas categorías a diestra y siniestra —nunca mejor dicho— en beneficio del régimen de La Habana, agitando el espantapájaros de una presunta “derecha batistiana” que atrincherada en Miami esperaría la ocasión de reimplantar en Cuba algo parecido a la dictadura del difunto general.
La disyuntiva quizá tuviera algún sentido en 1789, cuando en la Asamblea Nacional francesa los partidarios del Tercer Estado se sentaron a la izquierda del rey y los representantes de la nobleza lo hicieron a su derecha. Pero hoy resulta una invocación huera: los valores y atributos que supuestamente definieron en el siglo XIX a ambas tendencias se hallan mezclados en diversa proporción en los partidos y las corrientes que conforman el espectro político actual. No hay una “izquierda progresista” opuesta a una “derecha reaccionaria” como tampoco hubo 20.000 muertos bajo el régimen de Batista ni 11.000 vírgenes que acompañaron a Santa Úrsula. Todo eso pertenece al ámbito de la fábula y ningún historiador o sociólogo medianamente enterado emplea esas categorías para describir la realidad. Ni siquiera el esfuerzo teórico de Norberto Bobbio, basado en el binomio libertad-igualdad, arroja resultados verificables cuando se aplica a los regímenes y las ideologías existentes. Otra cosa muy distinta es el aprovechamiento demagógico de conceptos ambiguos pero cargados de emotividad.
A los propagandistas del castrismo les resulta útil definir las posturas favorables al embargo parcial que Estados Unidos mantiene sobre el gobierno cubano como un producto del “derechismo batistiano”. Los órganos de difusión de La Habana no se cansan de repetir que Miami está dominada por una “mafia contrarrevolucionaria” ávida de venganza, dispuesta a invadir la isla en la primera ocasión que se le presente para despojar a los cubanos de las escuelas, los hospitales y las medallas olímpicas que el castrismo les ha proporcionado y, de paso, deportar al niño Elián a Disneyworld.
Agotada la vigencia social del nacionalrevolucionarismo y menguada la ayuda exterior que permitía paliar los dislates económicos, al Máximo Líder y a sus secuaces tan sólo les queda el discurso del miedo. Según ese enfoque, el ejército, el partido único y el mando indiviso e incontestable del Comandante en Jefe constituyen el escudo que protege a la población cubana de los horrores y sufrimientos que les tienen preparados los “batistianos” y sus padrinos, los yanquis anexionistas. De ese modo, el problema de Cuba deja de ser el de una tiranía de medio siglo, un modelo de sociedad fracasado y la caduca ideología que lo sustenta, y pasa a ser el de una confrontación militar inminente en la que estaría en juego la supervivencia misma de la nación. Socialismo o muerte, valga la redundancia.
Pero el afán inmovilista de una minoría dominante enrocada en sus privilegios no basta para detener el curso de la historia. La etapa que se avecina será uno de esos momentos en que diversos protagonistas de la política cubana volverán a disponer de cierto margen de autonomía para tomar decisiones que incidirán en la vida del país. (En los últimos 47 años el único centro de decisión ha sido Castro: desde la invasión de Angola hasta la distribución de chocolatinas, pasando por la fecha de inseminación de Ubre Blanca o la tasa de cambio del chavito: nada ha sido demasiado grande ni demasiado pequeño ni demasiado abstruso para escapar al úkase del Comandante). Por eso conviene aclarar los términos del problema y desinflar los mitos que tanto han contribuido a la supervivencia del régimen actual.
Quienes todavía creen en la dicotomía derecha/izquierda y pretenden aplicarla a la realidad cubana, suelen ejercer también la equidistancia moral en el exilio. Se diría que una nace de la otra, como el calor de la llama o la forma del fondo. La esencia del razonamiento es la siguiente: la extrema derecha capitalista + Bush está en el mismo plano ético que la extrema izquierda comunista + Castro. Ambas conspiran contra la felicidad del pueblo cubano. Ellos (los puros, los buenos, los demócratas, los moderados, los centristas, los pinos nuevos, los portavoces del amor, los razonables, los caritativos, etc.) se mantienen tan alejados de una postura como de la otra, criticando a las dos. Pero como viven en una sociedad capitalista que les garantiza, entre otras, la libertad de expresión, reservan lo mejor y más granado de su indignación moral para atacar los aspectos de esta sociedad en los que tratan de influir y casi no malgastan munición en criticar al comunismo. Dan una de cal y cuatro de arena.
Pero por más que los “puros” se empeñen en disfrazar a los gatos de liebres, Bush y la derecha capitalista no son el equivalente moral de Castro y la izquierda socialista. Ni por la legitimidad de origen, ni por las condiciones de actuación, ni por la escala de responsabilidades ni por los plazos prefijados en los que ejercerá y abandonará el mando, el gobierno de Estados Unidos es homologable con el de Cuba. Colocarlos en el mismo plano como las dos caras del extremismo político es un sofisma que sirve objetivamente (como les gusta decir a los marxistas) sobre todo al castrismo y sus aliados. A estas alturas de la historia, la hemiplejía moral, más que síntoma de estulticia voluntaria, es indicio de complicidad dolosa.
Diciembre 14, 2005
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