YO, MAYA PLISETSKAYA ( LA AUTOBIOGRAFIA )
Tomado de:
VICENTE CUE
El título del libro es «Yo, Maya Plisétskaya» (Editorial Nerea, 444 Págs.). Y efectivamente con ese yo tan rotundo y concluyente se expresa a lo largo de toda su autobiografía (escrita hace una década) unas de las más grandes bailarinas de todos los tiempos. Después de ser traducido a más de diez idiomas, la edición en español acaba de salir a la venta. Maya habla con desgarradora sinceridad de su pasión por la danza, del ballet soviético, de sus triunfos, sus luchas, sus decepciones y, sobre todo, de la represión política y cultural vivida de forma trágica en carne propia.
Ella nació y vivió en la entrañas del estalinismo, «no importa qué momento de mi niñez quiera recordar, todo desemboca en política y en el terror de Stalin», al cual llegó a conocer y del cual se expresa como el gran verdugo. Khrushchev le presentó a la Pasionaria, a la que le dieron ganas de gritarle: tu gente me tiene presa y no me deja salir del país. Cuando Maya era todavía una niña, su padre fue fusilado por las hordas del «padrecito» Stalin, y su madre, junto con su hermano recién nacido, fueron enviados a un campo de concentración. Por mucho tiempo no supo lo que había sucedido con sus padres y hermano. Desde aquel fusilamiento todos sus documentos llevaban el estigma de «hija de un enemigo del pueblo». Hace años Maya dijo: «Si un día se celebrara un proceso de Nuremberg contra los asesinos del comunismo entonces me gustaría decir bien alto: no se olviden de los colaboradores, los cómplices... Sin su ayuda el comunismo habría salido mucho antes del escenario».
Aunque nació en esa generación desgraciada y en tiempos turbulentos, Maya, la indómita, la rebelde, resistió y luchó con todo su ímpetu para no plegarse a las consignas y mandatos del Politburó. Contra todo pronóstico, aquella «enemiga del pueblo», aquella criatura incontrolable, vigilada muy de cerca por el KGB, que la consideraba como un cisne negro que quería volar libremente, se convirtió en el cisne blanco más venerado de su tierra. Fue la reina indiscutible del Bolshoi en su época más gloriosa. Aquel inmenso escenario del gran templo del ballet era el único territorio en toda la Unión Soviética en el que Maya se sentía libre. Durante décadas allí bailó «El lago de los cisnes». Para ella este ballet lo tiene todo: «Todos los colores y las técnicas... Exige toda la fuerza espiritual y corporal. A medio gas no se puede bailar». El mejor premio que se les podía dar a los jefes de Estado que visitaban Moscú era ver bailar a Plisétskaya en «El lago de los cisnes». Además del Bolshoi, los mejores escenarios del mundo vieron y vivieron su inolvidable interpretación de Odette-Odile. Así como de esa joya en miniatura que es «La muerte del cisne».
En el libro Maya deja bien claro su amor por España y por su arte. Algunas de sus interpretaciones de más éxito estaban relacionadas con España. Su Kitri en «Don Quijote» asombró al mundo entero dejando para siempre la impronta Plisétskaya en el personaje. Así como en el papel de Laurencia en «Fuenteovejuna». Fue feliz españoleando con pasión y garra en «Carmen». Habla con orgullo de su nacionalidad española y le dedica todo un capítulo a sus años en España. La primera foto del libro con un personaje representa el momento en el que la bailarina recibe el premio «Príncipe de Asturias» de manos del Príncipe Felipe (hay 103 ilustraciones). Otro capítulo es para su inseparable y adorado esposo, el gran compositor Rodion Shchedrin, a quien le dedica el libro. Plisétskaya habla de su arte. Así como de los coreógrafos que le crearon ballets. Hay fotos con impresionantes instantáneas de su baile y otros momentos de su vida. Nos cuenta cómo Chagall se inspiró en su arte y en su figura para pintar los gigantescos murales del Metropolitan Opera House de Nueva York. Nureyev vio bailar a Maya por primera vez en «Don Quijote», él tenía 13 años. Años más tarde, cuando ambos bailarines por fin pudieron hablarse él le dijo de aquella actuación: «sollocé de felicidad, llenaste el escenario de fuego y esplendor».
Maya nos describe su relación con Shostakovich, Khatchaturian, Stravinsky, Bernstein. Con sus amigos, Rostropovich, Robert Kennedy, Shirley McLaine, Coco Chanel, Pierre Cardin. Sus encuentros con Mao, Tito, el Sha de Persia, Frank Sinatra, Audrey Hepburn y un largo etcétera de interesantes e importantes personajes. «Yo, Maya», aunque es la autobiografía de una artista de la danza, «prima ballerina assoluta», que contra viento y marea y a pesar de los pesares llegó a la cúspide, puede ser leída perfectamente por aquellos ajenos a este arte. Su libro nos descubre lo que pasaba una vez que el telón del escenario bajaba. Así como todas las injusticias y tragedias que sucedían detrás del otro telón, el de acero. Al fin, la «hija de un enemigo del pueblo soviético» pudo ver cómo se rehabilitaba, que no resucitaba, a su padre, y además, para felicidad de ese padre, allí donde quiera que él se encuentre, verá que su hija, Maya Mikhailovna Plisétskaya, no sólo no es considerada como enemiga, sino que es adorada por el pueblo ruso, que en el año 2000 le concedía la más alta condecoración de Rusia. Sólo aquellos señalados por el dedo de Dios llevan relacionado a su nombre las palabras genio, diosa, mito, leyenda.
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