viernes, agosto 04, 2006

¨ FIDEL SE MUERE, O TAL VEZ SUBSISTA PARA PRESENCIAR SU PROPIO NAUFRAGIO ¨

Tomado de
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/fernandolondoohoyos
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'Fidel se muere, o tal vez subsista para presenciar su propio naufragio'

Fernando Londoño Hoyos. Columnista de EL TIEMPO.

Se desprende del poder, arrebatado por la enfermedad, como parece ser el destino de los tiranos marxistas".

Cuando salí de Cuba

Queda abierta la más triste de las mortuorias.

Más de dos millones de cubanos han echado al vuelo las campanas del alma y se han tomado las calles de las ciudades americanas para compartir la más intensa de las emociones humanas. Siendo tal vez demasiado pronto para festejarla, puestas al aire las banderas de la Patria ausente se han unido para saludar su esquiva libertad. Casi 50 años de exilio son dolor suficiente para que el más rudo estalle de alegría ante la promesa de la costa salvadora. Todos los Ulises lloraron de emoción cuando del mar se levantaban, ante los ojos náufragos, los perfiles amados de su Ítaca.

No es poca la crueldad de un tirano cuando ha lanzado a comer el pan del destierro a más de la quinta parte de sus vasallos. Todos los aduladores del viejo barbudo debieran meditar un segundo esa enormidad, antes de rendirle nuevas pleitesías. Pero así es el mundo, como lo denunciara Jean Francois Revel, severo para los crímenes de los dictadores de derecha, irredimible alcahueta con las atrocidades de la izquierda.

Sin embargo, esa cifra vergonzosa, que entraña uno de los peores delitos de lesa humanidad, es apenas el comienzo de su catálogo atroz. Porque de los que padecen el ostracismo -desde Grecia la peor de las afrentas-, muchos serán parientes, amigos o simplemente solidarios con el recuerdo de más de quince mil fusilados ante el paredón ignominioso, obra de Fidel, ejecutada por la mano de su precario sucesor, el hermano Raúl, o por el Che Guevara, el aventurero que acampó en su tienda para pena de tantos.

Pero todavía peor que el exilio de millones y la muerte de miles ante el pelotón infame, es la suerte de los sobrevivientes en la isla.
Las duras condiciones de la existencia material de los cubanos ya fueran suficiente afrenta al Derecho Internacional Humanitario.
Forzar a tantos seres humanos a la pobreza más extrema, sin el consuelo de un ventilador en aquel clima inclemente, sin energía, sin comida, sin transporte, sin otra diversión que las fanfarronadas de un deporte que es solo propaganda, cuando las hijas tienen que prostituirse para completar el avaro salario de los padres, es una injusticia monstruosa.

Pero agregarles la ruina de las libertades más elementales; prohibirles otro pensamiento que el del régimen, otra conciencia que la del partido, otra proclama que la oficial; obligarlos a vivir de modo que el amigo tiemble ante el amigo, o el padre ante los hijos, porque cualquiera es policía que delata una palabra, o una idea de protesta contra el fantoche que manda; destrozar toda oportunidad de comunión universal, porque Cuba es la cárcel siniestra de las almas que en ella alientan, es una barbaridad imperdonable.

Fidel se muere, o tal vez subsista para presenciar su propio naufragio. Quizás le está reservada esa pena infinita. Y los colombianos, por lo menos los que no perdimos enteramente la memoria, lo recordaremos como la mayor de nuestras pesadillas.
Desde cuando siendo un mozalbete vino a desencadenar y a dirigir los días horrendos de abril de 1948, que nos condenaron a años de violencia y a trescientos mil víctimas que ardieron en la pira levantada con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Después, cuando títere de la Unión Soviética armó la guerrilla horrenda de 'Tirofijo' y 'Chispas' y 'Desquite' y 'Pedro Brincos' y 'Mariachi'.
Cuando creó el Eln, el Epl y más tarde el M-19, armándolos a todos con fusiles y odios feroces, siempre estuvo Castro en las cabeceras de nuestras tragedias.

Fidel se desprende del poder, arrebatado por la enfermedad, como parece ser el destino de los tiranos marxistas. Como Lenin o como Stalin, morirá de enfermo y de viejo.

Prueba de que Dios permite que los que han ofendido tanto a sus hermanos deban presenciar su ruina y comprender que se van de este mundo sin merecer respeto ni amor. Es el suplicio reservado a los peores de la especie.

Fernando Londoño