sábado, agosto 26, 2006

TRISTE FINAL

Triste final


Por Shelyn Rojas

Bitácora Cubana, 26 de agosto de 2006 - La Habana


A principios de los años 80, Aurora fue secretaria del primer vice ministro del Ministerio del Interior (MININT). Trabajó en varias prisiones de la ciudad, atendiendo a los presos.

Por la devoción y desempeño en el trabajo, le asignaron un apartamento en el reparto Alamar. La revolución era lo primero.

Una noche, mientras estaba tratando de coger un aventón para dirigirse a su casa, conoció a Benedetto. Aurora llevaba en una bolsa toda la cuota alimenticia que raciona el gobierno mensualmente. Vestía con una vulgaridad misérrima.

Benedetto era un italiano. No pensó que ese italiano la salvaría de morirse de hambre junto a su familia en el "periodo especial".

Nunca había entrado a las tiendas que eran sólo para los extranjeros. Fue la primera vez que se puso un par de zapatos decentes, que comió dulces finos y untó en su piel un buen perfume.

Se inició en la práctica de la santería.

Con el tiempo se dio baja del MININT, y más tarde Benedetto regresó a su país.

A finales de 1999, tuvo un trágico accidente automovilístico. Por un error del doctor al operarla padecerá toda una vida del pie izquierdo. La solución clínica fue tomar tejidos del muslo para injertarlo en el talón. Como todo en su vida, esto tampoco funcionó. El injerto de tejidos fue rechazado. Hoy le falta el pedazo de talón que la hace cojear.

Pasó a ser una impedida física. Le asignaron una chequera de pensionada que a penas alcanza para empezar el mes.

Vive para la religión. Es su único refugio frente a la mala suerte. A pesar de tener a su esposo, un mestizo nueve años menor que ella, extraña a Benedetto.

Un día, sus seres desde el más allá le susurraron al oído que sus vecinos de los altos le estaban echando brujería. Aún desconoce las razones.

Despertaba y lo primero que hacía era revisar la puerta de su casa y las ventanas. Decía que estaban llenas de polvos maléficos. Ella era la única que lograba ver el polvo.

Acudió en varias ocasiones a la estación policíaca de su localidad. Los policías no le prestaban atención.

Su esposo una noche se asustó al no verla en la cama. La buscó por todo el apartamento. Se asombró al verla dentro del closet del cuarto con un vaso de agua, una cruz y envuelta en trapos de pie a cabeza, empapados en orines. Así estaba protegida de la maldad de los vecinos.

Se divorciaron. Su familia decidió internarla en una clínica de psiquiatría del Vedado. Pero esperarían a que ella decidiera ir por su voluntad.

El día llegó pronto. Allí le recetaron varios medicamentos por tiempo indefinido. Uno de los medicamentos no se puede encontrar en la isla, fue traído por donaciones y ya se acabó.

A pesar de todo, Aurora no deja de creer en la revolución, intenta hacer una carta al Consejo de Estado para que su caso sea atendido. Ella fue la secretaria de un vice ministro una vez, hace mucho tiempo. Tienen que resolverle. No la pueden abandonar ahora como han hecho otras veces.

Tampoco deja de añorar a Benedetto, el italiano que un día se fue de la isla y no regresó jamás. A diferencia de Penélope, ella no tiene manto que tejer y destejer.