UNA ACLARACIÓN NECESARIA
Por Andrés Reynaldo
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Sospecho que no les importa la salud de Fidel, en un sentido estricto. Tal vez Fidel les sirva de máscara política para expresar una comprensible incomodidad por tener que vivir rodeados de una inasimilable horda de cubanos con sus emperradas rencillas políticas, sus complicadas líneas de parentesco, sus tremebundas nostalgias y el desestabilizador aroma de unas comidas saturadas de ajo, cebolla y los mágicos cubitos Goya.
La verdad es que me alegro, de todo corazón. Como me alegran las muertes de Franco, Ceaucescu y Mobutu. Las muertes de los destripadores de ancianas, los curas violadores de niños y los ejecutivos de las grandes corporaciones que roban a sus accionistas, despiden sin piedad a los empleados más viejos y se adjudican unos bonos multimillonarios por la oscura labor de ser ciento por ciento amorales.
Sólo que, en lo fundamental, yo había matado a Fidel desde 1978. Una noche de verano en que lo vi de cerca por vez primera. En una desgarrada conversión a la inversa, la aparición del santo me destruyó la fe. Con los años, pasé de la desilusión a la disección. Cuando muera, de manera supina y certificada, me quedará una momia de ojos vidriosos sobre la chimenea de mi juventud. Ardiendo entre las cenizas, unas amargas preguntas sobre la catadura de mi pueblo.
Excepto por la poderosa raíz de su voluntad destructiva, su capacidad cama
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Fue un atleta que tuvo una panza de tonel hasta que hace unos años comenzó a descender a la decrepitud. Un pensador que no escuchaba ni dejaba hablar. El genio político que no pudo ganar una posición electa en el hervidero paradelincuencial de la Universidad de La Habana de los años 40 ni en el caótico panorama del Partido Ortodoxo. El corajudo luchador que llamó a la retirada apenas poner pie frente a la posta del Cuartel Moncada y que en la Sierra Maestra abrió sus escasos combates con un único y kilométrico disparo de un fusil de mira telescópica. (¿A quién más se ha visto en una guerrilla con un fusil de mira telescópica?) El marxista que no leyó a Marx. El martiano que censuró a Martí. Su leyenda brilla en sus carencias.
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El mal absoluto acude disfrazado de mal menor. Fidel fue una catástrofe que no podíamos prever ni sabíamos cómo superar, a pesar de que sus antecedentes se remontaban a nuestra tardía gesta de independencia. Sembró sal en la tierra y lodo en las almas. Este medio siglo, desde Bolivia a Sudáfrica, los cubanos nos hemos dilapidado en empresas sin provecho ni horizonte. El principal legado castrista, ya se verá, va a ser una punzante sensación de ridículo. Esto es algo que no entienden, o no quieren entender, mis sensibles amigos norteamericanos. A veces, una vida al amparo de grandes libertades impide una cabal mirada a la opresión.
Sé que no debo salir tocando el claxon a las tres de
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