LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO
Las entrañas del monstruo
Por Miguel A. García Puñales
José Martí
Ninguna afirmación de José Martí ha sido tan explotada, sacada de contexto y utilizada como antítesis del pensamiento del maestro, como la que encabeza estas reflexiones. Quizás si las referencias martianas y el propio desarrollo de la Historia de Cuba, no se relacionaran directamente con el coloso del norte, los peritos en cubanología de salón, desistiesen de querernos enseñar nuestra propia historia partiendo de su peculiar óptica antiamericana; empleando el término “objetivo” a voluntad y lo que es peor creando una corriente de pensamiento que perdura hasta nuestros días.
Tampoco quizás, habría sido posible un experimento social como el que sume al país en el período más negro de su existencia, ni existirían pretextos para la procreación clónica de tan alto índice de bulos en el ámbito latinoamericano y en algunos sectores sociales hispanos.
Precisamente, aquí en Madrid, sosteniendo largas conversaciones con todo tipo de personas, se ha comprobado que la Historia de Cuba y su relación con España es de hecho uno de los capítulos con mayores lagunas en un campo del conocimiento donde el ciudadano promedio carece de esenciales mínimos.
Para la percepción de antiguos profesores de Historia, salta a la vista que el ciudadano medio ha recibido mucha más formación escolar de Latín –por poner sólo un ejemplo- que de la historia de su patria. Esa memoria de su pasado, sus orígenes y desarrollo, se hecha en falta en una población que por motivos de su evolución social y de formación no es capaz de interiorizar sentimentalmente los símbolos patrios que se supone la identifican como Nación.
Es un grave problema que se sabe preocupante cuando se observan los esfuerzos por perfeccionar –con éxito o no- el actual sistema educativo, que sin embargo parece que se mantendrá en el tiempo de no lograrse un pacto social sobre el tema de la enseñanza y continuar siendo este campo tema de zancadillas políticas entre los diferentes partidos nacionales e intereses nacionalistas. Sin contar además con la extrema liberalidad de cada docente para interpretar “objetivamente” la materia en cuestión.
Por el bien de este bello país y su población sería deseable que de la misma forma que llegaron al consenso para una transición democrática – casi increíble dados sus propios antecedentes de intolerancia- se llegue a un acuerdo sobre la enseñanza de la Historia a las nuevas generaciones en todo el territorio nacional.
Ese será también un gravísimo problema que deberemos afrontar los cubanos en un futuro cada vez más próximo. Casi 45 años de adoctrinamiento y tergiversación de la Historia, han hecho que nuestras nuevas generaciones detesten todo lo relacionado con la base histórica del adoctrinamiento y que lleven con orgullo, -por ejemplo-, pañuelos con la bandera americana y ni por asomo quieran usar la enseña nacional, que identifican con la dictadura.
A fuerza de querer presentarse a sí mismos como los padres de la patria, logran los dictadores tal vínculo con los símbolos de la nación, que provocan el rechazo de la parte más joven de la población, es decir, aquella cuya memoria histórica se limita a los hechos de la dictadura.
Es por todo eso muy importante, que aquellos que nos encontramos en el exilio, tomemos experiencias de lo que ha ocurrido en situaciones parecidas. Hemos sido testigos, por ejemplo, de cómo jóvenes cubanos retoman en la distancia sus valores nacionales y sentir el orgullo de ver a nuestros hijos poner en lugar prominente de sus dormitorios la bandera de la Patria.
Ya se sabe que la tierra natal, en la distancia se agiganta, pero no deja de ser grato saber que esos mismos jóvenes exiliados –o emigrados, qué importa como les quiera llamar la burocracia- serán en un futuro los principales promotores de nuestros valores entre sus iguales de la Isla. El orgullo del cubano tendrá que renacer de sus cenizas y es labor que en condiciones de democracia deberá tornarse prioritaria.
Uno de los problemas más serios con el que siempre se encontrarán los docentes de la Historia, será el problema de las ideologías. Diga lo que se diga, el hombre como ser social va integrando una determinada percepción del mundo que interioriza a partir de cánones. El problema consiste en que el historiador, o en su defecto, el propio docente de la Historia, no es ajeno a este proceso y aunque mucho se hable de la supuesta “objetividad en la enseñanza de la historia”, esta se encontrará mediatizada en primer lugar por los planes y programas de estudio –que a su vez serán generados bajo la égida de determinado gobierno en el poder- y en última instancia por la propia acción del docente y el constante bombardeo de los medios de información sobre el educando.
Es por ello, que un consenso o pacto social se tornará imprescindible para recomponer la formación de la conciencia histórica de nuestra población, Sobre todo en lo que a Historia Moderna y Contemporánea se refiere, es decir aquellas partes de la Historia más dúctiles a las interpretaciones partidistas.
Exactamente el mismo problema que presenta en estos momentos la nación española y que usualmente sólo se identifica en lo referente a la visión interna de la Historia de España.
La historia vista hacia el exterior, especialmente en lo referente a lo que con insistencia se denomina Ibero América –muy discutible el término, tanto como el de Latino América; ambos ignoran semánticamente el resto de las vertientes culturales de la región- y hacia los Estados Unidos, han permitido en su cerrazón, no sólo crear una visión parcial de una pare importante de la Historia de España sino estimular el antiamericanismo de opereta.
El mismo antiamericanismo que le hace expresar a un español recién retornado de la Argentina que la culpa de lo que está pasando en ese país austral “-es de los americanos”. Interrogado sobre las bases reales de su afirmación, teniendo en cuenta la corrupción político-administrativa de ese país, la ausencia de inversiones americanas importantes en las últimas décadas y la mayoritaria presencia de inversionistas españoles en el otrora “granero del mundo”, la respuesta fue concluyente “-son culpables por no invertir”. Sobran los comentarios.
Ya se sabe que en política todo es más fácil cuando otro tiene la culpa. Eso lo conocen todos los políticos, sobre todo aquella parte de la política que gobierna basándose en autoritarismos y en el monopolio de la información.
Fue la década de los sesenta con la intervención norteamericana en Viet Nam, -en lo más álgido de la Guerra Fría-, que el potencial mediático de la parte contraria canonizó el sentimiento anti americano, destacando lo punible del contrario y camuflando sus propias excrecencias. Para estos “objetivos” analistas, el régimen pinochetista -con sus 3000 asesinatos- siempre fue más criminal que el régimen castrista con cerca de 17 000; incluso hoy en día les cuesta bajar el ídolo del pedestal, en todo caso sólo para protestar por los tres últimos fusilamientos.
Algo similar ocurrió con la visión histórica de la España de fines del siglo XIX. Ateniéndonos exclusivamente a entrevistas aleatorias de carácter empírico, a diversos artículos de la prensa corriente y a la revisión del libro de texto de la asignatura común de Historia de Segundo Curso de Bachillerato de la recientemente derogada LOGSE – Ley Orgánica General del Sistema Educativo- cuya referencia encontrará el lector a pie de artículo§, es fácil verificar valoraciones históricas preenjuiciadas e inexactas –al menos desde nuestra óptica- en el capítulo 8, epígrafe 5, El llamado “desastre” del 98. Páginas 224-231.
En el capítulo de marras, el único donde un estudiante español recibirá información académica sobre el último período del gobierno español en Cuba, se ignoran totalmente las verdaderas causas del conflicto. Es decir; el estatus colonial del territorio y las limitaciones de derechos a su población nativa, sin mencionar siquiera de pasada el hecho evidente de que el cubano no era ya por esa fecha el hijo criollo del español; sino el resultado de la mezcla de razas y culturas, con un enorme reservorio de población marginada de la raza negra, que sólo alcanzó formalmente la libertad de la esclavitud en 1882 con la instrumentación legal de la anterior Ley de Vientres Libres.
Por otra parte las referencias a las apetencias indudables de los Estados Unidos sobre Cuba se mezclan con afirmaciones que harían creer que la “guerra necesaria” convocada por José Martí, fue financiada por el gobierno americano o en su defecto por el gran capital estadounidense. Ignoran olímpicamente el esfuerzo enconado de los clubes revolucionarios cubanos en territorio norteamericano, con el objeto de reunir el dinero necesario para financiar el conflicto entre la enorme población de exiliados; las inmensas presiones, también, del gobierno español sobre el norteamericano que hicieron fracasar el más grande proyecto de invasión a la Isla, con la confiscación de armas, transportes y pertrechos; la malograda “Fernandina”.
No me referiré especialmente a las acciones de los enemigos de la nueva gesta, dirigidas personalmente a sus jefes militares o al Delegado del PRC, verbigracia, el atentado con arma de fuego al Gral. Maceo en Costa Rica o el envenenamiento de Martí en Cayo Hueso. Aunque si lo haré con énfasis refiriéndome al tratamiento minimalista de la beligerancia y victorias militares de los cubanos durante la guerra y a las monstruosas medidas tomadas contra la población civil por el Capitán Gral. Valeriano Weyler, que a no dudarlo serían en la actualidad suficientes para incoar un juicio por delitos de lesa humanidad.
Es por eso inexplicable mediante la lectura, por qué se fueron los cubanos a la guerra a pesar de la tardía concesión de la autonomía; cómo es posible que ejércitos guerrilleros hayan mantenido la beligerancia contra un poderoso ejército regular y por qué aún hoy día, a más de 100 años de los hechos, exista una luctuosa memoria popular relacionada con la figura de Weyler.
De la misma forma que la prensa sensacionalista americana exacerbaba hasta el límite el conflicto, la prensa conservadora española, escondía a su población la verdadera situación de este. Mientras por el norte se incitaba la intervención en el conflicto, en la península se exaltaba imprudentemente la supuesta superioridad de las armas iberas sobre el ejército americano, sin tener en cuenta de forma irresponsable que este último contaría con un poderoso aliado -dentro del territorio- que contaba a su vez con experiencia bélica, conocimiento del terreno y apoyo de la población.
Es por todo ello que el pueblo español ha considerado a través de los tiempos que Estados Unidos le arrebató Cuba a España. La inducción de este error histórico se ha mantenido durante un siglo; fue y es mucho más fácil aceptar que se perdió algo -que se consideraba propio- ante una enorme potencia enemiga, que por el peso mismo de la evolución histórica de los acontecimientos y a manos de un enemigo al que siempre se menospreció.
Tanto en los libros de Historia españoles como en los americanos, la guerra de 1898 se denomina Hispano-Americana, haciendo sólo referencia a las dos potencias que cerraron el armisticio. Ambos ignoran semánticamente, que la guerra la iniciaron los cubanos, que para la fecha de intervención de la potencia del norte en 1898, desde hacía dos años se había producido una invasión en toda regla desde el oriente del país hasta el occidente, situando a la provincia de Pinar del Río –extremo occidental- en beligerancia permanente. Que ante la imposibilidad de derrotar a los cubanos, Martínez Campos –el Pacificador- prefirió recomendar el mando de la Isla a Weyler, del que conocía sus crueles métodos por haberlos aplicado en la guerra de 1868-1878 en la zona oriental de Cuba. En 1897 el propio Weyler, fracasado a pesar de sus campos de concentración para la población civil campesina –“pacíficos”-, había sido sustituido, cargando además a sus espaldas costosas derrotas militares frente a las armas cubanas.
Sin un análisis real del colonialismo y la solución independentista que adoptan los pueblos al iniciar su camino con pasos propios, seguirá siendo más fácil culpar a otros –cuantos más fuertes mejor- de los propios errores. Lo que salva la imagen de un gobierno en un momento determinado de la Historia, genera un sentimiento de inferioridad y hasta de rencor que tarda generaciones en desaparecer.
Es exactamente la política que ha mantenido en pie –al margen de su alineación prevaricadora con la antaño cortina de acero- al desgobierno de la nación cubana. La culpa de todo ha sido del imperialismo, los errores económicos, las aventuras africanas, la ineficiencia propia de un sistema absurdo, hasta los propios crímenes, de todo tiene la culpa el coloso del norte y por eso se granjeó y aún granjea adeptos –ver si no al “líder cocalero” o al “iluminado de Venezuela” o sencillamente a la narco guerrilla- que seguirán apareciendo en la medida en que sigan surgiendo dictadores, iluminados o sencillamente desfalcadores del erario público.
Ese será un grave problema a tener en cuenta durante y después de la transición cubana. La semilla viene sembrada de antaño y exacerbada en los últimos 45 años; reorganizar la enseñanza de la Historia de Cuba a las nuevas generaciones de cubanos, será una tarea de titanes. Encontrar la mesura en nuestros juicios ha sido siempre una tarea difícil de acometer, pero a no dudarlo, la evaluación mesurada, objetiva de nuestros últimos 100 años de historia y en especial la historia de nuestras especiales relaciones con los Estados Unidos de América, deberá ser realizada con visión de futuro.
Otro tanto ocurre con los vínculos históricos de la nación cubana con España y de su especial herencia en nuestra cultura. En ambos casos influirá y con mucho la actitud que cada uno de estos estados adopte con relación al actual régimen y en el momento de la apertura democrática hacia el mundo. Lo último que podríamos desear es que dentro de otros tantos decenios estén los nuevos analistas de la realidad cubana, buscando el huevo de nuevas operetas.
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