lunes, diciembre 04, 2006

ACHTUNG, RUINAS CIRCULADAS !

Achtung, ruinas circuladas!



Néstor Díaz de Villegas, Hollywood


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Censura en La Habana del filme 'Arte nuevo de hacer ruinas': ¿Un regalo de los alemanes y el ICAIC por 'el último cumpleaños'?
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lunes 4 de diciembre de 2006 6:00:00


Fotograma del filme 'Arte nuevo de hacer ruinas', de Florian Borchmeyer





"¿Qué te pareció esta película?". A la salida de la cinemateca de Hollywood, sede del Festival Internacional de Cine Latino de Los Ángeles, la actriz cubana Mirtha Ibarra respondía a mi pregunta con un engurruñamiento del rostro. La mueca eclipsó, simultáneamente, la célebre sonrisa y la jovialidad tembona que el cine cubano, desde Fresa y Chocolate, ha vendido en el extranjero como "alegría revolucionaria".

El filme en cuestión era Havanna: die neue Kunst Ruinen zu bauen, y su director, el altísimo Florian Borchmeyer, fumaba un cigarro a unos pasos de donde tenía lugar el intercambio. Acto seguido, la Ibarra —que participaba en el festival en calidad de jurado— intentó articular su desconcierto: "Chico, ¿y para qué tiene Ponte que meterse a hablar tanta bobería?".

Jorge Perugorría, el galán de Barrio Cuba, también se encontraba allí de paso: "Lo que me parece de mal gusto es toda esa vuelta a los años cincuenta en flashbacks. No, no sé… ¡Demasiado política!".

Los escuché callado, y no respondí. Después de todo, ¿qué podían decir ellos? Si Woody Allen, en Annie Hall, hala a McLuhan y lo mete en su película para que desmienta a un diletante en la cola del cine, en La Habana: arte nuevo de hacer ruinas Florian Borchmeyer introduce a Antonio José Ponte en el hábitat de sus propias ficciones para que diga en pantalla lo que le está vedado decir a sus compatriotas en la vida real.

"¡Si la realidad fuera como el cine!", suspira Woody Allen al final de Annie Hall, y otro tanto dirían los cubanos si pudieran oír hablar a Ponte en la cinta de Borchmeyer. Sólo que, también en el mundo del celuloide, tijeretea el brazo largo de la censura cubana.

Las luminarias oficiales lo sabían: esa noche, en Hollywood, había nacido una estrella. Pero, en contraste con el sex appeal propagado por el ICAIC —del que Mirtha y Pichi son arquetipos—, la sexualidad de Ponte en su nuevo rol es altamente problemática y atípica: él deberá saciar nada menos que la insatisfacción de una polis que está en ruinas. Antonio José encarna —para la era de nuestra decadencia cívica— un tipo inédito de galán: el héroe trágico de la transparencia política.

La lista de tóxicos

A los directores de 'raros media', la compañía berlinesa responsable de Arte nuevo de hacer ruinas, jamás se les hubiese ocurrido, por razones obvias, presentar su película al Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, aunque no descartaban que el Instituto Goethe pudiera pasarla fuera de competencia. Después de todo, se trataba de los emisarios culturales de una nación libre que en época no muy lejana había inventado la inquisición fascista y la dictadura del proletariado.

Inicialmente el Instituto expresó interés en incluir el filme de Borchmeyer en la "Muestra alemana". No obstante, por los días en que recibiera el Premio Especial del Jurado al mejor documental del Festival Internacional de Cine Latino de Los Ángeles, el embajador Hans-Urlich Lunscken notificó al cineasta que, por órdenes de las instancias superiores, sería imposible exhibirla: "…la oficina del Festival de Cine nos comunicó que el ICAIC puso la película en la lista de tóxicos (Giftliste, en alemán)".

Por su parte, Dietmar Geinsendorf, director del Instituto Goethe y agregado cultural de Alemania en Cuba, le escribía a Borchmeyer explicándole: "…presenté tu película a la dirección del Festival de Cine, que ya la conocía… porque el ICAIC la puso en la lista de obras prohibidas (Verbotliste)".

Borchmeyer respondió con sendas cartas, al embajador y al agregado cultural, en las que impugnaba la treta del director del Festival de Cine de La Habana, Iván Giroud: censurar Arte nuevo de hacer ruinas sin tener que aparecer él mismo como villano. La aceptación de un veredicto que "venía de arriba" —advirtió Florian— habría de pesar enteramente sobre los hombros del embajador Lunscken y del agregado Geinsendorf, como representantes de un país democrático —y por carambola, en los bolsillos de los contribuyentes alemanes, partícipes involuntarios del atropello.

Mientras los diplomáticos acataban las órdenes del ICAIC, e incluso disculpaban la censura impuesta en Cuba a uno de los suyos retirando la película de la "Muestra", en Alemania —les recuerda Borchmeyer— tres invitados procastristas, Pedro de la Hoz, Pablo Armando Fernández y Eusebio Leal, habían hecho de las suyas durante visitas amistosas sufragadas con el dinero de los mismos contribuyentes.