lunes, diciembre 04, 2006

¿INJERENCIA O DIALOGO?

Nota del colaborador Paul Echániz

Y sigue el Sr. Armengol poniendo al exilio como actor en esta disputa. Lo del embargo y el distanciamiento entre los EEUU y Cuba se remonta al l960, cuando el regimen se incauto de los negocios de cuidadanos norteamericanos sin proveer remuneracion (robo). Este es un problema entre el regimen y el gobierno de Estados Unidos. La opinion de los exilados (y el pueblo en la isla ) es solo eso, una opinion basada en los principios universales de libre comercio. Extender la rama de olivo sin condiciones no es un acto pragmatico; es un acto de pura falsedad para alimentar argumentos sin bases historicas. La respuesta de EEUU no se basa en ideologia, se basa en la forma civilizada en que las naciones de todo el mundo hacen negocios. Obviamente esto no existe con el regimen cubano, ya sea de continuismo o transicion.

Nota del Blogguista

Según la Constitución de 1940, cuya restitución fue de las bases fundamentales sobre la que la Oposición ( incluyendo las dos vertientes del Movimiento 26 de Julio: El LLano y La Montaña) erigió su lucha contra el régimen de Fulgencio Batista, la nacionalización de propiedades estaba permitida pero la misma y sus condiciones de pago debían ser llevadas a litigio en los tribunales de la República.

La tiranía de Fidel Castro imponía sus condiciones sin apelaciones ni discusiones posibles.

El embajador norteamericano Philip Bonsal, quién en un gesto de buena voluntad hacia el régimen le había dado al canciller cubano Raúl Roa García información sobre una conspiración para eliminar a Fidel Castro que llevaba a cabo William Morgan y que había asegurado al Departamento de Estado que no se podía decir que la Revolución Cubana era izquierdista, trató de negociar con Fidel Castro las condiciones de la aplicación de la ley de Reforma Agraria sobre las tierras norteamericanas, pero chocó con la intransigencia prepotente de Fidel Castro.

Es falso que fue la posición norteamericana la que provocó el no pago de las tierras y otras propiedades en las incautaciones, pues tampoco en esos años se le pagó a los españoles con cuyo gobierno no había tirantez alguna; tampoco se le pagó a otras nacionalidades. Uno de los pocos países a cuyos nacionales se le pagó la indemnización fue a Canadá que tenía escasas propiedades en Cuba, como por ejemplo el Royal Bank of Canada.

Las indemnizaciones a los ciudadanos españoles se las empezó a pagar, a finales de los años 80s, el propio Gobierno Español del socialista Felipe González , pues según un tratado de esa época, el monto de esas indemnizaciones se lo pagaría posteriormente el régimen castrista al Gobierno Español. Todavía el régimen de La Habana no le ha pagado esa deuda al Gobierno Español.
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¿INJERENCIA O DIALOGO?

Por Alejandro Armengol

NI RESULTAN NOVEDOSAS las palabras en el mensaje a la negociación con Washington lanzadas por Raúl Castro en la Plaza de la Revolución, ni tampoco hay que asombrarse de la respuesta apresurada del Departamento de Estado. ¿Qué tiene entonces de interesante la propuesta? Algo bien simple de entencer: el momento en que fue formulada.

Este hecho es el motivará más declaraciones y preguntas aquí en Estados Unidos a partir del lunes, pero sobre todo será motivo de análisis para la formulación de propuestas en el próximo Congreso, dominado por los demócratas, que entrará en funciones en enero.

Si la semana que hoy concluye marcó el fin de una era en la Isla, el mensaje de Raúl no pudo ser mejor escogido. En medio de tanques y cohetes, el ministro de las Fuerzas Armadas y gobernante en funciones no realiza una arenga contra su viejo enemigo sino declara la “disposición de resolver en la mesa de negociaciones el prolongado diferendo entre Estados Unidos y Cuba”.

Para muchos políticos y la mayoría del pueblo norteamericano, la propuesta puede resultar sensata. Lo que está proponiendo el jefe de las fuerzas armadas de Cuba es sentarse a negociar “sobre la base de los principios de igualdad, reciprocidad, no injerencia y respeto mutuo”.

En la práctica, hay muchos campos en los que EEUU y Cuba pueden conversar si logran poner a un lado los escollos ideológicos, desde el restablecimiento de los intercambios artísticos, académicos y científicos hasta la lucha contra el narcotráfico. Ello sin contar puntos claves de interés entre ambos países que requieren una atención inmediata, como son los temas de inmigración, viajes y compra y ventas de productos agrícolas y mercancías.

Creo que Raúl ha aprovechado muy bien el momento para colocar la bola en el campo contrario y realizado una jugada que posiblemente desencadene diversas presiones en el Capitolio en favor de explorar las posibilidades de entablar un diálogo serio con el gobierno cubano.
La clave de este posible diálogo, sin embargo, va a depender como siempre de la gran capacidad de cabildeo y poder del exilio tradicional, que en resumidas cuentas es el único sector de la comunidad cubana residente en EEUU con capacidad de acción.

Visto desde una óptica ajena a Miami, resultaría lógico que Washington y La Habana buscaran la solución —al menos parcial— de sus diferencias, sin que los factores ideológicos y políticos jugaran un peso determinante.

En este sentido, las primeras declaraciones apresuradas del Departamento de Estado tienen un marcado carácter de injerencia.

“El diálogo que debe tener lugar es entre el régimen cubano y el pueblo cubano sobre el futuro democrático en la Isla. Como lo hemos constantemente indicado, toda profundización de nuestra relación con Cuba depende de este diálogo y de la voluntad del régimen cubano de tomar medidas concretas para una apertura política y una transición a la democracia”, declaró a la Agence France Presse Janelle Hironimus, una portavoz del Departamento de Estado.

Me pregunto si estos parámetros son los que rigen en las relaciones de Washinton con Arabia Saudita, Chica o incluso Vietnam, al que recientemente visitó el presidente George W. Bush. Por supuesto que no.

Es de alabar la preocupación de la Casa Blanca por la democracia en Cuba, siempre y cuando esta preocupación no se convierta en una camisa de fuerza a la hora de romper el estancamiento de una política inútil y dedicada sólo a fines electorales.

Por otra parte, aunque a los cubanos nos interese mucho la libertad de Cuba, creo que en primer lugar es un problema nuestro antes que del Departamento de Estado. Confiar en la actitud de Washington para resolver nuestros problemas es un error demasiado repetido.

Creo que la opinión más acertadas al respecto, que he leído en el poco tiempo transcurrido entre el discurso de Raúl Castro y la elaboración de este comentario es la del académico Phil Peters, vicepresidente del centro de analisis Lexington Institute, que aparece citada en el artículo al respecto de Rui Ferreira publicado hoy en el diario.

Dice Peters: “Es obvio que Cuba no va a negociar su sistema político, como nosotros no negociaríamos el nuestro, pero hay mucho que ganar en un diálogo”.

Lo interesante de la propuesta de Raúl es que invierte los términos, y de pronto quien actúa de forma pragmática es el régimen de Cuba, mientras Washington da una respuesta ideológica.

Me imagino los comentarios que hubiera generado en Miami una declaración de Fidel Castro, enfatizando que sólo negociaría con los Estados Unidos Socialistas de América.

Aún está por ver si el pragmatismo —la filosofía esencial de esta nación— terminará por imponerse en Washingto o si éste seguirá cautivo de la intransigencia de Miami.